estar pudiendo
(apuntes de sociopsicología silvestre)
De unos años a esta parte siempre me llamó la atención, como algo que tendía a ser leído por mí como rasgo generacional (tendía a ser leído: circunloquio para evitar generalizaciones), cierto uso de la expresión "estoy pudiendo". La volví a oír hace poco: "estoy pudiendo abrir mi correo día por medio" confesaba una autodiagnosticada adicta al e-mail, flamante treintañera. Y me llamó la atención el contraste entre eso y otras cosas que oí hace unos seis o más veranos atrás. "Estoy pudiendo lijar una puerta", decía por entonces un treintañero muy distinto (flaco hambreado antes que bulímico, subsistiendo en la vieja casona heredada de los padres). Se me ocurrió una idea, que no llevé a cabo pero se la conté a Mauro Guzmán, la de hacer una serie de "Obras incompletas de Travis Bickle" consistentes en textos: "Estoy pudiendo bañarme", etc. puestos sobre telas retro setentosas y escritos en letra tembleque.
"Son una generación vencida", me decía ayer refiriéndose a la clase 65 otra treintañerita, Lali (¡Hola, Lali! ¡Sé que estás leyendo esto! ¡No te ofendas por el diminutivo, es con buena onda, significa: 25 a 30!). Le salí con una respuesta de brevedad y superficialidad televisivas, pero su comment me quedó picando.
Hoy, en uno de los libros de reflexiones sobre sexo y dinero que la psicoanalista Clara Coria publicó a mediados de los años 80 (el segundo, que se consigue a $5; autorregalo de Reyes) hallé esto, dicho por una paciente: "El hombre quiere realizarse para obtener cosas, más dinero, mejor situación. La mujer quiere realizarse para realizarse, no para ganar más y más". Esto lo decía una mujer que ahora debe tener 60 o 70 años. La palabra "realizarse" suena viejísima, pero al leer esto me cayó una ficha.
Claro, era eso, ahora entiendo qué falló.
Yo (¡sorry, humildes!), cuando empecé a trabajar, allá por los 80s, trabajaba para demostrar que podía. El "estoy pudiendo" de mi generación "vencida" (o de vencedores y vencidos, como le dije anoche a Lali) es la formulación en tiempo verbal progresivo de la lenta y trabajosa adquisición de la certeza del propio poder y la confianza en la propia capacidad. El "nacer vencido" radica en pensarse sobre un horizonte de incapacidad: soy DAF, hasta que no demuestre lo contrario. Esa es más o menos la crianza que recibí, como también algunos más de entre los que hoy tenemos 40. Nacés, de entrada nomás ya te ven cara de déficit como dice Don Manolo (el personaje de Quino), y a lo largo de tu vida tus "logritos" irán contestando a "los gritos" de ¡INÚTIL, INÚTIL! que oís en tu casa. Todo ello de la mano de una terapeuta comprensiva que te alentará: ¡ha visto! ¡usted pudo! ¡usted puede! o del aplauso de tus compañeros del grupo de autoayuda. De entre los cuales nadie se pregunta cuánto vale eso que hiciste, es decir, cuánto vale más allá de su valor intrínseco, a cuánto cotiza en el mercado eso que pudiste hacer. ¡Mucho trabajo! Con lo que laburaron para convencerte de que podías salir a la calle, enfrentarte a la parada del colectivo, llegar puntual, hacer el trabajo, no autosabotearte (fundamental), cumplir un plazo... y te dicen: VALORATE, valorate VOS. Y listo. Entonces no importa si ganás miseria: en vez de pensar desde mil y comparar con eso tus cien y deprimirte, pensás desde cero y un cinco también te alegra, siempre es mejor que nada. El eterno paciente se sustrae a las reglas de juego de la competitividad salvaje capitalista. No es un boludo, un gil, no: es un ganador que va triunfando de a poquito. Es un niño que hace para que lo quieran, un niño inmerso en el pensamiento mágico, incluido el del terapeuta. Quien supone que si te cuesta cobrar tu trabajo es porque no lo valorás, cuando en realidad es exactamente al revés: te cuesta cobrarlo cuando su valor es absoluto, cuando es un fin en sí mismo, un "logro", o un instrumento pero no para ganar dinero sino para "realizarse", para salir de la irrealidad del no poder. Mientras que (es mi experiencia) ni bien la propia capacidad profesional empieza a estar fuera de la cuestión, ni bien pasás a ser reconocido, y ni bien el trabajo pasa a ser un medio para ganarte la vida, deviene mercancía y te lo pagan sin dudar: poco o mucho, te lo pagan y ya no tenés que andar "vendiéndoselo" al cliente, labor de persuasión desgastante si las hay.
Volviendo al primer "estoy pudiendo" de este post, el de la treintañera que está pudiendo no abrir su correo, es de signo distinto. Se trata de un estar pudiendo NO: parece ser, la suya, una crianza basada en mensajes del tipo "vos no podés controlarte". Lo que se puso en duda de ese sujeto fue justamente eso: ¿se sujeta? ¿pone coto a su propio accionar? Mientras que en el caso anterior el punto de partida era el de una apatía fundamental o una supuesta incapacidad básica.
Surgen así, más o menos silvestremente, dos categorías del "estoy pudiendo": la clase 65 que no puede nada (y "tiene que poder": "vos tenés que poder") versus la clase 75 que todo lo puede, menos parar de consumir. Lo que abundaba, para nosotros, no eran cosas sino supuestas posibilidades, sueños que ahora no hay.
A esto hay que contrastarle los viejos y heroicos tiempos (que siguen rigiendo hoy para muchos, para muchísimos) del mucho más obvio "no puedo" que es la imposibilidad real. En lo real, se puede o no (comer, bañarse, etc.) sin matices intermedios: uno puede bañarse si sale agua de la ducha, comer si hay comida. Las imposibilidades subjetivas son males de la relativa abundancia: la ducha está, agua hay, tenés dos brazos y dos piernas, simplemente no te podés parar debajo y abrirla porque algo en tu mente neurótica te inhibe. Te acordás de Psicosis, te acordás de la serie Holocausto que viste cuando eras chico... Y no podés, y tu impotencia es un síntoma. Pero a veces podés un poquito. Después te inhibís de nuevo. Entonces decís: "estoy pudiendo", con el temor de mañana no poder, las recaídas, ay, las recaídas en la inhibición...
Lo lamento, no estoy pudiendo seguir con la escritura de este post.
;)
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