tamagotchi
El teléfono móvil, como el divorcio o la lactancia de un hijo o las inundaciones, era una de esas cosas que les pasaban a otra gente. Cargar la batería: ¿qué tenía que ver yo con eso? Y aquí estoy, alimentando con energía eléctrica a mi nuevo tamagotchi. O tama-gotcha, valga el mal chiste. Con esa luz verde Alien de cosa marciana... ¿la harán así a propósito? Ya superé el cambio de la máquina de escribir (ese bello fetiche oloroso, ruidoso) a la PC; ya pasé el shock de la factura propia, el primer cheque, la tarjeta banelco... y siempre el asombro: ¿Yo, acá? ¿Yo, con esto?
Pero a la PC la deseaba; esto, en cambio, es más parecido a una obligación. No es para uno mismo ni por ley: es para los otros, para que te encuentren. Extrañamente, lo social retorna en lo técnico. Tengo que desaprender veinte años de entrenamiento mental en solipsismo. "¿Y usted...? ¿Qué pasa con usted...?" La pregunta por mí como sujeto, el drill de diván cada vez que uno invocaba al país o a mamá, hoy es tecnología obsoleta. Con lo que me costó cultivar mi fobia social, llevarla a la perfección... pero el mundo ya no es de los fóbicos. Las mil formas de desaparecer, de escaparse, de no estar para nadie: la casilla de mensajes, la voz grabada, "no estamos disponibles"... todo eso era un símbolo de status pero ya fue. El trabajo arduo de convertirme en una egocéntrica de mierda fue tiempo perdido. En el siglo XXI hay que ponerle la oreja a la demanda.
Al principio, hice trampa. Daba el número, pero no usaba el bicho de silicio y plástico y rezaba: ojalá que no me llame nadie. Al fin, me rendí. La lógica del tamagotchi nos invade: conectividad es la clave. En algún sentido es volver a los setenta, a los terroristas que sincronizaban sus relojes, al happening...
Pero sin fiesta. El celular es moral, es Japón. El deber es ante los demás. Los chicos ricos se socializan mediante el celular. Los que no, tiran de un carro y jalan poxirrán.
Hoy vi a uno, con su pesado carro y su bolsita, y sus perros. Lo vi desde el balcón. Se sentó en la plaza a descansar, a esa hora de la siesta en que los vecinos no salen. Era un niño viejísimo. Lo rodeaban una soledad y un silencio cercanos a la muerte. En el fondo de la bolsita había una sustancia traslúcida, levemente dorada; y él de ahí respiraba, como con asma. Qué obtendría de eso. Mundos, todo sueño parecía venir de ahí. Lo comprendí desde mis antiguas cervezas. Casi había olvidado el tiempo en que yo no podía pagarme una vida. Hay más chicos aspirando pegamento que escribiendo mensajes de texto. "La niñez conectada...": bullshit, yo también fui invisible.
No crean todo lo que leen por ahí.
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