Sunday, January 29, 2006

mientras el gato duerme

me voy volviendo optimista

Todo sería mucho más sencillo si tuviera un montón de dinero. El respeto vendría solo, en forma automática. No dependería de variables demasiado etéreas, relativas o fluctuantes. Sería una tranquilidad no sólo económica, sería una tranquilidad social. Lo demás se mantendría de la misma forma. Trabajaría tanto como ahora; pero lo haría para obtener dinero, no para comprar respeto, no para dejar en claro que en el mercado hay una demanda de mi tiempo y que por eso mi tiempo vale, aunque eso no sea del todo cierto, aunque a la eficiencia salvadora de la continuidad del empleo y de la buena fama que lo asegura haya que dibujarla un poco, mentir un poquitito (y cuánto que perdí por no atreverme) para que no te roben tu lugar.
(Lo más horroroso es que a los treintañeros ese gesto urgente les sale mucho mejor. Siempre logran darme la sensación de que los cuarentones somos una piltrafa.)

Y nada, pasando a otro tema que nada que ver, que con 41 a. recién cumplidos hoy, me doy cuenta de que el mal relativo existe, de que el mal por lo general es relativo y remontable, de que no todo mal es absoluto.
Es decir: "se ríen porque tropiezo", "me critican si me equivoco" (mal relativo) no tiene nada que ver con "se ríen porque entré", "te odian por tus aciertos" (mal absoluto).
La idea del chequeo del error, corrección del error y santo remedio no entraba en mis cálculos. Menos aún la diferencia entre eso y una adversidad eterna, absurda, implacable.
Pero con el mal relativo se dialoga, se negocia, al mal relativo se le pone fin; sólo del mal absoluto (aquello de la vida que es muerte) es preciso huir, porque jamás descansa.
Por suerte el mal absoluto, en tiempos de paz, es más bien raro. Saber eso me sacó el miedo. Pedro Páramo, de Juan Rulfo, es un libro sobre el mal absoluto. No me parece casual que sea contemporáneo exacto de Noche y niebla...

Tengo que limpiar, encargar los sandwiches.

Saturday, January 28, 2006

la ratonera

animales experimentales VI


Hoy entraron canturreando las dos cobayas a mi pieza.
Temprano, sólo pude devolver a su castillo de cartón en la pieza de Déivid a Dora, que está gordísima. La otra, la negra de cuellito colorado, es prácticamente silvestre. Agarrarla requirió una división del trabajo entre las tareas de localización y captura: el gato (investigador nato) hace las veces de sabueso y me indica dónde está. Para mi gato es un juego; pobre, él no sabe que lo estoy haciendo trabajar como policía. Así que en mi descanso en la redacción de un informe y de un artículo anduvimos corriendo la coneja, literalmente.
Espero que la cobaya no se haya traumado mucho por haber tenido que arrinconarla sin dejarle salida (comprendí el sentido de la palabra "ratonera"; es ese) para alzarla suavemente mientras sacudía las patitas con desesperación.

De las 73 páginas que leí hoy por trabajo (60 de novela, 3 de cuento y 10 de ensayo de investigación), esta es una de las frases que más me gustó: "Para una educación que apunta al consumismo, pero que aún vive de los mitos e idealizaciones, las manifestaciones del arte seguirán siendo solamente las obras de arte del millón de dólares". (Nancy Rojas, "El arte del mercado").
Me gusta porque creo que su lógica es transferible a muchos otros aspectos. Para esa misma educación, la única novela es la del millón de copias vendidas, la única película es la de Hollywood, y un poeta no puede ser nunca alguien que se codea naturalmente con el resto de los mortales y que tarda 5 años en agotar una tirada de 300 ejemplares de un libro bueno, muy bien diseñado e impreso, con una mala distribución y casi cero publicidad.
En la entrevista telefónica, Nancy me dice que hay obras de 1.500 dólares y obras de 500 pesos; le pregunto si ve en esto una desigualdad o injusticia, o algún escalafón o jerarquía, y me dice que no, que la diferencia no es de jerarquía exactamente, es decir: no es que las de $500 sean peores que las de U$S1500, sino que el artista recién empieza a emerger, a visibilizarse, a instalarse en el mercado. Son precios que después, si todo va bien, suben.

Como dijo un catalán, "no hay que confundir valor y precio". ¿Es ser venal reflexionar sobre estos temas? Creo que no. ¿Arruinan el placer de producir? No y no. Yo agregaría: no se trata de ser Picasso o ser nadie, y además, ¿quién quiere ser Picasso? Vale decir, ¿quién puede? O: ¿vas a ser un cero a la izquierda porque no escribas como Rulfo? ¿O porque cultives un género, porque plantes tus palabras en macetas en un humilde patiecito dentro de la tradición de la Literatura? ¿Está mal querer vivir de eso como cualquier plomero o electricista?

Friday, January 27, 2006

Santa Francisca

Ayer andaban sueltos de nuevo por la plaza el perro cruza de ovejero y husky y la perra mestiza autores de los días de los seis cachorros que fueron la chochez de las vecinas hace un par de meses. Salí a sacar la basura anoche, los vi enfrente y los llamé. Los dos me vinieron a saludar como viejos amigos, con algo en sus caras que parecían ser amplias sonrisas.
Ahora, desde hace unos minutos, en el alféizar de la ventana del estudio se ha sentado, más que posado, una paloma. Ahueca sus plumas, se acicala: se ha instalado. No le molesta el ruido de las teclas. De cerca su carita (el ojo redondo, el pico rojo y largo) es cómica; nada que ver con esa imagen sublime aeronáutica que da en vuelo, y que le inspiró a Rulfo esta frase: "una paloma aletea como desprendiéndose del aire". (O algo así; estoy citando de memoria.)
Ni noticias de las "ratas" salvo un horrible ruido de patitas, y eso que las mimo con verdura fresca a montones. La no tan fresca va para las lombrices californianas. Seguramente debe haber escarabajos y otros seres en su caja, también; no he mirado.
Dejad que las aves y los felinos y los roedores y los cánidos vengan a mí. Cuando vuelvan los seres humanos en febrero, con sus noticias relevantes y sus demandas, nos habremos vuelto salvajes todos y ya no les entenderemos más una palabra.

Thursday, January 26, 2006

animales experimentales IV

del cobayo como sujeto de experimentación

En casa tenemos clara la diferencia: un cobayo NO es un hámster. Se trata de diferentes especies. Los cobayos son muy grandes para correr adentro de una ruedita. Más bien corretean, exploran, descubren constantemente nuevos espacios y usos del espacio. El laberinto sería el hábitat artificial-natural del cobayo, que si no lo tiene, lo traza. Nabokov, entomólogo aficionado además de novelista, explicaba a sus sorprendidos alumnos de literatura de no me acuerdo qué prestigiosa universidad yanqui que el insecto en que se había metamorfoseado Gregorio Samsa no era una cucaracha sino una especie particular de coleóptero volador; habiendo, como había, una ventana en su cuarto, Samsa podría haber huido volando. Del mismo modo es posible especular con que otro bicho kafkiano, Josefina la ratona cantora, sería una cobaya. Pero por si el tema roedoril ya aburre, remito a otro blog donde quien suscribe ha dejado un comentario sobre arte del siglo XXI.
Sufi por hoy.
Tengo que laburar, tomar sol...
¡...y seguir leyendo a Rulfo!
(todo un desafío: ¿cómo escribir DESPUÉS...?)

UPDATE: Chris Penn murió ayer.

Wednesday, January 25, 2006

Josefina la cantora

-...El olvido en que nos tuvo, hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
(Juan Rulfo, Pedro Páramo)


En ninguna parte está escrito que la existencia de un ser humano deba ser celebrada, o que su obra deba ser reconocida. Muchos códigos sacralizan la vida, o prohíben matar: positiva o negativamente, estamos bajo el mandato de respetar la vida del prójimo. Pero ¿qué sanción hay para el periodista que no reseña un libro, o para el historiador de arte que no deja constancia de quién es el autor de cierto monumento?
Ninguna; absolutamente ninguna, que yo sepa.
La divulgación de información sobre el patrimonio cultural queda sujeta así a la arbitrariedad más extrema.

Habría que empezar a evaluar pérdidas: cuántos manuscritos inéditos quedan sin publicar, cuántas obras de arte salen del país ilegalmente sin control ni registro, todo por la maldita idea de tomar la obra como algo personal del autor, y el silencio en torno a la misma como un justo castigo para la hybris o vanidad del artista. En los países europeos que han sufrido el saqueo nazi, y otros saqueos, la cuestión se plantea de otra forma, en términos de patrimonio cultural.
Todo esto no lo digo por mí, sino por mi abuelo; ver post de ayer. Cualquier drama personal del artista en su relación con el poder tiene que quedar en segundo plano respecto del interés superior del valor de la obra, entendida ésta como capital simbólico perteneciente al dominio público. Y los críticos e historiadores tendrían que formularse una suerte de juramento hipocrático. Si un médico, a la hora de salvar una vida, no distingue entre un genocida y un santo, un crítico debería usar más responsablemente su poder para salvar una obra del olvido, y, ante una obra de buena calidad, no debería reparar en impresentabilidades morales o políticas del autor, mucho menos en tirrias personales más o menos inexplicables.
Este no pretende ser un post críptico: ignoro qué problema tuvo il nono o con quién, y es muy difícil averiguarlo casi un siglo después. A lo mejor fue un simple karma, o la inercia del medio. Quizás no hubo fallas morales sino lo contrario, una saludable falta de escándalo. El olvido local de mi abuelo demuestra cómo, por culpa de la irresponsabilidad de los críticos e historiadores ante el patrimonio artístico, los artistas quedan entrampados en un dilema moral donde si no se autopromocionan ni adulan a los críticos y a los estilos de moda quedan borrados, todo ello ante una sociedad que condena la autopromoción y aplaude la integridad a cualquier precio.
Pero por otra parte el rencor ante este olvido, que es la forma retorcida que la piedad filial ha asumido en mi madre, es tremendo por demás; su furor vengativo es digno de un Laertes, ni que se lo hubieran matado. Me alegra que mi nota haya podido calmarla al fin. Escribir sobre la obra de mi abuelo fue hallar una coincidencia entre mi propio deseo (escribir) y el de mi madre (ser viuda de su padre). Me sale más barato esto, que pretender saldar esa falta infinita con una supuesta fama mía imposible de lograr. Sería inmerecida y soy patológicamente tímida, para colmo. Pero en el esfuerzo vano logré la mínima autoridad crítica y espacio de poder necesarios como para emprender esta reparación de la fama negada a mi abuelo, reconstruir la escena amorosa edípica de mi madre y lograr que la vieja se deje de joder de una vez.

Sobreviviré.

Revolví una librería. Me compré la edición de $15 que trae Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo. Ya tengo el libro de sus cartas, así que ahora tengo sus obras completas. Me contuve ante lo que debe ser el último ejemplar de El Affair Skeffington (1992, Bajo la Luna) de María Moreno, sepultado entre una pila de libros de poesía. Confío en que algún buen amigo me regale para mi cumpleaños (29/1) Zuckerman encadenado (2006, $ 49) de Philip Roth.
Y la sección de psicoanálisis lacaniano sigue ejerciendo sobre mí un magnetismo casi pornográfico.

Déivid cambió el cobayo macho por una hembra, negra y con una especie de collar que es del color que tiene la luna cuando recién sale.
Las cobayitas cantan. Desde la pieza de Déivid brotan unos gorjeítos burbujeantes: cuí, cuí, cuí... ahora entiendo por qué se llaman cuis estos animalitos. Yo le discutía a Déivid que el singular era cuis y el plural cuises, pero en el diccionario figura como "cuy", y así se lo llama en todos los países de América hispana menos en éste. Me imagino los argentinos en el campo: "cuí", dice el peón. "Cuis", corrige el patrón de la ciudad, que nunca los oyó cantar.
Éste fue un aporte más de los Dres. Durden & Norton a la búsqueda de le mot juste.

Tuesday, January 24, 2006

30 años y un día

ATOPIA (Reuters). La División de Animales Experimentales de nuestra sede Holmberg (ex pieza de Déivid) fue esta madrugada el teatro de operaciones de una guerra entre cobayos que finalizó hoy cuando el susodicho integrante de la especie Homo Sapiens devolvió el cobayo macho a la veterinaria. Anoche pudimos comprobar además que mi gato es grunge: las voces de Kurt Cobain y de Courtney Love parecen arrullarlo. No sé, deben tener algo de gatuno. Le ponemos Nirvana o Hole y el tipo caracolea de gusto. También le encanta The Pixies.

Hoy salió en Rosario/12 mi nota sobre el escultor Blotta, padre de mi madre, autor del busto de José Hernández que está en la plaza frente a mi ventana y de unas 699 obras más. De las cuales algo más de 600 fueron catalogadas orgullosamente en Wikipedia por mis primos Luis y Andrés. (Mis primos Claudia y Osvaldo no están tan orgullosos. En la escuela Juan Arzeno padecieron de chicos el versito: Blotta, pelota que flota adentro de una bota...) y eso que la escuela Juan Arzeno tiene una obra del abuelo. En Rosario, si vas caminando por un parque, levantás la vista y ves una estatua, es muy probable que sea obra de mi abuelo. Su nombre, sin embargo, está olvidado: un karma familiar que me aterra porque, independientemente de que se trate de él y no de mí, y precisamente por eso, y por la forma en que me lo contaron, ese olvido es pesado: pesa como una deuda, no se entiende bien de quién para quién, o en qué ventanilla cobrarla... o pagarla. Encima, los intereses que habrá acumulado. (¿Ven por qué no confío en que la obra por sí sola haga huella?) Evocarlo a 30 años y un día de su muerte, haciendo uso de mi autoridad duramente ganada como crítica de arte por lo menos a nivel local, es una manera de romper el hechizo. Quienes ya saben, porque les conté, de las cosas que cuento en la nota (que es la primera de por lo menos dos) me dicen: ahora se viene la novela, ¿eh? Y claro, después vendrá la novela del abuelo. Ya no me puedo echar atrás. Tendra detalles: el San Martín que Claudia y yo llenábamos de patitos de juguete cuando llovía, porque estaba con los brazos cruzados y se le hacía como un charquito. El manifiesto anarquista que Blotta y sus amigos pusieron debajo del Beethoven, la madrugada en que lo emplazaron el el Parque Independencia, luego de hacérselo firmar a unos niños bien de familias burguesas de Rosario que venían borrachos de una noche de juerga. Esto último va en la próxima nota. Tendría que escribir también algo sobre el eclecticismo de su estilo, sobre cómo los bajorrelieves son más rodinianos, los bustos más clásicos, las placas funerarias más simbolistas, etc. Sobre su relación con Lucio Fontana (él y su padre fueron socios de Scarabelli); tanto que investigar. Acá hay una novela y una tesis. Mis próximos 5 años. Con suerte, veremos los actos oficiales atopianos de enero del 2011. Justicia.

Monday, January 23, 2006

adorábamos a Dora

(nuevo post para mis amigos)

Por unas fotos para mi nota aniversario de mañana sobre mi abuelo Erminio Blotta que no me pareció prudente dejar (respondo de ellas ante mis parientes), volví a entrar después de 7 años en la redacción de Rosario/12.
Mis ex-ex-compañeros/as me recibieron como si volviera de una semana de vacaciones, o un fin de semana, o un día de franco. ¡TODO IGUAL! Magnífico. Casi se me pianta un lagrimón ante las pantallitas en sistema DOS que temí jamás volver a ver.
Como siempre, la redacción de un diario es un diccionario viviente. "Variopinto", dice Fernanda; "me suena a caballo", comenta Leo. Y yo vuelvo a casa con la palabra que no podíamos encontrar el otro día, o la respuesta que no supe darle a Déivid: ¿cómo se le dice en castellano a un animal de varios colores?
Ya está, ahora lo sabemos. Y desde anteayer, gracias a que presioné con un argumento sencillo (ponele nombre o le voy a seguir diciendo "rata"), la cobaya variopinta de Déivid tiene además nombre propio: es la roedora Dora. (Alias la cobaya baya; pero un caballo bayo, parece, es otra cosa.)
Halladas las palabras. Lo que no puedo encontrar ahora es a Dora. Hoy Déivid le trajo una "hermanita" blanca de ojos rojos que resultó ser un "hermanito" con marcadas tendencias incestuosas, y la casta exploradora Dora faltaba hoy de su caja cuando llegué de trabajar con mi pila de fotos vintage para devolverle a una prima, "El Principito" para mi sobrino, los "Cuentos de la selva" de Horacio Quiroga para Déivid y el flamante adjetivo para ella.
¡Laburante! ¡Hacedora! No, hace do'hora que la busco y nada, che.
Lo que sí encontré es un aviso anotado. "¿Qué tengo que saber antes de llevar un cobayo a mi casa?" y abajo, en tinta azul: "EL SEXO de la bestia".

Friday, January 20, 2006

últimas noticias

La cobaya se ha reanimado y corretea por la pieza de Déivid, con pasitos breves, rápidos y furtivos de roedor; La Nueva Cosa se detuvo en la página 102 y además estoy trabajando en una nota sobre mi abuelo que quizás sea el germen de La Próxima Cosa; y el amigo de mi amigo, el que estaba en coma, falleció anteayer. Lo velamos y lo sepultamos ayer, un día especialmente luminoso, en un tenebroso laberinto de tumbas que no se merecía ni se merece.

Wednesday, January 18, 2006

anonymous cuisa

Sigue sin nombre la cobaya que trajo Déivid ayer; tiene el pelito suave, y su única reacción expresa es el miedo. Cuando le falta apoyo estira las patitas temblorosas, y cuando halla un ángulo horizontal - vertical donde apoyarse (falda o rincón) se calma; eso quiere decir que no se mueve, salvo por los ojitos titilantes. En la casa de cartón que le armó Déivid en su pieza, se quedaba inmóvil. Ahora la tengo en mi falda. Cada tanto se alarma por el ruido de las teclas. Se asusta y no huye; sólo jadea y olfatea el aire. La alarman las alarmas. No sé qué no la asusta. Aparte de asustarse y comer, no hace nada, parece. Déivid dice que está deprimida. Estoy tentada de bautizarla Josefina, como la ratona cantora de Kafka, pero llamarla ratona o (peor aún) rata, es incorrecto; sus nombres genéricos políticamente correctos son cobaya, cuy, conejillo de Indias, Guinea pig. De la veterinaria, ayer, Deívid trajo un folleto: "¿Qué debo saber antes de llevar un cobayo a mi casa?" Que come verduras. Que va a pesar un kilo y medio cuando llegue el invierno y nos abrigará. Ahora gruñe, gorjea, emite unos ruiditos: ¿qué significarán? Ya veo: significan que el gato se le ha acercado y la huele. Ahora ella está inmóvil. Que no se mee, es lo único que pido. El gato vuelve a su banqueta bajo el escritorio donde ha estado durmiendo todo este tiempo. La cobaya anónima, la aún innominada, se sobresalta. Mueve las patitas, por fin.

Tengo un amigo en coma y una tristeza terrible. Voy, detalle sólo para los amigos, por la página 101 de La Nueva Cosa.

El clima es perfecto. Nadie habla de eso.

Vi ayer una película excelente, Eros. En "Equilibrium", la parte dirigida por Steven Soderbergh, Alan Arkin y Robert Downey Jr. se mandan un genial duelo actoral de freaks ambientado en un consultorio psicoanalítico neoyorquino en 1955, con vestuario de Milena Canonero y música de mambo. El paciente (Downey) le cuenta al terapeuta (Arkin) un sueño que no tiene sentido: el terapeuta trata de interpretarlo igual mientras arma y lanza por la ventana un avioncito de papel. Buscan el sentido en un mundo sin sentido. En los planos finales, tomas desde la calle, un avioncito de papel se estrella contra un rascacielos, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse...

Ayer, hoy, una coincidencia me sorprende: todos los bloggers y todos los críticos literarios de poesía que leo están en contra del uso de la primera persona del singular en poesía. Se podría abolir el uso de la primera persona del singular en verdulerías: a partir de mañana, por decreto, nadie podrá decir "déme medio kilo de tomates" sino "tomates" o "medio kilo de ellos le es necesario a quien esto dice" y nadie contaría chismes, salvo aquellos que involucren exclusivamente las personas segunda y tercera ("sabe usted que la vecina...").

La cuisa se meó y se cagó. Y se calmó; mueve la cabecita, roe...
El pantalón es viejo, pero ella volverá a su caja, me temo.

Monday, January 16, 2006

Michelle, mi Chile

...sont des mots qui vont très bien ensemble,
très bien ensemble...

Sunday, January 15, 2006

Shylock,

o la venganza del turco maldito


La película de Michael Radford El mercader de Venecia trae a la pantalla ciertas contradicciones internas de esta polémica comedia dramática de Shakespeare. El de Radford se suma a una lista de esfuerzos de adaptadores por diluir los elementos ideológicos antisemitas de la obra (no necesariamente atribuibles al Bardo en cuanto tal, sino al horizonte de lo pensable en su época; o tal vez no, pero cuesta imaginar un Shakespeare nazi) convirtiéndolos en alegoría de otra cosa; pero, al hacerlo, cae en una trampa. Algo de esa trampa ya estaba presente en la obra original, donde los vicios idiosincráticos de Shylock son pintados como defectos propios de un supuesto carácter judío. Radford no logra desactivarla del todo.
Si es por las intenciones que el guionista y director ha deslizado a medias en alguna entrevista, el ostracismo trágico de Shylock diría simbólicamente algo sobre la actual "guerra entre culturas" (?) de "Occidente" (Bush, bah) contra el Islam. Esto no está subrayado ni enfatizado en la película, pero el cuchillo vengativo de Shylock cerniéndose sobre el pecho de Antonio con el aval de la ley "cristiana" podría leerse como una alegoría del atentado del 11 de septiembre, o de las bombas en Madrid y Londres, o de los autos quemados en París.
Respecto de esto último, luego de ver la película me espanto un poco de que haya sido tan celebrado un post de Daniel Massei de un mes atrás, donde el blogger argentino radicado en Italia atribuye a una sed no saciada de bienes de consumo la ira piromaníaca de los jóvenes árabes del ghetto francés.
¿Es ese odio vengativo, como el de Shylock, atribuible exclusivamente a la codicia? ¿No es acaso más grave ser tratado de "perro", de "infiel", en suma: excluido, no ya del consumo, no ya de la produccíón, sino de la humanidad?
Pero lo que muestra la película (y esto NO es aplicable a cualquier situación de discriminación, mucho menos a supuestos "conflictos" que en los hechos son mera agresión unilateral) es cuánto aporta Shylock a su situación, cuánto usufructúa del beneficio secundario de sentirse más virtuoso y astuto que quienes lo desprecian. Es una pena que los elementos puestos en bandeja para una superficial lectura política oscurezcan la riqueza psicológica de Shylock, empequeñeciendo así su estatura trágica. Porque por otro lado, si estos elementos saltaran a la vista, se podría leer el amenazador cuchillo ritual de Shylock no como un símbolo del terrorismo del oprimido, sino como la viva imagen del capricho asesino irrenunciable del tirano, llámese Bush, Hitler, Creonte... o Shylock.
Personaje trágico en medio de una comedia, Shylock representa al hombre que es incapaz de renunciar a su deseo, y que con este fin logra arteramente poner la ley (la ley escrita, la de la letra y el código; no la ley práctica de la prueba y la jurisprudencia) de su lado. Como Hamlet, se halla en una tierra de nadie entre dos conceptos del derecho y de la justicia: el antiguo y caduco de la venganza (retaliación; cobrarse la deuda con la vida del otro) y el moderno de la multa, la prueba fehaciente, el castigo cuantificable. Como Hamlet, se permite el capricho: Hamlet oscila, Shylock rechaza los seiscientos ducados e insiste con la venganza. Hamlet no deseaba, Shylock desea demasiado. Son su arbitrariedad y su inclaudicable sed de sangre (no sólo el arte jurídico de Porcia, la dureza de la letra de la ley y la fragilidad moral de jueces y jurado) las que lo precipitan al desastre. Como Creonte en Antígona, de Sófocles, la de Shylock se presenta (no desde el centro, sino desde los márgenes) como la voluntad caprichosa del tirano. Cuentan que a Hitler esta obra le vino como anillo al dedo para proyectar en los odiados judíos su propia maldad.
La película subraya lo implícito en la obra de que el juego perverso es un juego de dos. Como Antígona, Antonio pone el cuerpo y se ofrece en sacrificio, poseído por el goce masoquista y melancólico (este es EL papel para Jeremy Irons) de inmolarse por su amado Basanio (Joseph Fiennes), a quien él mismo ha provisto a este costo de los medios para que lo abandone por Porcia (Lynn Collins). Lo que lo salva a Antonio a pesar suyo es la irrupción de un tercero, el "joven abogado", quien obra como un perfecto aikidista, tomándose de los contenidos mismos de la agresión de su contrincante para guiarlo sutilmente a este último a la derrota.
Shylock, el villano de la comedia, termina bebiendo de su propio veneno. Pero la satisfacción que al espectador "progre" actual le daría ver esta escena se ve empañada por la culpa: Shylock es una víctima de la discriminación, en primer lugar; sólo en segundo lugar es un héroe trágico que atrae sobre su propia cabeza la desgracia.
Es imposible hablar de El mercader de Venecia y quedar bien parado. Quien aprecie el justo destino trágico del testarudo y vengativo Shylock queda parado del lado antisemita, sin importar cuán justamente pro judío sea por lo demás; quien en cambio, guiado por el sentido común de la corrección política, deplore el cruel ostracismo del que termina siendo víctima Shylock a manos de los "misericordiosos" (?) cristianos, comprenda su ira considerando las afrentas que ha sufrido, etc., se pierde la complejidad autodestructiva del personaje... ya bastante aplanado por la interpretación avara de Al Pacino, que luce siempre la misma rígida máscara de amargura: un caso más de subactuación de un gran actor, comparable a la constante cara de orto de Edward Norton en La hora 25.
¿Quién es, entonces, Shylock? ¿Bush, u Osama Bin Laden? En suma, temo que el director y guionista ha dejado que su película quede atrapada por el dilema del doble vínculo que plantea el personaje, quien incita a justificar la pena de muerte alegando la injusticia y dureza de las afrentas recibidas, mientras no ceja en su odio sanguinario. Y cuesta tanto detectar la trampa del doble vínculo... No por nada las cortes están llenas de pequeños Shylocks, diminutos monstruos que convencen a los jueces: ex esposas venales que usufructúan su condición sacrosanta de madres, familiares de muertos en Cromañón que no vacilan en tirar huevos podridos a una líder en derechos humanos, que son perdonados y que reinciden pidiendo la cabeza de Ibarra; peor aún, un Blumberg que logra bajar la edad mínima para las condenas como si eso fuese a devolverle la vida de Axel. Ah, y en la obra, los "cristianos buenos" no se quedan atrás: Basanio va por oro a lo de la bella y generosa Porcia, siendo su amor por ella apenas un hipócrita barniz de ingenuidad al que no se lo cree nadie. Y de más está decir que en Argentina hacen falta más abogados como Porcia, capaces de detener la inercia con que la furia de venganza arrastra al sistema judicial.
¿Ser o no ser?
¿Es una cuestión?

Friday, January 13, 2006

tomates

O de cómo lo verdadero se da de patadas con lo verosímil

Para cosechar el tomate hay que salir al palier, sentarse a horcajadas sobre la ventana, saltar a la terracita que techa la entrada del edificio, caminar hasta la planta de tomates y tomar los dos pequeños tomates maduros. Déivid hace esto con bastante habilidad. Después corta el tomate más grande en rodajas finas y lo adereza con orégano de la planta que tenemos en el borde del balcón.
Debería decir: ¿tomates de nuestra huerta? ¿o de nuestro balcón y la terracita del edificio? ¿Tomates de nuestro techo?
Qué importa, son ricos.

Thursday, January 12, 2006

gotta get organised

La bolsa o los alvéolos: justo que empieza a haber aire puro en los bares (AHORA se controlan, guachos...), justo ahora, decía, el cafecito rosarino se fue a 1,50.
Valía, acaban de explicarme, un peso hace un año.
Y no sólo eso: a lo mejor la ropa que llevo puesta es ya anacrónica. Como las camisas de los personajes de ex convictos que hace De Niro en Cabo de miedo y en Jackie Brown: la forma de mostrar el paso del tiempo en el encierro, fuera de la calle, es con esas camisas leñadoras o hawaianas que de paso lo hacen parecerse a Travis Bickle, o tal vez a sí mismo.
Sigo buscando pasatiempos baratos. Aprendí a jugar al Shitsack y a Carta Blanca. Incluida una regla inventada por Déivid: cuando salen tres seis seguidos, hay que tomar, porque six six six is the number of the Beast. Le pregunté si era amigo de Bruce Dickinson como alega serlo F. Kansas (más conocido en casa como El Pelotudo) y él se sorprendió de que justo hoy saliera una foto de Bruce Dickinson en El Atopiano. También salió, no recuerdo ya en cuál diario de hoy, la noticia de la mujer a quien su perro le comió un pedazo de cara. Se la hizo hacer nueva y ayer a la mañana fue a comprar el diario; dice que no la miraron raro. ¡Éxito del transplante de cara! Esa iba sin foto.
Hoy me levanté a las 6:30, hice 2 horas de cola para pagar mis impuestos, y nos quejamos con un mini piquete de contribuyentes de que hubiera sólo 2 cajas; más tarde estuve hojeando una revista Cosmopolitan y me encontré con esta frase: "Te empezás a parecer a tu mamá si vas al supermercado bien temprano, con la fresca, y a la hora de pagar te quejás de que haya sólo 2 cajas". Mierrrda.
Me agarró cansancio ajeno cuando leí todo lo que tenía que hacer una mujer de 30 para conquistar a un hombre, para "no espantarlo" (se vuelan de súbito, cual pajaritos), o para sacárselo de la cabeza si el tipo resulta ser un loco y la atormenta. ¿De qué hombres estarán hablando? De ricos, supongo... Frase escalofriante: "Yo soy una mujer común y lo asumo sin complejos". Fantástico. No es perfecta y se la banca. Lo dice como si dijera, no sé, "me falta una gamba y eso no me acompleja". Se "aguanta" ser común, qué grosa, ¿no? Se mira al espejo, no ve una diosa, y no por ello se suicida. Bien. Se supone que Cosmo está para alentarnos, para destruir nuestras inseguridades: pero su lectura puede producir exactamente el efecto contrario. Es como el programa de Carta Blanca que viene en la PC: está armado para que no le ganes nunca a la máquina. O para que le ganes si sos Karpov y tu PC no se llama Deep Blue.
Jugar al Shitsack con naipes de cartulina plastificada de esos que se agarran con la mano, en cambio, es infinitamente más divertido porque revela, de lo real, no sólo sus imposibilidades sino las buenas rachas, tus intuiciones salvadoras, las torpezas del contrincante, en suma: lo posible.
Sorprende hallar, de lo real, lo posible.
No sé a qué venía todo esto.

Wednesday, January 11, 2006

"Por fin, por fin...

...se puede respirar" era el jingle publicitario de Sanpic Lavanda allá por los años 70 u 80. Hoy, la cita viene al caso.
Me había propuesto no linkear páginas de diarios (que total los lectores de este blog, de todas maneras, supongo que leen) pero esta noticia lo amerita.
¡Por fin rige en mi provincia la prohibición de fumar en los bares! ¡Por fin la ley reconoce que el derecho de los asmáticos y alérgicos a no vivir tosiendo es más atendible que el derecho de cualquier vicioso o viciosa a darse un gusto que es tóxico para los demás, e incluso letal para unos cuantos! ¡Ahora sí que vale la pena vivir en una sociedad que ya no privilegiará más al "pobre" fumador que "no se aguanta" sin fumar (es SU problema si no maneja la frustración; que haga terapia y aprenda a manejarla) por sobre los enfermos pulmonares crónicos que no aguantamos el humo, eternamente sospechados de "somatizar los nervios" y de ejercer agresión culpógena pasiva sobre los fumadores! ¡Por fin una sociedad como la gente! ¡Puedo volver a los bares, que ya los extrañaba! ¡Puedo volver a un aula universitaria! ¡Salir de mi casa! ¡Terminar mi carrera! ¡Terminar con este encierro! ¡Volver a la vida social cara a cara, no necesariamente con extranjeros! Todos los argentinos fuman, parece; la marginación de los asmáticos es una realidad brutal de la que nadie hablaba, por miedo a ser tildado de facho... pero no se trata de una actitud moralista; la idea no es que no fumen. ¡Que fumen en el pasillo! ¡En el patio, en la calle, en un lugar abierto!
Estoy tan feliz que me prendería un faso...

Tuesday, January 10, 2006

sos el microondas...

Aumento de sueldo (como chequera, celular, matrimonio, viajes al exterior, equipo de aire acondicionado, horno microondas) eran cosas que les pasaban a otros. Tengo las tres primeras (la cuarta no, gracias), y no pensé que viviría para facturar... ¡¡¡mi primer aumento!!! Eso + lápiz, papel y números = ¡¡¡LAS CUENTAS este mes CIERRAN!!! Y como tengo miedo de morirme de satisfacción, me lanzo al objetivo que sigue: AHORRAR.

1. Un método para ahorrar: evitar taxis. La inversión en imagen de persona puntual no justifica el sacrificio. Método para evitar taxis: horarios flexibles para los clientes de clínica de obra a domicilio, tipo: "llego entre las 6 y las 7". Sirve además como método antistress.
2. El segundo método para ahorrar es achicar la cuenta del teléfono mediante las siguientes tácticas:
a) aprender a mandar mensajes de texto y aprovechar así el crédito que puso Déivid en el celular cuando se lo presté;
b) evitar Internet (el dial up es tirano, y la banda ancha exigiría una inversión en firewall que no, gracias).
Métodos para evitar Internet:
2.2.1. aprender de una maldita vez a usar el maldito Outlook;
2.2.2. distractivo. Hacer otras cosas: actualizar CV, tomar sol, cocinar, comer, limpiar, caminar;
2.2.3. hipnótico. Apagar la PC, mirarla al pasar, decirle repetidas veces: "sos el microondas, sos el microondas...".
2.3.1. ver a la gente personalmente. Aun incluyendo presupuestos de ropa, peluquería, zapatos, jabones, deo, perfumes (cosas de algunas de las cuales zafo o en las que no gasto tanto con la riléishon virtual), es más barato, siempre y cuando por supuesto ambas partes respeten lo que me propuse en el punto 1.

Así, con paciencia, capaz que antes de febrero me compro la malla.
Sóri, este frío de 25 grados Celsius me vuelve muy racional.

Monday, January 09, 2006

en la sequía

¿De qué hablamos cuando hablamos del calor?

Y si en realidad ella no quería nada. Ni hijos, ni ser profesora, ni nada. Si se narró un deseo de otra vida, si se inventó lo sacrificado y lo perdido para poder creer que tenía algo que perder. Y si no tenía nada que perder, y entonces es mentira que se sacrificó, porque no sacrificó nada de nada, porque no había nada que sacrificar. Si no sólo nosotros: si nada le fue querible, si el mundo todo le pasó volando por encima como una canción de esas pegadizas que suenan en la radio y se te graban en el bocho y te atacan recién al día siguiente, porque no las oías cuando sonaban. Y entonces el pase de facturas al marido y los hijos como una forma de engranar, de hacer pie en algún espacio.
Que ese espacio se llame la culpa del otro o San Lorenzo de Almagro, lo mismo daba, lo mismo hubiese dado. En mi barrio los chicos de 10 años se pasan las tardes de verano sentados a las mesas de la Shell, aprovechando el aire, y hablando de canchas. No de fútbol al estilo de los grandes: sólo hablan de canchas. "Yo estuve en la de Boca. No me gustan los asientos; son redondos, incómodos", dice uno. "Claro", salta uno más canchero. "Son como bombones. La Bombonera, ja". La voz les sale cansina, sin entusiasmo, como la del que parlotea para matar el tiempo: el carácter asesinable de su tiempo todavía no los angustia. Emiten sus frases como personajes de Rulfo: neutras, grises, con apenas lo mínimo de aire.
Voces de la sequía. Voces muy distintas a la de mi madre. La recuerdo, al teléfono: el falso vibrato, el trémolo impostado de quien se aferra, de quien se fabrica un rencor y se inventa unas cuentas pendientes, una ambición insatisfecha sólo por tener una historia propia que contarse, algo con qué despertar y con qué dormirse, la ilusión de un camino desechado como el sueño legendario de una opción, como la ilusión de haber amado y añorado siquiera alguna remota posibilidad.

Sunday, January 08, 2006

estar pudiendo

(apuntes de sociopsicología silvestre)

De unos años a esta parte siempre me llamó la atención, como algo que tendía a ser leído por mí como rasgo generacional (tendía a ser leído: circunloquio para evitar generalizaciones), cierto uso de la expresión "estoy pudiendo". La volví a oír hace poco: "estoy pudiendo abrir mi correo día por medio" confesaba una autodiagnosticada adicta al e-mail, flamante treintañera. Y me llamó la atención el contraste entre eso y otras cosas que oí hace unos seis o más veranos atrás. "Estoy pudiendo lijar una puerta", decía por entonces un treintañero muy distinto (flaco hambreado antes que bulímico, subsistiendo en la vieja casona heredada de los padres). Se me ocurrió una idea, que no llevé a cabo pero se la conté a Mauro Guzmán, la de hacer una serie de "Obras incompletas de Travis Bickle" consistentes en textos: "Estoy pudiendo bañarme", etc. puestos sobre telas retro setentosas y escritos en letra tembleque.

"Son una generación vencida", me decía ayer refiriéndose a la clase 65 otra treintañerita, Lali (¡Hola, Lali! ¡Sé que estás leyendo esto! ¡No te ofendas por el diminutivo, es con buena onda, significa: 25 a 30!). Le salí con una respuesta de brevedad y superficialidad televisivas, pero su comment me quedó picando.

Hoy, en uno de los libros de reflexiones sobre sexo y dinero que la psicoanalista Clara Coria publicó a mediados de los años 80 (el segundo, que se consigue a $5; autorregalo de Reyes) hallé esto, dicho por una paciente: "El hombre quiere realizarse para obtener cosas, más dinero, mejor situación. La mujer quiere realizarse para realizarse, no para ganar más y más". Esto lo decía una mujer que ahora debe tener 60 o 70 años. La palabra "realizarse" suena viejísima, pero al leer esto me cayó una ficha.

Claro, era eso, ahora entiendo qué falló.

Yo (¡sorry, humildes!), cuando empecé a trabajar, allá por los 80s, trabajaba para demostrar que podía. El "estoy pudiendo" de mi generación "vencida" (o de vencedores y vencidos, como le dije anoche a Lali) es la formulación en tiempo verbal progresivo de la lenta y trabajosa adquisición de la certeza del propio poder y la confianza en la propia capacidad. El "nacer vencido" radica en pensarse sobre un horizonte de incapacidad: soy DAF, hasta que no demuestre lo contrario. Esa es más o menos la crianza que recibí, como también algunos más de entre los que hoy tenemos 40. Nacés, de entrada nomás ya te ven cara de déficit como dice Don Manolo (el personaje de Quino), y a lo largo de tu vida tus "logritos" irán contestando a "los gritos" de ¡INÚTIL, INÚTIL! que oís en tu casa. Todo ello de la mano de una terapeuta comprensiva que te alentará: ¡ha visto! ¡usted pudo! ¡usted puede! o del aplauso de tus compañeros del grupo de autoayuda. De entre los cuales nadie se pregunta cuánto vale eso que hiciste, es decir, cuánto vale más allá de su valor intrínseco, a cuánto cotiza en el mercado eso que pudiste hacer. ¡Mucho trabajo! Con lo que laburaron para convencerte de que podías salir a la calle, enfrentarte a la parada del colectivo, llegar puntual, hacer el trabajo, no autosabotearte (fundamental), cumplir un plazo... y te dicen: VALORATE, valorate VOS. Y listo. Entonces no importa si ganás miseria: en vez de pensar desde mil y comparar con eso tus cien y deprimirte, pensás desde cero y un cinco también te alegra, siempre es mejor que nada. El eterno paciente se sustrae a las reglas de juego de la competitividad salvaje capitalista. No es un boludo, un gil, no: es un ganador que va triunfando de a poquito. Es un niño que hace para que lo quieran, un niño inmerso en el pensamiento mágico, incluido el del terapeuta. Quien supone que si te cuesta cobrar tu trabajo es porque no lo valorás, cuando en realidad es exactamente al revés: te cuesta cobrarlo cuando su valor es absoluto, cuando es un fin en sí mismo, un "logro", o un instrumento pero no para ganar dinero sino para "realizarse", para salir de la irrealidad del no poder. Mientras que (es mi experiencia) ni bien la propia capacidad profesional empieza a estar fuera de la cuestión, ni bien pasás a ser reconocido, y ni bien el trabajo pasa a ser un medio para ganarte la vida, deviene mercancía y te lo pagan sin dudar: poco o mucho, te lo pagan y ya no tenés que andar "vendiéndoselo" al cliente, labor de persuasión desgastante si las hay.

Volviendo al primer "estoy pudiendo" de este post, el de la treintañera que está pudiendo no abrir su correo, es de signo distinto. Se trata de un estar pudiendo NO: parece ser, la suya, una crianza basada en mensajes del tipo "vos no podés controlarte". Lo que se puso en duda de ese sujeto fue justamente eso: ¿se sujeta? ¿pone coto a su propio accionar? Mientras que en el caso anterior el punto de partida era el de una apatía fundamental o una supuesta incapacidad básica.

Surgen así, más o menos silvestremente, dos categorías del "estoy pudiendo": la clase 65 que no puede nada (y "tiene que poder": "vos tenés que poder") versus la clase 75 que todo lo puede, menos parar de consumir. Lo que abundaba, para nosotros, no eran cosas sino supuestas posibilidades, sueños que ahora no hay.

A esto hay que contrastarle los viejos y heroicos tiempos (que siguen rigiendo hoy para muchos, para muchísimos) del mucho más obvio "no puedo" que es la imposibilidad real. En lo real, se puede o no (comer, bañarse, etc.) sin matices intermedios: uno puede bañarse si sale agua de la ducha, comer si hay comida. Las imposibilidades subjetivas son males de la relativa abundancia: la ducha está, agua hay, tenés dos brazos y dos piernas, simplemente no te podés parar debajo y abrirla porque algo en tu mente neurótica te inhibe. Te acordás de Psicosis, te acordás de la serie Holocausto que viste cuando eras chico... Y no podés, y tu impotencia es un síntoma. Pero a veces podés un poquito. Después te inhibís de nuevo. Entonces decís: "estoy pudiendo", con el temor de mañana no poder, las recaídas, ay, las recaídas en la inhibición...

Lo lamento, no estoy pudiendo seguir con la escritura de este post.
;)

Wednesday, January 04, 2006

Adiós a Toloza

"Chau, Fernando, nos seguimos viendo en la poesía" había escrito Gabby De Cicco en su bloga y yo pensé lo de siempre en estos casos: debe ser otro tipo con el mismo nombre y apellido, que se dedicaba a lo mismo... pues no, Occam tenía razón, es mucho más improbable que dos personas en la misma ciudad se llamen igual y hagan las mismas cosas, que a un periodista de 39 años se le apaguen las luces del auto a las 4 am del 22 de diciembre en la ruta, a la altura de Ramallo, no emboque bien la banquina y se le venga encima, surgido de la noche (o de esa luz más oscura que la oscuridad y donde ocurren la mayoría de los accidentes) un camión con un cartel enorme que diga TRANSPORTES CARRARA.
Eso pasó. Fernando Toloza ha muerto. Quienes no lo conocieron tan bien como yo, sepan que tenía una voluntad y una determinación inquebrantables. Aquel gigantón aniñado, silencioso y extrañamente tímido, era un hombre de convicciones intensas, de firmes adhesiones y rechazos. Seguramente salga este año su libro de poemas, "Fuera de temporada". Hablando de libros, las láminas de Juan Grela y la novela póstuma de Jack Kerouac que nunca me devolvió pasarán ahora a engrosar la herencia de sus hijos.
Ojalá los consuelen y acompañen.

Tuesday, January 03, 2006

yanquis at home

Dos yanquis hiperactivos en mi casa, dos días, y esta mañana tuve que reconstruir el enganche asa-tornillo de la pava antes de poder cebarme el primer mate, hubo que enjabonar y desarmar la cerradura para sacar la llave equivocada, soportar puteadas de Déivid (transformado por la visita de su amiga en un ser expresivo que yo desconocía) en lenguas foráneas por cualquier demora de más de un segundo en el download de cualquier página web...
La casa, eso sí, reluce de limpia: Yenny, que se siente aquí como en la suya, es maníaca confesa de la limpieza. Imposible detenerla. Desde que ordenó la mesa del comedor no encuentro el té de ambay y el aura del asma ha empezado a acosarme.
Gente simpatiquísima, muy buena gente. Pero no me quiero imaginar Irak, donde son más, son malos, están desde hace más tiempo y rompen todo a propósito.

Monday, January 02, 2006

Mamá, mamá,

¿qué es un perdedor?

No tengo lo que quiero, ni quiero lo que tengo: tal el eslógan de la desdicha, pero de la desdicha infinita. El desdichado infinito no hace el menor movimiento tendiente a obtener el objeto de un deseo al cual tampoco renuncia. Su deseo es indeseable al punto de que no puede permitirse intentar su realización; pero tampoco cesa.
Una de dos -se cansan de oír decir la desdichada, el desdichado-: o te resignás a ser madre, o matás a tus hijos por los que dejaste la universidad y te ponés a terminar tu carrera en la cárcel; una de dos, o dejás ese trabajo que no te permite escribir y vivís de la indemnización hasta que ganes alguna beca o algún premio, o te resignás a tu sueldo y a tu vida tranquila pero sin posibilidad alguna de inmortalidad literaria.
Son consejos salomónicos, terribles, que proponen cortar el dilema por el nudo gordiano. Hay voces más sensatas: paciencia, dicen. Esperá a que los chicos crezcan. Paciencia, la vida es larga. Paciencia, que ya vienen las vacaciones: tenés tres meses para avanzar en tu novela...
No, no, se resisten el desdichado, la desdichada. La esencia de la desdicha es la paradoja de desear en pasado ("¡no hubiera tenido hijos!") y al mismo tiempo querer todo ya (¡la mando al Clarín!).
La lentitud de la ley, de la construcción, de la indecidibilidad, del mientras tanto, al desdichado no le cabe. No logra construir estrategias, pero no porque no conciba la tridimensionalidad del tiempo (el futuro de hoy, mañana será pasado: eso lo sabe) sino porque la menor posibilidad de éxito se le antoja inviable desde el vamos: tanta es su culpa por codiciar el paradisíaco fruto prohibido, por desear lo que no debía desear.
Por eso, el desdichado odia en dos direcciones: odia lo que tiene en lugar de lo que hubiera querido, odia a quienes cree poseedores de lo que no alcanzó ni alcanzará.
Su única gloria es la infinitud de su sueño, que por no haber tomado nunca forma, es perfecto.

Sunday, January 01, 2006

Fausto,

o de los unicornios


¿Cuánto tiempo, cuánto preguntaste,
cuánto fue
el clavo la pregunta
y tu preguntar los martillazos?

Con un cuerno en la frente,
con diente de narval
horadabas, todo lo inquirías;
las aguas del silencio debían rendirse.

Transitabas el mundo, interrogábaslo.
Como si la pregunta, la pregunta
excavara tu túnel:
horror ante el vacío que se abría.

Así avanzabas,
así creías avanzar.