Santa Francisca
Ayer andaban sueltos de nuevo por la plaza el perro cruza de ovejero y husky y la perra mestiza autores de los días de los seis cachorros que fueron la chochez de las vecinas hace un par de meses. Salí a sacar la basura anoche, los vi enfrente y los llamé. Los dos me vinieron a saludar como viejos amigos, con algo en sus caras que parecían ser amplias sonrisas.
Ahora, desde hace unos minutos, en el alféizar de la ventana del estudio se ha sentado, más que posado, una paloma. Ahueca sus plumas, se acicala: se ha instalado. No le molesta el ruido de las teclas. De cerca su carita (el ojo redondo, el pico rojo y largo) es cómica; nada que ver con esa imagen sublime aeronáutica que da en vuelo, y que le inspiró a Rulfo esta frase: "una paloma aletea como desprendiéndose del aire". (O algo así; estoy citando de memoria.)
Ni noticias de las "ratas" salvo un horrible ruido de patitas, y eso que las mimo con verdura fresca a montones. La no tan fresca va para las lombrices californianas. Seguramente debe haber escarabajos y otros seres en su caja, también; no he mirado.
Dejad que las aves y los felinos y los roedores y los cánidos vengan a mí. Cuando vuelvan los seres humanos en febrero, con sus noticias relevantes y sus demandas, nos habremos vuelto salvajes todos y ya no les entenderemos más una palabra.
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