Wednesday, June 01, 2005

Joda al Yoda

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, fui con una patota de hermanos y primos (todos niños o adolescentes por entonces) a ver La Guerra de las Galaxias (le decíamos así, y no sabíamos que vendrían más) cuando la estrenaron en Rosario, en un cine que hoy es un templo evangelista y que en aquel entonces llevaba el premonitorio nombre de Cine Imperial.
Anoche, siguiendo la recomendación de un cineasta y médico porteño muy amigo, fui a ver Star Wars, Episodio III, La venganza de los Sith. Mi amigo me explicó que la primera parte ahora es la sexta, y me recomendó ver las otras cuatro. Supuse en cambio que ese bache no me resultaría un obstáculo... Supuse mal: si un Jedi paga cara su arrogancia, ¿qué queda para los plebeyos de a pie?

Me quedaron un montón de dudas. La más desesperante: ¿dónde aprendió a hablar inglés el Maestro Yoda? ¿Por qué, encima de ser un sonriente enano orejudo y verde que podría pasar en cualquier programa de TV por el hermano bueno de Bernardo Neustadt, abusa del hipérbaton? No emboca un sujeto, un verbo y un complemento en el orden natural de la prosa inglesa ni por error. ¿Nadie le dice que habla raro? No, al contrario, todos los caballeros del Consejo Jedi lo escuchan respetuosamente, como si además el hipérbaton en virtud de un efecto retórico insondable expresara una sabiduría sobrehumana de por sí. En vez de decirle: "Che, no se dice 'Atacar de inmediato debemos no', porque no se te entiende", se quedan mirándolo, esperando a que termine la frase y caigan el verbo y el adverbio de negación, pasmados como diplomáticos yanquis ante algún anciano canciller de Alemania del Este.
Sí, ya sé que Sancho hablaba en refranes y que Don Quijote imitaba al héroe medieval medio. Ya sé que la saga de George Lucas, objeto de risa y de ridículo para sus contemporáneos que no le perdonamos que no se trate de nuestra época y la consideramos un mero entretenimiento infantil, es a la historieta de ciencia ficción épica lo que el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha fue a las novelas de caballería; ya sé que Star Wars será el Quijote del siglo XXV, y que George Lucas lo presiente -o lo percibe-. Pero Cervantes, manco en combate como Anankin Skywalker y todo, manejaba mejor el recurso de verosimilitud. Sus demás personajes sufrían la incomprensibilidad del discurso de ese tal Alonso Quijano o Quesada en algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, y no dejan de celebrar su retorno al habla normal y sensata -es decir, al cronolecto de su época- cuando el antihéroe loco recupera el 'common sense'.
Para George Lucas, en cambio, 'sense' es un verbo. "I sense..." (bastante bien traducido en los subtítulos como "Percibo que...") es la fórmula de apertura de casi todos los juicios apodícticos paranoicos de los nobles caballeros Jedi. Me distraía una y otra vez del placer culpable de contemplar esas portentosas batallas de juguete, rebosantes de fantasía, esa machacante frasecita. Parte de la culpa es mía: si una se pasa la semana corrigiendo o editando versiones al inglés, el recreo no debería ser una película donde los más solemnes personajes, deliberadamente y por algún capricho u oscuro sentido del guión, no aprobarían un TOEFL. Al cabo de más de una hora, Samuel L. Jackson, Ewan McGregor et al. y sus caras de circunstancia estaban poniendo a prueba mi paciencia. No podía tirarles con el pochoclo porque ya estoy algo grande para esas cosas y porque ya me lo había comido todo, pero los amenacé: "Pucha, muchachos, la próxima vez que los oiga decir 'I sense...' me levanto y me voy". Pero cuando volví a prestar atención a la pantalla, ahí estaba esa escena maravillosa: bajo un cielo del color de metal al rojo, en lo alto de un gran pedazo de chatarra que flotaba derritiéndose en un gigantesco y torrentoso río de lava, luchaban los dos jóvenes héroes, trenzando los minúsculos rayitos turquesa de sus espaditas láser en una esgrima inverosímil. Y entendí: "Claro, acá 'sense' es un verbo".
Parece que me hicieron caso; no volvieron a 'presentir' nada, porque ya no había nada que presentir. Los hechos se precipitaban en catacresis como en el quinto acto de una tragedia y revelaban, precisamente, elementos de tragedia (destino de incesto y de parricidio, como en aquella otra saga clásica: la que se inicia con el Edipo Rey de Sófocles), con anagnórisis o conciencia trágica incluida... Sólo que la anagnórisis en el Episodio III, como en los melodramas, le toca al espectador: ¡Cómo! ¡Cómo es posible! ¡El malvado Darth Vader, el cuco que simbolizaba a mi tío en la saga de pesadillas recurrentes de mi prima, en el fondo era bueno! ¡Cómo! ¡Los dulces e inocentes Luke y Leia de mi temprana adolescencia, al final, eran unos trasgresores de aquellos! ¡Y mirá todos los actores que había -tapados de maquillaje- en esta película! ¡Y yo me creí que eran muñecos animados! ¡Cómo! ¡Soy la última en salir del cine por quedarme mirando los créditos de la película a ver quién diseñó los trajes y las naves, y me dejaron la salida de emergencia CERRADA! (Parece que SIEMPRE cierran las salidas de emergencia en este país, y que sólo nos enteramos todos en caso de incendio; pero eso ya pertenece a una galaxia más cercana.)

NOTA del 2 de junio:
Me aclara mi amigo, entusiasta de la saga por los mejores motivos, que la primera película de Star Wars es la cuarta, filmada en 1977. Luego vino Star Wars, El Imperio Contraataca, y luego Star Wars El Retorno de los Jedi en 1981. Lucas retomó la saga con Star Wars I La amenaza fantasma en 1999 y luego Star Wars II, El Ataque de los Clones en 2003 y ahora el episodio III: la Venganza de los Siths.

Decepción del 3 de junio: "Desde la totalidad de Starwars debo decirte que lo escribiste en Joda al Yoda tiene un error, uno solo, en relación a los gemelos Luke y Leia. Son hermanos, pero no son transgresores, salvo que están en contra del imperio militar de los Siths. No hay incesto en las últimas tres partes. Leia se enamora del pirata Han Solo (Harrison Ford) y Luke se vuelve el célibe seguidor de Yoda y los nuevos Jedi. Son los verdaderos héroes de la saga (...)" me aclara mi amigo. ¡Gracias, Fernando!