Friday, January 07, 2005

La bengala perdida

Las bandas de nuestro estilo tenemos un público muy de cancha, muy futbolero y, entonces, del apoyo con banderas se pasó a las bengalas y a los cohetes, algo que era muy colorido y muy festivo, pero que debe cambiarse. Los músicos no estábamos tomando conciencia de lo peligrosa que era la pirotecnia. Nos encantaban las bengalas, pero ahora se tienen que terminar para siempre. Toti (Jóvenes Pordioseros), suplemento NO

Ayer (sensación térmica: 38 grados) traté de imprimir un email en un locutorio y el encargado -remera de Nirvana, pelo lacio y largo- me dio una máquina que tenía un teclado de mierda. Bastó con teclear dos letras ahí para darme cuenta de que no iba a poder ingresar una contraseña bien ni siendo Mandrake. Abandoné la máquina y me disponía a abandonar el lugar, alegando tranquilamente ante el fan de Cobain & co. (yo también lo soy, pero soy grande para andar con una remera de rock) que algo no funcionaba, que no se podía trabajar ahí, gracias y hasta luego. Pero el pibe se puso nerviosísimo y empezó a exigir explicaciones. "¿QUÉ no funciona?" "El teclado". "Sí, funciona" (lo probaba). "Funciona, pero MAL", subrayé, didácticamente, mientras le demostraba al pibe, con toda la paciencia de que era capaz, que al apretar una tecla se dibujaba infinitas veces una misma letra. Entonces el pibe, veinte años menor que yo, posiblemente pasado de hambre o de speed o de falta de sueño, pero instalado con total seguridad en su rol de abogado defensor del locutorio en el juicio sumario de hecho que nos estábamos entablando mutuamente, se puso a pontificar: "Bueno, pero depende de usted".
Su mezcla de inocencia e insolencia me dejó consternada. Contra mi costumbre, reaccioné con buen humor. "Dependerá, pero no soy Stravinsky". (Vacilé: ¿sabría ese pibe quién era Stravinsky?) "Yo no estudié piano para manejar esto", redondeé, por decirle algo, ya que no me escuchaba y lo mío era una causa perdida. "Todos usan este teclado", siguió alegando el pibe. "Bueno, así queda", le respondí. "Háganlo arreglar". Mientras salía, agotada por el esfuerzo por mantener la calma, vi cómo los demás clientes del locutorio (gente de su edad) se adaptaban a lo que hubiera: los deditos delicados de hadas jugaban a chatear, rozando apenas las letras, lanzando sordas miradas de odio sobre la vieja hinchapelotas, exigente y torpe de más de treinta (¿jubilada, tal vez?) que exigía contemplaciones para con su torpeza, no había aceptado las reglas del juego... ¡tan claras! "Depende de usted". Lo tendrían que haber escrito en un cartel en la pared desde 1990. "Depende de usted". Tan sencillo. La maña en el lugar de la ley.
Sapos como ese he tenido que comerme de a montones todos los días, en este país Gombrowicz donde la juventud reinaba y los adultos éramos ese sobrante patético, esa rebaba de poxirrán que hay que cortar del frasco porque sobra y queda fea. Adultos a quienes no había que oír, ya que todo lo que dijéramos eran cosas viejas, pasadas de moda, delirios de gente quemada de la cabeza. En el mejor de los casos, si protestábamos, nos trataban con condescendencia: "vaya, señora, vaya. Hágase ver. Vaya a un psicólogo. A usted tendrían que internarla y darle un sedante"... (etc., etc.; todas cosas que tuve que oír un día en que otro pibe de veinte me atropelló en la cola de un negocio y me atreví a reclamar mi lugar. Para no hablar de lo difícil que es y que sigue siendo tener amigos más jóvenes. No tienen lugar en el mundo y cuando hablan, son el lenguaje del autodesprecio proyectado: "¡qué aparato!", "¡vos estás de la cabeza!", así tratan a la gente que más quieren).
Ahora los pibes más chicos se sorprenden de que alguno de nosotros, alguna vez, haya tenido razón.
“La culpa es nuestra. Si nos dicen ‘no tiren tres tiros’, no tiremos”, escribió un fan de Callejeros en el foro de la banda.
¡Mirá vos!
¡Cuánta sabiduría de pronto en el rock chabón! ¿No era que dependía de usted? ¿No era que una bengala solamente mataba a 200 personas si estaba mal tirada, pero tírela bien, depende de usted? ¿No era que la seguridad falla por todas partes pero no importa, si la avalancha a usted lo pisa o lo deja de pisar es cuestión de habilidad, usted en ese momento tiene que saber ser Maradona o el forward de Los Pumas, si vive o muere depende de usted?
Omnipotencia. Y silencio.
Y ahora, el quiebre de la omnipotencia. Y el quiebre del silencio.
Impotencia: lo irremediable. Hoy soñé que mi gato (mi hijito adoptivo de otra especie) había perdido una pata en un accidente, por culpa de un descuido mío; y yo miraba ese vacío donde jamás volvería a estar su zarpita perfecta, lo miraba con el dolor de lo irremediable. Y algo me despertó de esa espantosa pesadilla. Un "miau...". Mi gato estaba entero. Jugué con él, me cansé de mirarlo, hasta lo dibujé, y no pensé en la gente.
Ahora leo el suplemento "NO" y me baja la ficha. Ya sé por qué no me enojé con el pibe de la remera de Nirvana: porque ya no reinaba. Porque había vuelto a ser él el niño, yo la adulta en plena posesión de mis facultades. No más la vieja loca. No más Homero Simpson. Ha vuelto a ser audible la voz de la experiencia y el sentido común.
Pibes.
Les dimos el control.
Creímos que en su belleza joven tenían siempre razón.
Nos prepoteaban, y nos callábamos.
Los dejamos prender bengalas que nosotros admirábamos.
¿Ha visto, pibe?
Ya basta, pibe.
Todos somos culpables.