Happy birthday to me!
Nunca me había imaginado el día de hoy porque temí que no viviría para verlo.
No es que tenga nada grave, pero no sé, será porque desde chica le creo a Darwin eso de la supervivencia de los más aptos y porque siempre me sentí un poco inepta, el hecho de vivir (vivir literalmente, en el puro sentido de seguir con vida) me pareció siempre tan difícil y arduo que creí que no lo aguantaría cuarenta años.
Lo que más me asombra es este silencio. Por suerte no se trata de la vejez, como temí. Todavía no es el fin; parece que sólo es el fin de las bienvenidas. Ya estás acá, parece decirle el mundo a alguien de cuarenta años. Se lo dice con un silencio. Es un silencio agradable: implica la sensación de ya no tener que pedir permiso, de ya no tener que explicar a qué vine. Uno es un ejemplar adulto de la especie dominante (sí, la que está haciendo bolsa el planeta), punto.
Mi cumpleaños del año pasado fue tan distinto: lo sentí como una especie de Bat Mitzvah o de bautismo con algunas décadas de atraso. Una recepción, largamente demorada. Un premio a mi espera de treinta y nueve años en el umbral de la puerta.
Este, en cambio, es mío.
Anteayer me cambié el color del pelo a rojo oscuro y me saqué unas fotos, donde tengo la ilusión de parecerme vaga y remotamente a Julianne Moore en "Magnolia"... Mentira, tengo la misma cara de nada que en cualquiera de mis otras fotos y que en cualquier otra foto de DNI de cualquier otra persona. ¿Cómo logré esa cara?
Ayer a la mañana posteé un poema malo antes de salir a tramitar mi nuevo DNI.
Autorregalo: "Chicos prodigiosos", de Michael Chabon.
Hoy desperté por teléfono a un amigo, que se puso a anotar sus sueños.
Hoy también me llamaron de una cadetería para avisarme del envío de un reloj.
Lo mismo que me regalaron mis padres cuando cumplí once.
Primero preguntaron por Esther, que no es mi nombre, pero resultó que era yo.
El envío, que el cadete trajo recién, incluye una tarjeta tipo española, con un detalle en tela, y un papelito pegado con una frase sospechosamente linda, firmada por mi madre (arriba pone la fecha de mi nacimiento, no la de hoy).
Adentro hay un papelito suelto, sin firma, que dice en letra temblorosa: "Tengo quebrada la muñeca derecha". Sospecho que debe ser de mi hermana la menor, la misma a quien dejé de hablarle el día de 1996 en que amenazó con quebrarme los dedos como se los quebraban a Paul Newman en "El Audaz" (consejo: nunca lleves a tu hermanita adolescente a ver películas hipercompetitivas sobre jugadores de pool).
Justicia poética, supongo.
Una vida lisa, sin ritos de pasaje, si tuviera que resumirla.
Esta noche: cena. Sólo amigos.
Pago yo.
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