luz de Navidad
la epifanía del avaro Scrooge
Al arte cinéfilo y lector de Fernando De Gregorio.
Ayer, vistos desde la parada del 103, los faroles de la calle brillaban a través del verde y espeso follaje veraniego de los árboles como adornos en un pino navideño.
Entonces comprendí: el pino, el verde perenne, los petardos, las compras desenfrenadas con aguinaldo o sin él... Comprendí de qué se trataba todo este simbolismo pagano que mi madre insistía en despreciar, asintiendo en cambio ante el sermón del cura que decía que Jesús había nacido pobre en un pesebre y perseverando año a año en su maldita costumbre de resolver todos los regalos con $20 en un todo x 2 pesos (dos mitos cristianos: la Sagrada Familia y el vale-la-intención) en reuniones familiares misérrimas salvo por el vitel thoné y el budín casero.
También recuerdo navidades de abundancia. Mi papá, cuando vivía, hacía y recibía regalos empresarios caros, especialmente botellas de champagne de primera calidad. Rige a esta fecha la lógica del potlach: más uno da, más recibe, ya que hay una puja sacrificial por ver quién da más.
Es como me decía el otro día Déivid: se trata de la fiesta del solsticio de verano, de ahí su parecido (los petardos, la gran comida al aire libre) con los festejos del 4 de julio yanqui.
En el hemisferio norte, por supuesto, la Navidad coincide con el solsticio de invierno. Pero el solsticio de verano es expansión, explosión, gasto, exteriorización de un máximo de energía, riesgo de estallido (remember 2001!).
El simbolismo del corcho del champán saltando es mucho más adecuado a esta época que todo un montón de ideas pelotudas de milicos y de curas en torno al valor de la austeridad (¡Scrooge, Scrooge!) y a lo sagrado de la familia.
Charles Dickens, oportunamente puesto de moda este fin de año, tenía razón en su magnífico "Cuento de Navidad" cuando le mostraba un sombrío futuro al avaro navideño Scrooge: austeridad, en esta época (guardar para el invierno, o para el no menos inclemente verano), es sinónimo de falta de confianza en los dones de la abundancia del mundo. Ser avaro en esta época es fallarle trágicamente al ritual del solsticio.
Esto no pasa por la solidaridad social: es algo más individual, más profundo. Casi diría mágico. Decorar un pino significa abrazar la vida en su máximo esplendor, ya se trate del auténtico verano, aquí, o de la esperanza de un verano futuro dada por la savia que persiste en pleno invierno, allá.
Como viene la cosa, enero va a ser duro. La humedad mata, no estamos a salvo... las vacaciones (ajenas) y el calor amenazan con convertirse en un cóctel letal, y para colmo nos acosa la sospecha de que la vida no tiene sentido, sospecha que es la gran pesadilla del verano. Pero el ritual pagano de Navidad, con su invocación a la vida y con la generosidad de su don, nos llena de esperanzas de longevidad, creación, abundancia, y significado de la existencia, en hermandad con la de todos los seres vivos de la naturaleza. Es un ritual para aquietar temores ante la vida precaria (en los pobres) o (entre los ricos) para agregar un plus de significación afectiva a la pulsión del consumo que de otro modo se agota en un insensato gesto solitario.
También el sentido cristiano (tomado con pinzas: ojo, que proviene de una institución criminalmente autoritaria, antisemita, homófoba, misógina y genocida) aporta lo suyo en el sentido de imaginar un niño nacido con una aureola de divinidad, anunciado por un cometa y honrado por magos: el mensaje cristiano, un poco loco y al que se contrapone el mucho más realista capítulo 1 de Oliver Twist, es que una persona no viene al mundo porque sí.
Entonces: gastar, comer, festejar, está bien. No hacen falta la ironía o el sarcasmo ante ello. No es sólo para los chicos esta alegría. Porque en suma, pagana o cristiana, de lo que se trata esta fecha es del reencantamiento de la vida.
Igual yo ahorro, qué quieren que les diga.
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