Wednesday, January 18, 2006

anonymous cuisa

Sigue sin nombre la cobaya que trajo Déivid ayer; tiene el pelito suave, y su única reacción expresa es el miedo. Cuando le falta apoyo estira las patitas temblorosas, y cuando halla un ángulo horizontal - vertical donde apoyarse (falda o rincón) se calma; eso quiere decir que no se mueve, salvo por los ojitos titilantes. En la casa de cartón que le armó Déivid en su pieza, se quedaba inmóvil. Ahora la tengo en mi falda. Cada tanto se alarma por el ruido de las teclas. Se asusta y no huye; sólo jadea y olfatea el aire. La alarman las alarmas. No sé qué no la asusta. Aparte de asustarse y comer, no hace nada, parece. Déivid dice que está deprimida. Estoy tentada de bautizarla Josefina, como la ratona cantora de Kafka, pero llamarla ratona o (peor aún) rata, es incorrecto; sus nombres genéricos políticamente correctos son cobaya, cuy, conejillo de Indias, Guinea pig. De la veterinaria, ayer, Deívid trajo un folleto: "¿Qué debo saber antes de llevar un cobayo a mi casa?" Que come verduras. Que va a pesar un kilo y medio cuando llegue el invierno y nos abrigará. Ahora gruñe, gorjea, emite unos ruiditos: ¿qué significarán? Ya veo: significan que el gato se le ha acercado y la huele. Ahora ella está inmóvil. Que no se mee, es lo único que pido. El gato vuelve a su banqueta bajo el escritorio donde ha estado durmiendo todo este tiempo. La cobaya anónima, la aún innominada, se sobresalta. Mueve las patitas, por fin.

Tengo un amigo en coma y una tristeza terrible. Voy, detalle sólo para los amigos, por la página 101 de La Nueva Cosa.

El clima es perfecto. Nadie habla de eso.

Vi ayer una película excelente, Eros. En "Equilibrium", la parte dirigida por Steven Soderbergh, Alan Arkin y Robert Downey Jr. se mandan un genial duelo actoral de freaks ambientado en un consultorio psicoanalítico neoyorquino en 1955, con vestuario de Milena Canonero y música de mambo. El paciente (Downey) le cuenta al terapeuta (Arkin) un sueño que no tiene sentido: el terapeuta trata de interpretarlo igual mientras arma y lanza por la ventana un avioncito de papel. Buscan el sentido en un mundo sin sentido. En los planos finales, tomas desde la calle, un avioncito de papel se estrella contra un rascacielos, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse, vuelve a estrellarse...

Ayer, hoy, una coincidencia me sorprende: todos los bloggers y todos los críticos literarios de poesía que leo están en contra del uso de la primera persona del singular en poesía. Se podría abolir el uso de la primera persona del singular en verdulerías: a partir de mañana, por decreto, nadie podrá decir "déme medio kilo de tomates" sino "tomates" o "medio kilo de ellos le es necesario a quien esto dice" y nadie contaría chismes, salvo aquellos que involucren exclusivamente las personas segunda y tercera ("sabe usted que la vecina...").

La cuisa se meó y se cagó. Y se calmó; mueve la cabecita, roe...
El pantalón es viejo, pero ella volverá a su caja, me temo.