Tuesday, January 24, 2006

30 años y un día

ATOPIA (Reuters). La División de Animales Experimentales de nuestra sede Holmberg (ex pieza de Déivid) fue esta madrugada el teatro de operaciones de una guerra entre cobayos que finalizó hoy cuando el susodicho integrante de la especie Homo Sapiens devolvió el cobayo macho a la veterinaria. Anoche pudimos comprobar además que mi gato es grunge: las voces de Kurt Cobain y de Courtney Love parecen arrullarlo. No sé, deben tener algo de gatuno. Le ponemos Nirvana o Hole y el tipo caracolea de gusto. También le encanta The Pixies.

Hoy salió en Rosario/12 mi nota sobre el escultor Blotta, padre de mi madre, autor del busto de José Hernández que está en la plaza frente a mi ventana y de unas 699 obras más. De las cuales algo más de 600 fueron catalogadas orgullosamente en Wikipedia por mis primos Luis y Andrés. (Mis primos Claudia y Osvaldo no están tan orgullosos. En la escuela Juan Arzeno padecieron de chicos el versito: Blotta, pelota que flota adentro de una bota...) y eso que la escuela Juan Arzeno tiene una obra del abuelo. En Rosario, si vas caminando por un parque, levantás la vista y ves una estatua, es muy probable que sea obra de mi abuelo. Su nombre, sin embargo, está olvidado: un karma familiar que me aterra porque, independientemente de que se trate de él y no de mí, y precisamente por eso, y por la forma en que me lo contaron, ese olvido es pesado: pesa como una deuda, no se entiende bien de quién para quién, o en qué ventanilla cobrarla... o pagarla. Encima, los intereses que habrá acumulado. (¿Ven por qué no confío en que la obra por sí sola haga huella?) Evocarlo a 30 años y un día de su muerte, haciendo uso de mi autoridad duramente ganada como crítica de arte por lo menos a nivel local, es una manera de romper el hechizo. Quienes ya saben, porque les conté, de las cosas que cuento en la nota (que es la primera de por lo menos dos) me dicen: ahora se viene la novela, ¿eh? Y claro, después vendrá la novela del abuelo. Ya no me puedo echar atrás. Tendra detalles: el San Martín que Claudia y yo llenábamos de patitos de juguete cuando llovía, porque estaba con los brazos cruzados y se le hacía como un charquito. El manifiesto anarquista que Blotta y sus amigos pusieron debajo del Beethoven, la madrugada en que lo emplazaron el el Parque Independencia, luego de hacérselo firmar a unos niños bien de familias burguesas de Rosario que venían borrachos de una noche de juerga. Esto último va en la próxima nota. Tendría que escribir también algo sobre el eclecticismo de su estilo, sobre cómo los bajorrelieves son más rodinianos, los bustos más clásicos, las placas funerarias más simbolistas, etc. Sobre su relación con Lucio Fontana (él y su padre fueron socios de Scarabelli); tanto que investigar. Acá hay una novela y una tesis. Mis próximos 5 años. Con suerte, veremos los actos oficiales atopianos de enero del 2011. Justicia.