Monday, January 09, 2006

en la sequía

¿De qué hablamos cuando hablamos del calor?

Y si en realidad ella no quería nada. Ni hijos, ni ser profesora, ni nada. Si se narró un deseo de otra vida, si se inventó lo sacrificado y lo perdido para poder creer que tenía algo que perder. Y si no tenía nada que perder, y entonces es mentira que se sacrificó, porque no sacrificó nada de nada, porque no había nada que sacrificar. Si no sólo nosotros: si nada le fue querible, si el mundo todo le pasó volando por encima como una canción de esas pegadizas que suenan en la radio y se te graban en el bocho y te atacan recién al día siguiente, porque no las oías cuando sonaban. Y entonces el pase de facturas al marido y los hijos como una forma de engranar, de hacer pie en algún espacio.
Que ese espacio se llame la culpa del otro o San Lorenzo de Almagro, lo mismo daba, lo mismo hubiese dado. En mi barrio los chicos de 10 años se pasan las tardes de verano sentados a las mesas de la Shell, aprovechando el aire, y hablando de canchas. No de fútbol al estilo de los grandes: sólo hablan de canchas. "Yo estuve en la de Boca. No me gustan los asientos; son redondos, incómodos", dice uno. "Claro", salta uno más canchero. "Son como bombones. La Bombonera, ja". La voz les sale cansina, sin entusiasmo, como la del que parlotea para matar el tiempo: el carácter asesinable de su tiempo todavía no los angustia. Emiten sus frases como personajes de Rulfo: neutras, grises, con apenas lo mínimo de aire.
Voces de la sequía. Voces muy distintas a la de mi madre. La recuerdo, al teléfono: el falso vibrato, el trémolo impostado de quien se aferra, de quien se fabrica un rencor y se inventa unas cuentas pendientes, una ambición insatisfecha sólo por tener una historia propia que contarse, algo con qué despertar y con qué dormirse, la ilusión de un camino desechado como el sueño legendario de una opción, como la ilusión de haber amado y añorado siquiera alguna remota posibilidad.