Háblame, noche
No recuerdo ningún sueño de la última semana. Es como si ya no tuviera sueños.
Hoy me llamó un amigo que está leyendo mis poemas, en la antología personal que publiqué el año pasado, y me preguntó qué problema tenía con los revólveres. No, ahora me acuerdo bien: no preguntó, sino que aseguró: "vos tenés un problema con los revólveres".
Supe enseguida que se refería a cierto pasaje de un poema, "Canción negra de sangre", de mi libro "Viernes" (Bajo la Luna, 2001) donde cuento un sueño que tuve: "En el sueño componíamos una canción. / Se ponía difícil, no me salía. / Entonces yo sacaba mi revólver y lo ponía / entre las dos, sobre la mesa".
Cuando leí ese poema en el ICI hice la mímica del gesto, simulando el peso del revólver en mi mano (en el sueño, la mesa era de madera lustrada). Elvio Gandolfo, que estaba entre el público, se sobresaltó. La anécdota del poema es un conflicto laboral con una colega, crítica de arte (dos personas para un mismo puesto, en el que yo estaba desde antes), conflicto que logré resolver dividiendo en dos un papel con una línea. Para algo me sirvió estudiar dibujo. Para hacer realidad un sueño.
El sueño es el origen de la poesía y del teatro. En el sueño habla una verdad como la de Hamlet; nada dice cosas como el sueño.
El sueño dice cosas.
Cosas, no palabras.
Háblame, noche.
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