Monday, January 31, 2005

Gloria

El sábado a la noche festejé mis cuarenta con mis mejores amigos de toda la vida, amigos y descontrol, al que se sumó la naturaleza misma: comimos pescado junto al río Paraná, vimos una tormenta bellísima, bebimos mucho vino bueno, paseamos y nos reímos por entre los jacarandás caídos, bajo la lluvia (efecto turismo aventura o propaganda de Camel), bailamos... felicidad.
Confirmado: la lluvia es gloriosa.

Saturday, January 29, 2005

Happy birthday to me!

Nunca me había imaginado el día de hoy porque temí que no viviría para verlo.
No es que tenga nada grave, pero no sé, será porque desde chica le creo a Darwin eso de la supervivencia de los más aptos y porque siempre me sentí un poco inepta, el hecho de vivir (vivir literalmente, en el puro sentido de seguir con vida) me pareció siempre tan difícil y arduo que creí que no lo aguantaría cuarenta años.
Lo que más me asombra es este silencio. Por suerte no se trata de la vejez, como temí. Todavía no es el fin; parece que sólo es el fin de las bienvenidas. Ya estás acá, parece decirle el mundo a alguien de cuarenta años. Se lo dice con un silencio. Es un silencio agradable: implica la sensación de ya no tener que pedir permiso, de ya no tener que explicar a qué vine. Uno es un ejemplar adulto de la especie dominante (sí, la que está haciendo bolsa el planeta), punto.
Mi cumpleaños del año pasado fue tan distinto: lo sentí como una especie de Bat Mitzvah o de bautismo con algunas décadas de atraso. Una recepción, largamente demorada. Un premio a mi espera de treinta y nueve años en el umbral de la puerta.
Este, en cambio, es mío.
Anteayer me cambié el color del pelo a rojo oscuro y me saqué unas fotos, donde tengo la ilusión de parecerme vaga y remotamente a Julianne Moore en "Magnolia"... Mentira, tengo la misma cara de nada que en cualquiera de mis otras fotos y que en cualquier otra foto de DNI de cualquier otra persona. ¿Cómo logré esa cara?
Ayer a la mañana posteé un poema malo antes de salir a tramitar mi nuevo DNI.
Autorregalo: "Chicos prodigiosos", de Michael Chabon.
Hoy desperté por teléfono a un amigo, que se puso a anotar sus sueños.
Hoy también me llamaron de una cadetería para avisarme del envío de un reloj.
Lo mismo que me regalaron mis padres cuando cumplí once.
Primero preguntaron por Esther, que no es mi nombre, pero resultó que era yo.
El envío, que el cadete trajo recién, incluye una tarjeta tipo española, con un detalle en tela, y un papelito pegado con una frase sospechosamente linda, firmada por mi madre (arriba pone la fecha de mi nacimiento, no la de hoy).
Adentro hay un papelito suelto, sin firma, que dice en letra temblorosa: "Tengo quebrada la muñeca derecha". Sospecho que debe ser de mi hermana la menor, la misma a quien dejé de hablarle el día de 1996 en que amenazó con quebrarme los dedos como se los quebraban a Paul Newman en "El Audaz" (consejo: nunca lleves a tu hermanita adolescente a ver películas hipercompetitivas sobre jugadores de pool).
Justicia poética, supongo.
Una vida lisa, sin ritos de pasaje, si tuviera que resumirla.
Esta noche: cena. Sólo amigos.
Pago yo.

Friday, January 28, 2005

Algispray

Inclemencias del abrigo, ahogo del barniz,
¿qué rosario circular enhebran las gotas, las notas del piano?
¿Qué miran ustedes? ¿Acaso hay mundo ahí?
En un palacio de costras
salvadas del fuego, cicatrices
en la piel sobre las venas, cartas
amarillas, ya no sufres; dicen
que estás mejor, la muerte
es lo único que esperas.

Tuesday, January 25, 2005

The Stranger

Leonard Cohen


(Sin púa ni cinta pero la copié a mano del disco, poniendo pausa, arrancando de nuevo, pasando cada tanto de nuevo toda la canción y parando bien la oreja para llenar los huecos en el texto, como en los viejos tiempos...
Tiene otro sabor la tecnología obsoleta de la adolescencia cuando lo nuevo también es accesible...
Y nunca vi un mejor y más honesto autorretrato del tipo hijo de puta con las minas -y a quien inexplicablemente le perdonamos la vida, no lo merece- que esta canción...
Ah, sí, Pablo, son DOS discos. "The Essential Leonard Cohen", Columbia, 2002.)

(Otro día la traduzco.)


It's true that all the men you knew were dealers who said they were through with dealing every time you gave them shelter.
I know that kind of men, it's hard to hold the hand of anyone who was reaching for the sky just to surrender,
who was reaching for the sky just to surrender.
And then, sweeping up the jokers that he left behind, you'll find he did not leave you very much, not even laughter.
Like any dealer, he was watching for the card that is so high and wild he'll never need to deal another.
He was just some Joseph looking for a manger.
He was just some Joseph looking for a manger.
And then, leaning on your window sill, he'll say one day you caused his will to weaken with your love and warmth and shelter.
And then, taking from his wallet an old schedule of trains he'll say "I told you, when I came I was a stranger".
And now another stranger seems to want you to ignore his dreams as though they were the burden of some other.
Oh, you've seen this man before, his golden arm dispatching cards, but now it's rusted from the elbow to the finger.
And he wants to trade the game he plays for shelter.
Yes, he wants to trade the game he knows for shelter.
Now you hate to watch another tired man lay down his hand like he was giving up the holy game of coker.
And while he talks his dreams to sleep, you notice there's some highway that is curling up like smoke above his shoulder.
It's curling just like smoke above his shoulder.
You tell him to come in, sit down, but something makes you turn around, the door is open, you can't close your shelter.
You tried the hand to look the road it opened, "do not be afraid, it's you, my love, you who are the stranger.
It's you, my love, you who are the stranger.
Well, I've been waiting, I was sure we'd meet between the trains we're waiting for like it was time to board another.
She's understand I've never had a secret chart to get me to the heart of this or any other matter".
When he talks like this, you don't know what he's after.
When he speaks like this, you don't know what he's after.
"Let's meet tomorrow, if you choose, upon the shore beneath the bridge that they are building on some endless river".
And he leaves the platform for this sleeping card that's warned you realize he's only advertising one more shelter.
And it comes to you he never was a stranger.
And he says "okey, the bridge was some place later".


(Songs of Leonard Cohen, 1967)

Monday, January 24, 2005

contra los nihilistas

Recién, un intento fallido por corregir un error mío en un autocomentario de este blog desembocó en una rápida e imprevista visita a mi viejo blog.
Me asombré de la confusión, el dolor y el horror en los que viví durante tres meses. Me dio un subón de adrenalina desagradable al revivir por un instante esa época, que hoy me parece lejanísima (¡terminó hace pocas semanas!), en que atravesé, de noche y sin mapa, y sin más guía que los comments de algunos amables lectores con muchísima paciencia, esa zona de infierno que constituye la frontera entre los aficionados nihilistas y los escritores profesionales. Los segundos, aunque parezca mentira, suelen obtener el poco difundido reconocimiento que obtienen gracias a su trabajo, no porque un injusto y perverso sistema (lo que a veces también es el caso; no siempre) los haya consagrado como "celebridad" (?). Los primeros, almas puras refractarias a la acción (no hay nada de malo en ser aficionado, su problema es el nihilismo), "ponen alambres en todo lo que crece", como bien dice (pero refiriéndose a otra cosa) Martín Rodríguez en un verso de su libro "Agua negra".
Al diablo con ellos.

laila tov / buena(s) noche(s)

(Sueldo cobrado = dinero = mejor comida + discos, libros nuevos + una semana de Melatol + comienzo de análisis) + (cerveza, películas, ayuda de amigos con problemas parecidos) = problemas desvelantes en vías de solución = más endorfinas (¡no se trataba necesariamente de sexo!) = mi primera noche de buen sueño en... ¡casi seis años! Y el consiguiente redescubrimiento de mi capacidad (a la que creía perdida en forma permanente, y que contra lo que indican todos los prejuicios sexistas nunca pude recuperar gracias al sexo, de la calidad que fuese) de poder abrir una caja de fósforos a la mañana, embocar las teclas de la compu sin tener que pensarlo cada vez, y en general (¡todavía estoy asombrada!) de que cada vez que trato de manejar cosas mi mano vaya a donde la orienta mi cerebro y no se desvíe en el ángulo que la conducía siempre a un vacío inasible y a las resultantes series de diminutas catástrofes y retahíla de puteadas (sí, así viví seis años).
Lo que sí, no me acuerdo de casi nada anterior a anoche.
Ayer busqué casa en la zona sur y luego pedí un sandwich en un bar barato de por allí; mientras lo esperaba leí unas páginas de Nick Hornby y al atardecer, bajo la influencia de su populismo antiaristocrático, tuve una especie de epifanía sobre lo fácil y sencilla que era la vida al fin de cuentas: se trataba de tener con cuánto pagar ahora veamos qué.
Me estoy poniendo al día.
Anoche vi con amigos, en video, "Y tu mamá también".
Caminé con D. M., conversando sobre jardines, hasta la esquina de casa.
Soñé que comía una comida muy especial, muy cara.
Lo demás quedó sepultado bajo una capa de cemento.

Ah, lo que dije sobre el amor en mi post de anteayer era mentira.

Soundtrack song: "Champagne Supernova" (Oasis, 1995)
(N de la B.: ¿Cómo puede gustarme tanto un grupo de hace una década que mezcla por partes iguales viejas canciones de The Beatles y de The Kinks y las agita a piñas fraternas antes de precipitarlas por MTV?).

Sunday, January 23, 2005

Reconocimientos...

...de gente amiga y de mis colegas, que son los que más gratifican, hoy recibí dos:

"Me sorprendió la novela Reality de Beatriz Vignoli, con un humor muy corrosivo, que hace divertir a lo grande y es muy dinámica", escribe en la sección "El recomendado" del Suplemento señales del diario La Capital de hoy la bibliotecóloga y cuentista premiada Verónica Laurino. Verónica participó brevemente de mi taller literario "la vigilia y el viaje" y durante algún tiempo más en un taller de Patricia Suárez, otra autora oriunda de Rosario cuyas novelas Verónica recomienda leer, y yo también.

Y en el boletín No. 56 del Colegio de Traductores, página 6: "Felicitamos a nuestra colega Beatriz Vignoli por el premio que recibe en reconocimiento a la labor literaria que realiza incansablemente con tanto amor y tesón". La página 7 incluye dos fotos en blanco y negro de la fiesta del Día de San Jerónimo (octubre 1) del año pasado, donde se escrachan las caripelas súper sonrientes de Hernán Durand, la de quien suscribe, las de Emilio y María Marta, y las de otros traduttori.
Para saber de qué nos estábamos riendo, hacer clic acá.

Música de fondo para este post: Oasis, "Roll with it".

Gracias a todos, y ahora me quedo pensando en la pregunta de Josi de si esto es lo que entiendo por existir apenas levemente.
Supongo que sí.
Me siento mucho más afortunada que hace una semana.
Josi, mandame tu "Pasaporte" y cambiamos figuritas.
Y sí, me sigue gustando el título de este blog.

Reality: carta del editor

Queridos lectores:
¡Mi novela "Reality" se consigue en Buenos Aires a partir de febrero!
A continuación, los datos completos (fechas, distancias, precios).

Fecha: 21/01/2005 13:42:40
De: Editorial Municipal de Rosario

Para:
Cc:
Asunto: RE: Reality: prensa y difusión


Hola Beatriz:
Estoy trabajando con un nuevo distribuidor en Buenos Aires. La semana próxima vamos a hacerle un envío que incluye las novelas y en simultáneo saldrá el material de difusión para medios grandes de Baires. Con el resto del país nos manejamos mediante envíos contra reembolso, en los que manejamos el precio para que el destinatario pague, por el libro más el transporte, lo mismo que pagaría por el libro solo en Baires. Por ejemplo tu libro, que en Rosario cuesta 10 pesos, en Baires cuesta 18. Un envío contrareembolso a Mendoza o Mar del Plata cuesta de transporte, impuestos y comisión, unos 9 pesos: el que lo pide paga 18. Supongamos que un envío a Río Gallegos costara 12 pesos: el que lo pide igual pagaría 18 en total. Los pedidos los recibimos por correo electrónico y a veces también por teléfono. Por Internet no vamos a poder vender, calculo, antes de fines de este año.
Escribime por cualquier duda o sugerencia.
También me gustó el comentario en Ros12.
Saludos

Pedro



Saturday, January 22, 2005

Arqueología musical

Ayer me compré What's the Story (Morning Glory)?, de Oasis; según cuenta en su blog Contra las cuerdas Hunter (que algo de esto sabe) el último disco que ella corrió a comprar a la disquería antes de que Napster (¡sob!) y los MP3 y la banda ancha le volvieran cada vez más innecesaria esa aventura de salir de casa y salir de caza.
Y lo que se derrama en este momento por los parlantitos de mi PC es como un vino buenísimo, cosecha 1995, "hecho para escuchar en este momento".
Algo así me dijo una vez D., hasta cuya casa viajé un día de 1991 y a quien le llevé, en un sobre manila gigantesco, un montón de cartas de amor nunca enviadas, que le escribí escuchando interminablemente "Suzanne" de Leonard Cohen, y que desparramé sobre él mientras lo oía decir: "fueron escritas para este momento". Que fue precisamente el momento (era un amor inmensamente desdichado) en que me fui.
Me fui recordando esa otra canción de Bruce Springsteen -si mal no recuerdo está en el mismo disco que "Thunder Road", la favorita de Nick Hornby según cuenta él mismo en su libro 31 Canciones- que dice "voy a tirar esa plata en la cama y voy a salir por la puerta". Está en Born to Run (1975), el único disco de vinilo que conservo... por defecto, porque el revendedor de discos usados nunca me lo tomó. No soporto escucharlo. Fue el que estaba sonando en mi Winco la tarde de 1983 en que le dije a E. M., mi primer y último novio "serio", adiós. Lo recuerdo llorando contra el marco de la puerta de mi habitación, balbuceando "Wendy, Wendy...". Esa misma noche trató de matarse. Años más tarde quedó hecho un vegetal, por exceso de drogas. Temo haber sido demasiado cruel.
El casto e imposible D. quedó ahí, en su cama inútilmente de dos plazas, leyendo mis cartas.
Todavía las relee, me dijo una vez por teléfono.
Hoy soy feliz, tengo nuevas canciones y otro amor, el mejor de todos, tan rico en nuevas esperanzas como en densa arqueología personal (y a quien le robaron mis cartas, que espero hallar en alguna subasta alguna vez).
Lustro mi vida con cariño, como a un auto caro que me hubiera costado toda una vida de trabajo conseguir.

Friday, January 21, 2005

Nadando hasta Bolivia

Fidel, mi fiel hermano en la mañana,
tengo treinta y nueve años, estoy triste,
triste en la ciénaga de mi furia.
No me pidas paciencia,
mil años vietnamitas contra China...
soy médico, debo atacar la enfermedad.
Debo quebrar el fuego de esta nada.
En medio de la selva, sueño con ciudades.
Mi hermano de absoluto,
veintisiete balazos en un blindex
arman una escritura
y no el eco de la muerte animal en los árboles.
¿Encarno el Ideal, con mi barba llena de piojos?
Soy el que con acero debe horadarse
para conquistar la bocanada.
Fui extranjero en mi casa:
nadé para mi madre, roto de frío,
había que enseñarme a respirar.
Yo era el otro Ernesto Guevara, el hijo.
Cuando el aire llegaba a mis pulmones
llegaba por error.
Pensar que jugué al rugby.
Si hasta parezco un proletario yanqui
enfermo de humedad
en esta jungla casi congoleña
donde el comando Jimi Hendrix canta:
Hey, Joe,
I heard you shot your woman down.

“Un pájaro muerto,
cuerpo sin vida
en la puerta: mal presagio
para empezar el día”,
oigo que dice alguien de los nuestros.
No hay puertas en la selva, debo estar soñando.
No hay adrenalina, ni epinefrina, ni mina
pero soy escritor:
estoy armado.

Thursday, January 20, 2005

Soliloquios

"Todo el tiempo les digo a mis alumnos que no me interesa una lectura freudiana de Shakespeare sino una suerte de lectura shakespereana de Freud... El principal insight que he tenido al enseñar Shakespeare y escribir sobre él es que no hay nadie antes que él que nos dé verdaderamente una representación de figuras humanas hablando en voz alta, ya sea para sí mismos o para otros o ambas cosas, y después reflexionando en voz alta, para sí mismos o para otros o ambas cosas, sobre lo que ellos mismos han dicho".

Harold Bloom, entrevista por Antonio Weiss, 1990
En: Los reportajes de The Paris Review (El Ateneo)
Reproducido parcialmente en: Verano12, miércoles 19/01/05

Wednesday, January 19, 2005

Una historia contada a toda velocidad



Reseña por María Julia Rossi
Rosario/12, edición de hoy (nota publicada sólo en papel)

Reality es la novela de Beatriz (Elvira) Vignoli que obtuvo el segundo premio compartido en la última edición del Concurso Municipal de Novela Manuel Musto. Vignoli es traductora de inglés, crítica de arte, poeta y novelista. Nació en Rosario y tiene varios libros de poesía publicados y otra novela escrita, DAF.
En Reality hay un complicado crimen. Hay, a su vez, un robo en un museo que puede estar complicado con ese crimen. Pero hay, sobre todo, una ciudad. En la ciudad, Atopia, hay una villa, hay un museo, hay policías y hay un diario. En el diario, El Atopiano, hay mucha gente como la que hay en cualquier diario. Hay una recepcionista veinteañera, hay un periodista de policiales felizmente casado, hay un editor solitario fanático del jazz, hay una encargada de la sección Cultura parienta de los dueños del diario. Es en el marco de la construcción de esta realidad compleja, abigarrada de personajes, lugares y situaciones, que tienen lugar una serie de misteriosos hechos que se sospechan conectados y que irán dibujando una trama que va comprometiendo a todos los personajes.
En medio de la trama, el pensamiento de los personajes se deja leer todo el tiempo y esto produce en la lectura, al menos, dos efectos. El primero es el reconocimiento de analogías y relaciones que pueden establecerse entre la ciudad de Atopia y la de Rosario, así como entre el tiempo de la novela y nuestra actualidad cotidiana. Los personajes reflexionan como al descuido acerca del costo de las cosas importadas en la relación entre el peso y el dólar y se menciona varias veces el ajuste al que ha debido someterse la redacción del diario, por citar un par de ejemplos.
Así como sus pensamientos van permitiendo descubrir un tiempo y un espacio cercanos, un segundo efecto le permite al lector divagar con ellos en otro sentido: “Derrapar en quinta por la autopista descendente de la asociación libre”.
Hay en las divagaciones de los personajes ciertos debates que se reiteran. Desde más de un punto de vista se abordan cuestiones generacionales -a través de la música y del arte- y genéricas tanto entre hombres y mujeres como disquisiciones entre los géneros literarios y cinematográficos: “¿Se creería el detective de una novela negra en medio de una tragedia griega?” o “No había tiempo para romanticismos de finales de western”.
Tanto los momentos más determinados por la acción como aquellos signados por la reflexión están escritos de una forma muy veloz. La lectura es, entonces, vertiginosa. Las casi doscientas páginas de Reality pueden consumirse con velocidad. Heredera de una estética televisiva, incluye también profusos datos no menores del arte de todos los tiempos -y sobre todo de los últimos tiempos, como el arte digital-, lo que lo hace una obra que sabe obtener tanto de una como de la otra lo que mejor puede combinarse.
Podría decirse que Vignoli escribe acerca de la redacción del diario con cierto conocimiento de causa, si se tienen en cuenta los períodos en que se desempeñó como crítica y colaboradora en la sección de Cultura de algunos medios periodísticos. Asimismo, la influencia de estas actividades en su estilo lo enriquecen constantemente con la evocación de hitos culturales con una marca generacional muy fuerte.
Todos estos aspectos y muchos otros más, construidos con gran prolijidad, hacen de la novela de Vignoli una pieza renovadora de la narrativa rosarina que vale la pena leer para enterarse de las nuevas formas de la literatura local.

Nota de la blogger: Reality puede conseguirse en el kiosco de la EMR / UNR (Corrientes y Córdoba, Rosario) o en las principales librerías atopianas.
Precio de tapa: $ 10.

Más sobre las "analogías y relaciones" entre ficción y realidad haciendo clic acá.

Tuesday, January 18, 2005

Háblame, noche

No recuerdo ningún sueño de la última semana. Es como si ya no tuviera sueños.
Hoy me llamó un amigo que está leyendo mis poemas, en la antología personal que publiqué el año pasado, y me preguntó qué problema tenía con los revólveres. No, ahora me acuerdo bien: no preguntó, sino que aseguró: "vos tenés un problema con los revólveres".
Supe enseguida que se refería a cierto pasaje de un poema, "Canción negra de sangre", de mi libro "Viernes" (Bajo la Luna, 2001) donde cuento un sueño que tuve: "En el sueño componíamos una canción. / Se ponía difícil, no me salía. / Entonces yo sacaba mi revólver y lo ponía / entre las dos, sobre la mesa".
Cuando leí ese poema en el ICI hice la mímica del gesto, simulando el peso del revólver en mi mano (en el sueño, la mesa era de madera lustrada). Elvio Gandolfo, que estaba entre el público, se sobresaltó. La anécdota del poema es un conflicto laboral con una colega, crítica de arte (dos personas para un mismo puesto, en el que yo estaba desde antes), conflicto que logré resolver dividiendo en dos un papel con una línea. Para algo me sirvió estudiar dibujo. Para hacer realidad un sueño.
El sueño es el origen de la poesía y del teatro. En el sueño habla una verdad como la de Hamlet; nada dice cosas como el sueño.
El sueño dice cosas.
Cosas, no palabras.
Háblame, noche.

Sunday, January 16, 2005

una no gana para sustos

Uy, qué miedo, esta cita que viena a continuación me da un cuiqui bárbaro, un terror supersticioso que se me frunce el tujes, pero la tengo que postear igual porque se lo prometí a un amigo (bah, le había prometido una más simpática del mismo autor, pero a esa ya la posteó él)...

"Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad".

Jorge Barón Biza (Córdoba, Argentina, 1942-2001),
"El desierto y su semilla", Simurg, 1998

Citado en El Aleph.

Ufff... la fábula trágica, la tragedia de destino, hecha realidad... aaarrgh...
Listo, ya cumplí.
Ahora voy a ver si llego al video club a tiempo para sacar alguna película de Alex de la Iglesia, para descontracturarme...

Ajedrecistas

Mi papá me enseñó a jugar al ajedrez.
Ya no importa cuántos ni cuán graves errores humanos hayamos cometido; él me enseñó a jugar al ajedrez y eso solo basta para recordarlo como el mejor de los padres. No es que yo haya aprendido a jugar al ajedrez: de las decenas de veces que me senté ante el tablero blanco y negro, aunque mi contrincante me cediera las blancas por caballerosa cortesía, si gané dos veces es mucho -está bien que yo era una nena de nueve o pocos más años y jugaba contra tipos de la edad de mi viejo o contra mi viejo mismo, o con mi primo que era de mi misma edad pero con diez puntos más de coeficiente intelectual; pero capté la esencia del asunto, su enseñanza moral básica, la que dice que la única forma de sobrevivir en un mundo despiadado es no cediendo nunca el control de la situación a tu adversario.
Y no es que en la vida, aparte de la locura fenomenal de mi mamá, la de mis hermanos y la de algún que otro pibe chorro muy pasado de pegamento, me hayan tocado demasiadas situaciones despiadadas.
En general, tuve suerte: escribí para el Buenos Aires Herald cuando todavía se parecía a uno de esos barcos fantásticos de las novelas de Joseph Conrad, con extranjeros e inadaptados comulgando sin distinción de credos en la indestructible camaradería del mar (y -let's face it!- de la Guinness en The Shamrock); escribí para Rosario/12 cuando era lo que sigue siendo (porque acá en Atopia las cosas no cambian: o se destruyen o permanecen tal cual), con ese clima tan característico de empresa familiar, de película tipo Meet the Fokkers o cualquiera que caiga dentro del subgénero kitsch de productor de Hollywood convencido de que cualquier actor judío norteamericano, bien entrenado y dirigido, puede lograr parecerse a un napolitano (idiosincrasia esta última cuyo valor estético se me escapa) y viceversa.
Decía que tuve suerte. ¿Por qué usar el tiempo pasado? Tengo suerte. He encontrado maneras legales y legítimas de vivir dignamente trabajando sólo con amigos, sin tener que enfrentarme en mi vida profesional a parientes jodidos ni a adversarios en general.
Una sola vez me tocó atravesar la experiencia de la impiedad en el trabajo. Fueron meses de estar en el mismo acuario periodístico junto con un tiburón de sueldo diez veces mayor que el mío, encaprichado en almorzarse mis patas y verme salir en silla de ruedas del lugar. Batalla desigual donde se alcanzaron niveles de destrucción notables: entre 1999 y 2001 no sólo publiqué dos libros de poesía sino que (tal vez precisamente por eso) perdí toda chance de seguir haciendo carrera en el periodismo, quedé en la miseria, perdí todos mis afectos locales menos dos primos, se quemó casi íntegro mi capital local de respetabilidad social y credibilidad intelectual a fuerza de calumnias más o menos verosímiles detonadas en parte por mi imprudencia y en parte por un ventilador corporativo que no supe apagar a tiempo (¡tenía sólo 34 años!), pasé de crítica de arte autorizada a idiota de la aldea en cuestión de semanas, aún hoy mi nombre sigue tan sucio en esta ciudad que tengo que salir a la calle con seudónimo y gafas (¡son lila, ya todos las reconocen!), no se me nombra en medios ni en instituciones rosarinas donde (al cierre de esta edición) todo sucede como si alguien hubiera hecho correr la voz de que traigo mala suerte, voy a tardar más que el Riachuelo en limpiarme toda esta mierda aunque ni siquiera yo misma entienda bien de qué se trata y me va a salir igual de caro; pero mi papá me enseñó a jugar al ajedrez y no sólo eso, me enseñó que existen otras ciudades además de ésta (por ejemplo: Córdoba, Buenos Aires), me enseñó con la paciencia inhumana de los ansiosos que existe otro tiempo además del presente y se llama futuro.
Hay que trabajar, esperarlo y mientras tanto: ser buen ajedrecista.
Esto es, no permitir que tu adversario domine la situación, independientemente de cuánto lo favorezca la relación de fuerzas; no poner tu destino en sus manos, mantener un grado razonable de control. Mejor aún si el contrincante no se entera y cree que maneja el tablero. Mejor todavía si cree que no te das cuenta de cuál es su estrategia. Una estrategia puede deducirse de una breve serie de movimientos: el talento para crear buenas estrategias lo puede cultivar cualquiera, mucho más rara es la genialidad que se requiere para ocultarlas. Personalmente no me destaco en ninguna de ambas cosas, pero sí sé descubrir estrategias y disimular que las he descubierto. También puedo copiar estrategias ajenas, el viejo truco infantil de jugar en espejo. Y no importa si Darth Vader se disfraza de padre: yo jugué contra mi viejo al ajedrez, o cómo me hubiera enseñado, si no.
Tuve suerte. Yo iba a ser el Jorge Barón Biza de Rosario en versión plebeya (suicidio por encerrona y ahogo profesionales seguido de hallazgo de novela autobiográfica trágica; fugaz reconocimiento tardío antes del olvido definitivo) y en cambio me psicoanalicé a crédito, me hice poeta cuando no pude seguir siendo periodista, conseguí una PC y aprendí a manejarla, recuperé mi dinero gracias a un golpe de suerte que atiné a aprovechar, pagué al Colegio de Traductores y pude hacer valer mi título terciario en el mercado laboral, cambié la PC, escribí otra novela casi completamente ficcional que me desmarcó del lugar imaginario sociopático del malditismo y del talento desperdiciado ("saben, ella escribía muy bien pero estaba muy mal, qué lástima, solamente podía escribir sobre sus problemas"), la mandé con seudónimo a un concurso, que gané y me permitió pagar un buen médico para curarme de un achaque psicosomático aguzado por las presiones de tener que cambiar cada año de laburo, agudización gracias a la cual en pocos días bajé enfermando los diez o quince kilos que había engordado por la angustia de perderlo todo, y si no hubiera tenido toda esa grasa para quemar me habría muerto; me publicaron el libro, mi quinto libro, lo hago circular yo misma porque si no, no circula (una sola entrevista hasta ahora -¡gracias Ivana!- y en mi barrio mi gato es más famoso que yo, aguante el glorioso Cuqui Cuqui Gatzilla); en mis fotos de los treinta años era una veinteañera del siglo veintiuno, en mis fotos de nueve años después parezco mi abuela en los sesenta y a los sesenta, luego de que sobrevivió a dos matrimonios y dos guerras; sigue inédita mi novela autobiográfica trágica y ya la plagiaron con éxito de público todos los que la leyeron en Internet pero no me importa, porque llevo torta, porque mi papá me enseñó a jugar al ajedrez y sé a dónde voy aunque parezca que no; sólo yo veo el casillero libre, el espacio vital, el escaque a donde avanzar, todo eso en medio de un terreno opresivo de puertas cerradas en alguna medida por adversarios reales y en gran medida por mi superstición neurótica de asmático que saca el ahogo del cuerpo y lo pone en el mundo; pero la tos también fue mi pastor, me alejó del olor a pólvora y me guió y me guía a praderas verdes donde puedo y pude reposar, vivir, tener buena salud, respirar...
...y seguir jugando al ajedrez.
¿Negras o blancas?

Saturday, January 15, 2005

ayer...

...llovió.



foto: Pete Beck

cita citable

"La obra era tanto más peligrosa por no ser nueva. Lo nuevo ya no reviste ningún peligro."

Don DeLillo, Cosmópolis

Friday, January 14, 2005

¿vos irías?

"Micrófono abierto a tus inquietudes artísticas. Entrada libre y gratuita.
Trae mate y bombilla; Yerba, azúcar y agua caliente tenemos."

Encontrado webeando por ahí &

Wednesday, January 12, 2005

He reído con los muertos del verano

He reído con los muertos del verano,
muertos jóvenes cuyo silencio irreductible
es un jazmín de hierro en el centro de la nada;

no hay ausencia como la de sus cabellos
invisibles luego de desparramarse, por vez última
hasta el amanecer como una quieta llamarada;

y lo que en ellos aún reclame una palabra
desollará su puño contra la puerta de la noche,
seguirá golpeando mientras haya memoria.

(2005)

Sunday, January 09, 2005

Bonzo


Thich Quang Duc en Saigón, 1963

La prensa habló de suicidio, pero en esencia, no lo es. Ni siquiera es una protesta... Lo que los monjes decían en las cartas que dejaron antes de quemarse estaba dirigido solamente a alarmar, a conmover los corazones de los opresores, y a llamar la atención del mundo sobre los sufrimientos padecidos por los vietnamitas. El monje vietnamita, al quemarse, está diciendo con toda su fuerza y determinación que puede soportar el mayor de los sufrimientos para proteger a su pueblo...
Expresar la voluntad quemándose, por lo tanto, no es cometer un acto de destrucción sino llevar a cabo un acto de construcción, esto es, sufrir y morir por el propio pueblo.
Esto no es suicidio.

Thich Nhat Hnah

El 11 de junio de 1963, Thich Quang Duc, un monje budista de la pagoda de Linh-Mu en Hue, Vietnam, se mató prendiéndose fuego en una esquina muy transitada de Saigon, Vietnam. "Mientras ardía no movió un solo músculo, no emitió un solo sonido, y su serenidad contrastaba con los lamentos de las personas que lo rodeaban", escribió David Halberstam, corresponsal de la guerra de Vietnam para el New York Times.
Thich Quang Duc se había preparado para el sacrificio durante semanas de meditación, y había explicado previamente sus motivos en cartas a su comunidad budista y al gobierno de Vietnam del Sur, gobernado entonces por un régimen católico y represivo. Más (en inglés): acá.

Voto por que a José Buberman se lo sepulte con los debidos honores y con la debida piedad en el cementerio judío, no en el ignominioso rincón de los suicidas.
Sus hijos hacen bien en estar orgullosos de él: para usar una palabra de la tradición cristiana, digo que J. B., ese padre, fue un mártir.
Un mártir es un héroe, no un suicida.


http://www.sistemaperverso.com.ar

Ya arreglé el error con los comments. No acepta anónimos.


Depende de usted

No he sabido de nadie que, al nacer, no hallara mundo.

Macedonio Fernández


¿Cómo puede un hombre limitarse a dar una opinión y contentarse con eso? ¿Qué satisfacción puede encontrar en eso? Si alguien se siente defraudado por su vecino, no quedará tranquilo con sólo saber que fue engañado, o con decir que fue defraudado, ni aun con “pedir” que se devuelva su dinero, sino que procederá sin mas tardanza a recuperar hasta el último centavo, y tendrá cuidado de que no se le engañe nunca más.

Henry David Thoreau, "Actuar moralmente es revolucionario", Concord, Massachusets, USA, 1850.

Citado por Gastón San Martín en la página de José "Pepe" Buberman (1933 - 2004), importador de agendas electrónicas, autoinmolado a lo bonzo en la marcha por justicia ante la masacre de República Cromañón.

Ver nota completa haciendo clic acá

Más historias de vida de los casi 200 muertos de Cromañón y aledaños en el Página/12 de hoy:

Bonzo Buberman

Los Invisibles

República Robinson

República Robinson, país de acorralados que salen a pedir justicia por sus hijos, por sus hermanos, por sus amigos, por sí mismos, con el mismo emperramiento con que cada cual defiende su lugar en la cola de la panadería del barrio cada domingo a la mañana. Resistiendo a pie firme Grimoldi, cada uno luchando solo en la guerra de pobres contra pobres, de rock contra cumbia, trancando el portazo final la pata clasemediera que tuvo sus días de gloria, de arco y mediopunto. Argentina come de la basura o come afuera o no come. Lo que nos impide cocinar (cultivar, criar, cuidar lo que se quiere, conservar lo que se tiene, pagar lo que se usa, arreglar lo que se rompe, sepultar lo que se muere, durar) es que tenemos toda nuestra capacidad culinaria, cultural y civilizatoria invertida en esto: en construirnos el mundo. A cada paso. En cada esquina. Argentina no cocina, Argentina habita la desintegración. Vendía máquinas, las armaba, amaba pequeñas cosas; hoy se inmola. Se nos quemó el futuro y nos barren sin piedad en la madrugada. Volvemos a los conventillos, a la lágrima del tango. Con nuestros websites y nuestros libros y una sola palabra: resistencia.
José Buberman, hoy, soy yo.

Grunge and beyond

Me gusta el grunge. Me encantaba la movida de Seattle. Extraño a Nirvana. “No Rain”, de Blind Melon, llegó a ser una de mis canciones favoritas. Pero entre la gente que todavía escucha esa música me siento como un gigantesco reptil antediluviano de caparazón coriáceo y metálico entre sedosos pececitos de colores. Tengo miedo de respirar muy fuerte y romper algo. Hago esfuerzos por no pronunciar demasiado seguido la palabra “cerveza”. Sé positivamente que a medida que avanzan los minutos me voy convirtiendo ante los ojos de esos pitufines en una especie de Homero Simpson con insignias neonazis en la solapa (solapa ancha, por supuesto). No hace falta que hable: basta un ligero movimiento de cabeza al compás de cierto ritmo, y se abre el abismo. La Gran Brecha Generacional. La que me convierte, ante personas a la que les llevo quizás ocho años (o cinco, o cuatro, o apenas dos), en una especie de pieza de museo; algo como esas películas que uno miraba los sábados a la tarde por Canal 5 para enterarse de lo ridícula que era la gente de antes.
Ellos sacarán sus estúpidas conclusiones: la gente de antes era rockera... ¡Rockera, no! –les corregiré–¡eso es un invento revisionista! Allá en las cavernas, todos éramos rockeros (con "o"). Salvo en raros casos de noviazgo enfermizo, reemplazábamos el sexo por la música, y nos reproducíamos dividiéndonos a nosotros mismos como amebas. Los rockeros de antes éramos egocéntricos, narcisistas, megalómanos; individualistas, apolíticos, insolidarios... en suma, unas vidas desperdiciadas...
“Pero, papá, ¿qué hiciste?” Explicar que en las cavernas prehistóricas rockeras no se había inventado todavía el concepto “hacer” tal como lo conocemos ahora. De acuerdo, hijo, hacer es hacer algo: pero esto es ahora, en la Era Compulsiva. Antes, uno muchas veces hacía tiempo. No el tiempo de los tangueros, el de la abuela, el que mata y destruye; no, uno a veces simplemente se limitaba a estar ahí. ¿Nunca hiciste tiempo?
Y hay que empezar a explicar todo desde el principio: “Antiguamente, existían unos lugares llamados universidades, y otros lugares llamados oficinas. Uno ahí hacía cosas, pero no en forma independiente; no como proyecto con unos amigos. Uno estaba ahí para obedecer órdenes y ser útil al capitalismo, o para aprender de la gente mayor que uno, que en aquellos legendarios y mitológicos tiempos disponía de algo bueno que daban los años y que se llamaba experiencia. No se trataba de crear un producto y diseñarle un packaging y armarle un marketing y seducir a algún target y aprender a venderse por ahí. La onda indie no se había inventado. Cuestión que cuando uno salía de cumplir aquellas arcaicas cosas que llevaban el abstruso y obsoleto nombre de obligaciones (sí, reíte)... bueno, entonces disponía de unas horas de un tiempo especial denominado ocio, en que uno se juntaba con sus amigos y –por increíble que parezca– no hacía nada. “
“¿Pero, papá, qué tenían?” Y acá nos topamos con la Antigua Palabra Prohibida. No la vamos a decir: sería injustamente autoincriminatorio. Y ellos no podrán entender qué tenía de grave. A aquella cosa, la sola sospecha de cuyo uso nos marginaba automáticamente de cuanta institución o empresa pudiera recibirnos, los élficos y desmañados seres de la tercerización laboral la mascan como chicles, la dejan tirada entre sus bocetos y sus máquinas.
Y ni hablemos de sexo...
Hay, en esta gente modelo 1975, un oxímoron ambulante que se resume en la palabra nadar. Me resulta impredeciblemente enigmática su mezcla estilo Leaving Las Vegas de relax y eficacia, de confraternidad y cinismo, de lumpen y PyME, de trasnoche y puritanismo, de elegancia y vómito, de lirismo y sentido comercial; me da ganas de aullar de horror su incapacidad de meter un pulóver en un balde con Woolite, unida a un sentido implacablemente estético de la imagen.

Hay algo de intransferible en eso que cada género musical popular dice de su época. Un cuerpo abandonado por su canción de moda es un cuerpo exiliado. ¿Quién se acuerda hoy del shimmy? Ya no vive nadie que lo haya bailado. ¿Cuánto del sentido y la belleza de la prosa de Scott Fitzgerald, por ejemplo, nos perdemos porque su aroma, su perfume íntimo, le fue confiado a la memoria efímera de un género popular?
¿Y la rumba?
¿Y el mambo? En los años cincuenta, mambo era sinónimo de locura en un sentido muy distinto al de ahora. Tienen ochenta años los que lo bailaban. Ya no podrían enseñarlo. Tienen setenta los que bailaban rock, eso que en se ve en las películas de Elvis y que los rockeros de mi época llamamos “rock clásico”. Ya me he aburrrido en fiestas donde nadie bailaba rock. Y no es sólo el baile. Hay todo un modo de vida, una manera de estar en el mundo, que el cuerpo y el alma cifran en la música, y que transmiten a través del baile.
Temo un futuro espantosamente solitario.

("Hacé de cuenta que estuve navegando", mi "blog offline", entrada del 8 de enero de 2003, fragmento)

Saturday, January 08, 2005

Redenciones

¡Pobre mi tío, qué mal que lo traté en mi post anterior!
Me bastó con darme cuenta de que había tenido el tubo del teléfono descolgado varias horas, para entender porqué hoy vino tan alterado. El teléfono no sonaba y él había dejado tres mensajes en mi contestador explicando que tenía que recuperar ciertos papeles (i. e. la copia dura de la carta al Japón) con suma urgencia. Es de familia, parece: correr tras un sueño. CORRER, literalmente.

"En retirada, enarbolo todavía / con una mano herida, la forma del cielo".
Esto lo escribí yo.
Tengo a quiénes salir.

Y hoy leí esto en un e-mail de un ser muy, muy querido (NO de la familia):

"Salud mental: vos tenés mucha".

¡POR FIN ALGUIEN ME LO DIJO! ¡Por fin un hombre! (Porque los que tratan de locas a las mujeres se creen muy machos pero son unos maricones no asumidos de lo peor, dicho esto con todo respeto por los gays).
Hoy sanaron todas mis heridas, como por arte divino de una magia épica y antigua.
Si no me pongo a saltar y a gritar ahora mismo de alegría es porque temo entrar en contradicción...

Friday, January 07, 2005

Centauros y tigres de Bengala

Thousands at His biding speed
and post o'er land and ocean without rest...


(Miles a Su llamado acuden prestos/ y viajan sin descanso por tierra y por océano...) Milton, "Sonnet on His Blindness".

Mi tío y mi papá, cuando les preguntaban cuál era su profesión, siempre respondían: "empresario". O si no: "empresarios", si estaban juntos y les era dada la posibilidad de contestar al unísono como Tweedledum & Tweedledee, los dos huevos con patas que inventó Lewis Carroll para entretenerla a Alicita Liddell en largas tardes victorianas.
En realidad mi tío es ingeniero mecánico y mi viejo era ingeniero civil. Fueron a la escuela pública gratuita que según Sarmiento haría de este país un gran país. Ambos crecieron odiando y admirando a Perón con dosis de afecto ambivalente casi empatadas. Lo admiraban por piola, por canchero, por macho argentino, por ganador. Lo odiaban por las cosas jodidas de su gobierno y quizá tal vez porque odiarlo era de gente bien, pues quedaba fino decir: "oh, estos bárbaros...", secándose el sudor tropical de las gafas oscuras estilo Victoria Ocampo con un pañuelito de lienzo de Holanda como el que usan los niños verdugos en el cuento de Osvaldo Lamborghini "El niño proletario".
Pero no nos desviemos. Estoy hablando del marido y del hermano menor de mi madre. Como dicen dos niños friquis en la película "Los locos Addams": "¿Crees en el Mal?" "Bueno, tú conoces a mi madre".
Mi madre enviudó al cabo de una abnegada carrera de esposa de (grandes esas comillas) "empresario". Mi tía, en cambio, se separó de hecho, aquejada de una enfermedad psicosomática crónica, al cabo de una abnegada carrera de esposa de "empresario". Mi viejo se fundió, resurgió, se enfermó y se murió, en ese orden. Mi tío se fundió y resurgió incontables veces para convertirse en ese señor tan raro que anda por ahí volviendo locos a los empleados de los locutorios desde donde todavía intenta contactar a sus potenciales inversores del Japón.
En nuestra familia siempre hubo dos clases de hijos: los buenos/útiles y los malos/inútiles. Los buenos eran los que apoyaban el sueño de papá. Los que corrían cuando se le perdía un papelito importantísimo... He visto mucho caos en mi vida, el de mis propios papeles incluido, pero nunca vi nada tan enquilombado como la oficina de mi viejo en sus "buenos" tiempos de "empresario". Sus buenos hijos lo ayudaban a buscar el puto papelito sin perder la calma, como santos, mientras mi viejo lloraba a gritos y se revolcaba arrancándose los pocos pelos que le quedaban, tirado en la moquette casi virgen de aspiradora de donde brotó no poco de nuestras EPOCs y alergias.
Los malos éramos los que lo imitábamos: los que lográbamos ser más narcisistas e inmaduros que él, que llorábamos a gritos llamando a mamá (no la culpo por tener tan poco tiempo para pasar la aspiradora, pobre vieja) cuando se nos perdía un importantísimo y puto papelito a nosotros.
Los buenos -mamá a la cabeza, santa patrona del grupo excepto cuando perdía los estribos e incurría en presuntas tentativas de infanticidio calificado de las que después se olvidaba- existían en función del sueño burgués de mi viejo y no tenían proyecto propio, ni tiempo para sí. Si acudían de inmediato al llamado de mi viejo era porque él no sólo dependía para la más infima cosa de los demás, sino que la menor dilación les granjeaba crueles quejas ante terceros y rencor por megatones por parte de mi ingrato padre.
Pero los buenos también podían ser malos: a veces lo imitaban a papá en su desborde y en su desprecio por los demás. El blanco predilecto del bueno vuelto malo éramos los malos de tiempo completo, los inútiles, los insumisos por default. Los que no servíamos para instrumento, porque nos borrábamos del gran proyecto paterno de ascenso social. Si, en castigo, no nos dejaban hacer la nuestra, tampoco haríamos la de otro. Quedábamos arrumbados: al margen, sin entidad, sin responsabilidades ni derechos. Éramos (perdón que intelectualice; además uso el plural para no sentirme tan sola), éramos el eterno objeto de inmerecida lástima por nuestra supuesta incapacidad, pero también éramos el "homo sacer" de la teoría de Agamben, el punching-ball familiar, el cuerpo contra el que cualquier violencia puede, impunemente, ejercerse.
Caín, bah.
O si no, Calibán.
Vaya opciones...
Treinta años de psicoterapia de diversas escuelas, psicoanálisis incluido, me convirtieron en alguien capaz de no levantar el tubo del teléfono la tercera vez que llamó mi tío para dictarme cambios de último momento en el envío de un e-mail al broker japonés, testaferro de un anónimo inversionista de rupias un poco mojadas por la tsunami, de cuya existencia toda la familia sospecha menos yo. Hoy mi tío estaba furioso por mi negligencia, que él no dejó de notar. Y eso que anteayer -¡5 de enero, víspera de la Epifanía de los Reyes Magos!- luché a su lado a brazo partido contra el empleadaje de los locutorios rosarinos toda la tarde: 40 grados Celsius a la sombra y yo me sentía Tom Cruise en "El Último Samurai", peleando por la Gran Causa (y no por absurdos caprichos y delirios míos tales como estudiar HTML, publicar novelas, enseñar a escribir poesía que es tan fácil, o traducir obras de intelectuales de países centrales dignas de ser leídas por toda la humanidad). Después de ayudar a mi tío, sentí desaparecer mi sensación crónica de aislamiento y soledad. Comprendí a mi madre: qué tranquilizador es saberse necesaria, tener alrededor gente que dependa de una como bebés. Comprendí mi propia vida: qué cara que me cobraron mi (relativa, parcial) independencia, qué sola y abandonada estuve desde que quise romper la trampa de la interdependencia enfermiza y defender mi propio proyecto, para el que no había inversores en casa.
Ni en Japón, para el caso.
Algo de todo esto quise decir, colega blogger Omar Genovese, con mi lapidaria frase "todos somos culpables". Quise decir que mi generación es la cadena de transmisión entre la locura argentina de los '70 y la de los '90, ambas enraizadas de distinto modo en la locura peronista de los '40: el exagerado paternalismo que hizo de Perón el único Padre Argentino posible, a la vez que elevaba al medio pelo hasta el vértigo de una cuasi realeza "empresarial".
Pero mis buenos terapeutas me enseñaron que los Reyes Magos no existen. Que si tu proyecto exige capacidades superiores a las tuyas, no tenés que engendrar y criar "genios" para esclavizarlos.
Tenés que renunciar y adecuarte a lo posible.
Creí que moriría sin llegar a ver el día en que la generación anterior a la mía entendiera esto.
Pero hoy parece que Elsa Drucaroff (ver post más abajo) lo entendió.
Gracias, Elsa. Bajate del caballo con las fuerzas que te quedan: yo te tiendo la mano, sin rencores, como se la tendí a mi padre cuando estuvo enfermo; a vos, que sos la más sana. Bienvenida, Elsa, a este hermoso suelo. Nos pertenece: ya bajamos de los barcos. Hay 188 gaviotas muertas en la playa y nosotros nos estamos bajando de los barcos. Y de los caballos. Y de los semáforos. Y de las alambradas de las canchas. Y de hombros que más que hombros son lomos, a esta altura. País de centauros. Fabuloso país de niños que montan en centauros. Niños de sesenta, centauros de quince. Niños que nacen a granel, como el grano. Vidas que nada valen porque no fueron soñadas, ni planeadas; madres adolescentes sin posibilidad de elegir otro proyecto que la maternidad. Ellas no son culpables.
Gracias, Elsa.
Por fin puedo llorar.

Nuestra frustración

por Elsa Drucaroff
(escritora)

Artículo publicado hoy en Las/12


Vi por televisión a un enfermero que corría con el cuerpito de una niña en brazos. Me pregunté: “¿Qué hace una nena ahí?” A fines de los ‘70, principios de los ‘80, fui a recitales de rock. Si alguien me hubiera dicho que en un recital había guardería, hubiera lanzado una carcajada.
Ahora converso con una amiga treintañera, rockera vieja, y me entero de lo vieja que soy yo: los pibes van con sus chicos ya desde hace más de diez años, y se improvisan guarderías. Yo fui a alguno de los primeros recitales de los Redondos, alguno incluso clandestino en tiempos de milicos, con la Momia y Enrique Syms: no se precisaban guarderías; o a nadie se le ocurría ir con sus bebés, o nadie tenía, todavía, bebés. Eran tiempos donde los embarazos muy tempranos no llenaban de sentido la vida, más bien venían a obstaculizarle proyectos y sentidos.
También me cuenta mi amiga que casi todos los empresarios, no sólo Chabán y sus socios, ponen 4000 personas donde entran 1300, y que las puertas cerradas para que nadie se cuele son rutina. El milagro, dice, es que esto no haya ocurrido antes. Y me entero de más: ya no corre eso de mi época, cuando para entrar a Mau Mau había que tener 18 cumplidos. En los boliches donde circulan alcohol, éxtasis y merca, se mezclan muchachas y chicos de 13 años y de 35.
Tanta muerte y tanto horror tienen que servir para algo. Es hora de pensar las responsabilidades para que el horror no se repita. Están las evidentes: el empresario y las condiciones del local, el Gobierno de la Ciudad y la ausencia de inspecciones. De ésas se habla y son fundamentales. Pero yo quiero hablar de otras, que no niegan las anteriores. Quiero hablar de las que no tienen que ver exactamente con la política o la corrupción o con el hambre insaciable de ganancia del capitalismo. Podemos asombrarnos, horrorizarnos por la autodestructividad e irresponsabilidad de nuestros hijos, que arrojan bengalas hacia techos altamente inflamables y depositan bebés en los pisos de los baños para no perderse el recital, o podemos pensar qué dice eso de nosotros, los padres, qué de la sociedad argentina que supimos construir-les, que les hemos legado.
Las generaciones que parieron y criaron a los muertos que hoy lloramos anduvieron por Plaza Francia cantando rock nacional y por los cafés de Corrientes. Yo anduve por ahí, soy una de ellos. Algunos hicieron política cuando hacerlo, además de no dar dinero, costaba muy caro. Peleamos contra nuestros padres, nos reímos a carcajadas de que se hubieran casado vírgenes, o por lo menos de que trataran de hacérnoslo creer, de sus ingenuas advertencias, de su sexualidad pacata o hipócrita, de su filosofía conservadora. Peleamos ferozmente contra sus mentiras, sus rigideces, su terror a la crítica. Nos fue mal y nos fue bien, ocurrieron cosas tremendas pero sobre todo en la vida cotidiana, en las costumbres sexuales, en los derechos de los jóvenes, hubo logros importantes (siempre complejos y contradictorios, pero logros). Lo cierto es que ahora somos padres y hay otros adolescentes que dependen de nuestro cuidado. Pero además, ocupamos los puestos políticos, los puestos de inspección del gobierno de la ciudad, somos los dueños de boliches, los empresarios de sus recitales, los maestros y profesores de sus escuelas secundarias. Y aunque muchos queramos explicar a nuestros chicos que nuestra generación fue lo más, que como nosotros no hubo nadie, que nuestro idealismo y nuestras inquietudes y nuestra cultura y nuestra obra rebelde, y nuestra tragedia y dolor, son y serán inimitables, lo cierto es que demostramos ser incapaces de criarlos, de hacerlos crecer preparados para autoprotegerse, de enseñarles a respetarse, a confiar en que tienen algo que construir y que decir, y de transmitirles, en suma, una certeza completamente elemental: la importancia de vivir, de llegar a viejos.
Se dirá que nuestra generación también se puso en riesgo. Se repetirá que somos la generación masacrada. ¿Pero nuestros desaparecidos suman más que los muertos en vida (sin trabajo, sin educación, sin perspectivas) en que transformaron a nuestros jóvenes los gobiernos “democráticos” que sus padres eligieron mayoritariamente votar en los últimos veinte años? ¿Alguien contó el número exacto de chicos marginales que la policía mata por gatillo fácil o por supuestos o reales “enfrentamientos”, y se suman de a decenas, de a centenas, todas las semanas, todos los meses? ¿Y los chicos Bulacio, Bordón, Carrasco, María Soledad? ¿Y los muertos de Carmen de Patagones? ¿Y los 17 muertos del incendio impune de la disco Kheyvis, de Olivos, once años atrás? ¿Y los chicos secuestrados y asesinados? ¿Y los muertos del 20 de diciembre, qué edad promedio tenían?
Sí, nuestra generación se puso en riesgo. Pero equivocada o no, lo hizo porque trataba de mejorar el mundo; y si la mataron, supo cada vez por qué se ensañaban con ella. Se dirá que nuestros padres eran represores, reprimidos, y es cierto, pero hay que reconocer que en su mayoría asumieron su responsabilidad de cuidarnos y ejercieron una autoridad que era el marco necesario en el que experimentábamos cualquier transgresión. Prohibían a veces por ignorancia, o por miedo, pero en cada prohibición había otro mensaje, un mensaje del que no me reí ni me río: tu vida nos importa, vamos a protegerte incluso contra vos misma, entendamos o no, ignorantes o no, vamos a cuidarte porque tu vida vale. No fueron padres piolas, fueron padres.
No se trata de volver a la rígida ignorancia, ni de que nosotros, padres hoy, renunciemos a quiénes fuimos y transmitamos las hipocresías y mentiras que sustentaban el orden familiar de los años ‘50 y ‘60. Se trata de retomar el ejercicio de la ley y las responsabilidades que de ahí derivan. Sin duda, necesitamos un poder público que garantice a nuestros hijos y debemos reclamarlo. Pero con él no basta. La ley bien puede ser más razonable o comprensible, menos basada en hipocresías, pero antes que nada tiene que ser ley y como tal amenazar, imponer, exigir y merecer respeto.
Mi amiga rockera de treinta me dijo: “Yo conozco a esos chicos, son como éramos nosotros cuando adolescentes: creen que su vida no vale nada. Y lo peor es que tienen razón. ¿Para quién vale su vida? ¿Quién les da alguna perspectiva para que valga, o quién les da alguna señal de que merece cuidarse? Desde el padrepiolismo hasta la irresponsabilidad gubernamental, el filicidio es la práctica tan inconsciente como sistemática con que los adultos argentinos responden a su propia frustración, a su propia derrota.

¡de vacaciones...!

...parece (o parecía) haberse ido hoy don Norton (el de la fotito que puse junto a mis datos truchos en el sidebar de este blog). Pero en realidad fue secuestrado por el malvado Host Freeservers, que quiere mi dinero. La nota de rescate se encuentra (o se encontraba) en el lugar de la foto y dice, literalmente: "Freeservers no soporta enlaces remotos desde páginas gratuitas, por favor pásese a nuestro servicio de alojamiento de páginas pagas".

Es tan sofisticado Mr. Host Freeserver, que para seguir con el cuentito puedo imaginar que usa la guerra psicológica: cuando la foto reaparece y quiero postear algo sobre su reaparición, esta vuelve a ser reemplazada por la nota de rescate (¿se pueden hacer chistes con los secuestros, ahora que variamos de motivo trágico, no es cierto?). Un malo de James Bond, el Host. No sé si la foto está o no está, ni sé qué están viendo ustedes ahora. Les juro por Bill Gates que la intermitencia en cuestión es real. Yo no tomo drogas. Estoy OK. Tampoco tomo sol. Me tuesta un poco la luz de la pantalla de mi PC, junto a la que me quedaré hasta que logre aclarar este misterio...

La bengala perdida

Las bandas de nuestro estilo tenemos un público muy de cancha, muy futbolero y, entonces, del apoyo con banderas se pasó a las bengalas y a los cohetes, algo que era muy colorido y muy festivo, pero que debe cambiarse. Los músicos no estábamos tomando conciencia de lo peligrosa que era la pirotecnia. Nos encantaban las bengalas, pero ahora se tienen que terminar para siempre. Toti (Jóvenes Pordioseros), suplemento NO

Ayer (sensación térmica: 38 grados) traté de imprimir un email en un locutorio y el encargado -remera de Nirvana, pelo lacio y largo- me dio una máquina que tenía un teclado de mierda. Bastó con teclear dos letras ahí para darme cuenta de que no iba a poder ingresar una contraseña bien ni siendo Mandrake. Abandoné la máquina y me disponía a abandonar el lugar, alegando tranquilamente ante el fan de Cobain & co. (yo también lo soy, pero soy grande para andar con una remera de rock) que algo no funcionaba, que no se podía trabajar ahí, gracias y hasta luego. Pero el pibe se puso nerviosísimo y empezó a exigir explicaciones. "¿QUÉ no funciona?" "El teclado". "Sí, funciona" (lo probaba). "Funciona, pero MAL", subrayé, didácticamente, mientras le demostraba al pibe, con toda la paciencia de que era capaz, que al apretar una tecla se dibujaba infinitas veces una misma letra. Entonces el pibe, veinte años menor que yo, posiblemente pasado de hambre o de speed o de falta de sueño, pero instalado con total seguridad en su rol de abogado defensor del locutorio en el juicio sumario de hecho que nos estábamos entablando mutuamente, se puso a pontificar: "Bueno, pero depende de usted".
Su mezcla de inocencia e insolencia me dejó consternada. Contra mi costumbre, reaccioné con buen humor. "Dependerá, pero no soy Stravinsky". (Vacilé: ¿sabría ese pibe quién era Stravinsky?) "Yo no estudié piano para manejar esto", redondeé, por decirle algo, ya que no me escuchaba y lo mío era una causa perdida. "Todos usan este teclado", siguió alegando el pibe. "Bueno, así queda", le respondí. "Háganlo arreglar". Mientras salía, agotada por el esfuerzo por mantener la calma, vi cómo los demás clientes del locutorio (gente de su edad) se adaptaban a lo que hubiera: los deditos delicados de hadas jugaban a chatear, rozando apenas las letras, lanzando sordas miradas de odio sobre la vieja hinchapelotas, exigente y torpe de más de treinta (¿jubilada, tal vez?) que exigía contemplaciones para con su torpeza, no había aceptado las reglas del juego... ¡tan claras! "Depende de usted". Lo tendrían que haber escrito en un cartel en la pared desde 1990. "Depende de usted". Tan sencillo. La maña en el lugar de la ley.
Sapos como ese he tenido que comerme de a montones todos los días, en este país Gombrowicz donde la juventud reinaba y los adultos éramos ese sobrante patético, esa rebaba de poxirrán que hay que cortar del frasco porque sobra y queda fea. Adultos a quienes no había que oír, ya que todo lo que dijéramos eran cosas viejas, pasadas de moda, delirios de gente quemada de la cabeza. En el mejor de los casos, si protestábamos, nos trataban con condescendencia: "vaya, señora, vaya. Hágase ver. Vaya a un psicólogo. A usted tendrían que internarla y darle un sedante"... (etc., etc.; todas cosas que tuve que oír un día en que otro pibe de veinte me atropelló en la cola de un negocio y me atreví a reclamar mi lugar. Para no hablar de lo difícil que es y que sigue siendo tener amigos más jóvenes. No tienen lugar en el mundo y cuando hablan, son el lenguaje del autodesprecio proyectado: "¡qué aparato!", "¡vos estás de la cabeza!", así tratan a la gente que más quieren).
Ahora los pibes más chicos se sorprenden de que alguno de nosotros, alguna vez, haya tenido razón.
“La culpa es nuestra. Si nos dicen ‘no tiren tres tiros’, no tiremos”, escribió un fan de Callejeros en el foro de la banda.
¡Mirá vos!
¡Cuánta sabiduría de pronto en el rock chabón! ¿No era que dependía de usted? ¿No era que una bengala solamente mataba a 200 personas si estaba mal tirada, pero tírela bien, depende de usted? ¿No era que la seguridad falla por todas partes pero no importa, si la avalancha a usted lo pisa o lo deja de pisar es cuestión de habilidad, usted en ese momento tiene que saber ser Maradona o el forward de Los Pumas, si vive o muere depende de usted?
Omnipotencia. Y silencio.
Y ahora, el quiebre de la omnipotencia. Y el quiebre del silencio.
Impotencia: lo irremediable. Hoy soñé que mi gato (mi hijito adoptivo de otra especie) había perdido una pata en un accidente, por culpa de un descuido mío; y yo miraba ese vacío donde jamás volvería a estar su zarpita perfecta, lo miraba con el dolor de lo irremediable. Y algo me despertó de esa espantosa pesadilla. Un "miau...". Mi gato estaba entero. Jugué con él, me cansé de mirarlo, hasta lo dibujé, y no pensé en la gente.
Ahora leo el suplemento "NO" y me baja la ficha. Ya sé por qué no me enojé con el pibe de la remera de Nirvana: porque ya no reinaba. Porque había vuelto a ser él el niño, yo la adulta en plena posesión de mis facultades. No más la vieja loca. No más Homero Simpson. Ha vuelto a ser audible la voz de la experiencia y el sentido común.
Pibes.
Les dimos el control.
Creímos que en su belleza joven tenían siempre razón.
Nos prepoteaban, y nos callábamos.
Los dejamos prender bengalas que nosotros admirábamos.
¿Ha visto, pibe?
Ya basta, pibe.
Todos somos culpables.

Thursday, January 06, 2005

poesía y policía

En casa había libros de poesía pero hasta donde recuerdo, la primera vez que oí la palabra "poesía" fue en preescolar, pronunciada por la señorita Marta. No debe haber sido la primera vez que oía esa palabra, ya que la comprendí; un compañerito, en cambio, preguntó: "¿policía?"

Era un colegio caro y él no sonaba asustado; más tarde comprendí esa falta de temor que para mí era extraña.

Ahora, en mi atestada cuenta de Hotmail (tengo, sí, además, una en Yahoo, otra en Arnet, una gratis en Ciudad y dos en Hotmail más) me sucede una confusión parecida entre poesia.com y ProZ.com.

No sin pena, decidí borrar todos los Poemas del Día no leídos del año pasado... (sí, ya sé lo que estás pensando: pero TENGO OutLook. Lo que me falta es TIEMPO para leer 365 mensajes... ¡Hagan un libro, estos muchachos de poesia.com! ¡Una buena agenda!).

No borré, en cambio, los enlaces a bases de datos de traductores que me llegan a través de ProZ.com. (Algún día seré monja trapense u ¡horror! un ama de casa de verdad y no haré más nada y entonces actualizaré de una vez por todas mi curriculum -versión definitiva- y lo mandaré a todos los lugares a donde lo tengo que mandar. Y me lloverá trabajo cuando ya no lo necesite, porque habré ganado el Nobel o estaré en Chacarita, murmurando desde el fondo de la tierra: ÑUUUUUUUUUL...).

Cuestión que me costaba distinguir uno de otro.

Concluyo que la palabra poesía, metáfora ella misma, se corre metonímicamente hacia otras. Y es la única a la cual la rima con "policía" y el sufijo ".com" le suenan a elegante ironía, le bailan como un anillo grueso y falso a un dedo demasiado fino.

En cambio, la palabra "poeta" es espantosa.

Wednesday, January 05, 2005

guarango way

¡Qué asco, nuestra versión de lo moderno!
Salgo a la calle, subo a un colectivo o miro un noticiero, y casi toda la gente que veo es joven o cree serlo y podría haber pasado por la misma producción que el personaje de Brad Pitt en el Club de la Pelea. Se parecen a la imagen Hollywood de Tyler Durden con sus gafas estridentes y su cuerpo para la muerte, orgulloso, violento, bestial. O a El Triunfo de la Voluntad si a la convención del partido nacionalsocialista alemán la hubieran celebrado en ácido. Es el Gran Estilo Veraniego Argentino: pelos parados y peinados para arriba con gel como púas de peces tropicales, púas que se erizan amenazantes. Curvas lustrosas, curvas satinadas: los guardabarros de los autos caros; los bíceps trabajados, tatuados y bronceados luciendo abrazaderas de velcro fláccido. Se mueven como bueyes en el calor. Ostentan cuero y carne. Lucen cosas con hebillas, cosas que parecen armas o herramientas: las formas del trabajo y de la guerra pero sin convicciones. Llevan teléfonos celulares con ruiditos, llevan colores flúo, ropa deportiva sobre el look cama solar: rosa sobre marrón, agresión pasiva por todos lados. Llevan la plata puesta, para mostrarla. Y ni siquiera es mucha. Estilo zombi, estilo, es el Híper Estilo de la Gran Grasada. Avanzan como tanques, absorbidos por el vacío. Aplastan todo a su paso, pero no van a ninguna parte. Avanzan los vagos sin futuro con sus remeras rockeras, las nenas bellas sin más palabras que las del hastío. Avanzan todos munidos de cosas puntiagudas, brillantes. Y solamente saben odiar.
Y nunca paran.

Sunday, January 02, 2005

Gatzilla

Mi gato juega conmigo a un juego que él parece haber inventado.
Se para en un lugar del patio, me mira y corre. Sale disparado en alguna dirección que me es imposible prever. Generalmente se para en alguna especie de encrucijada (alguna parte del patio que ofrece más de una posibilidad de salida) y me mira haciéndose el tonto. Emite un maullidito hueco, pseudo infantil, como diciendo: "¿a que no adivinás para dónde voy a salir?". Y de repente ¡zas! si me distraigo, desaparece.
Al minuto, su engolado maullido de triunfo me orienta. Perdí puntaje, parece. Y el juego recomienza. En cambio, si no me distraigo, lo corro para donde dispara. Y después pega la vuelta y sigue en la dirección contraria, pero esta ya es más predecible. Lo sigo y se deja alcanzar. Y me hace "uh, uh", como diciendo: "perdí, pero haceme mimos".
Puede ser que a este juego se lo haya enseñado alguien. A mi gato, en sus primeros seis meses, lo crió una vecina mía, jubilada, que tenía mucho tiempo para él. Mi vecina se levanta a las siete y media de la mañana. Esta parece ser la hora favorita de mi gato para jugar.

Saturday, January 01, 2005

genocidisco

República Cromagnon. País troglodita, barnizado de una modernidad truchita, que de lejos parece más moderna que la de Estados Unidos o Europa y de cerca es miseria patética. País modernoso, donde la gente se cree que todo orden es facho. País posmoderno donde se da por superada toda forma de contrato social. No hay diálogo posible (sólo falsas polémicas) y la terceridad de la Ley (la ley literal) no da abasto. Y encima se la sospecha corrupta. De modo que su única función termina siendo el terror. País que quiere seguir la joda con la excusa de que es el último día del año y hay que festejar cuando "último día", en este caso, también puede ser un trozo (material) de apocalipsis. País donde la vida no vale nada porque sos adolescente hasta los 33 y a los 34 te jubilan, ya no servís más. País sin adultos, sólo de niños y de viejos. Viejos a quienes ya nadie escucha, o escucha cuando ya es tarde.
Niños de cualquier edad, que juegan con fuego. Sin saberse víctimas.

Dijo hoy Josi:

Se tiene que acabar que Argentina sea un chiste. Que (un boliche) tenga habilitación para 1200 y entren 4000. A alguien le tiene que importar...
Lo de ayer se pudo evitar. Pero más que por la eficiencia del Estado, me habría gustado saber que no pasan cosas así porque los dueños de los locales respetan la vida humana y no porque le tienen miedo a la justicia.
Me gustaría saber que hay más argentinos que se quieren a sí mismos. Que se termine la autodestrucción de los argentinos, que empieza desde pintar un graffiti en un monumento público y llega hasta matar 175 futuros de cuajo.


Dijo mucho más, pero es con esto que concuerdo.