los perros
Hace una semana que nacieron los perritos.
Con la tormenta de días atrás aflojó el calor, pero también se voló la cucha de cartón que le habían hecho mis vecinas detrás del monobloc a la perra color ceniza que vive en la plaza de enfrente, y a sus cachorros.
Acudimos todos.
El padre de los perritos, un mestizo de husky y de ovejero alemán que tiene un ojo color jaspe y otro celeste hielo, cruzó el pasaje Holmberg y merodeaba; parecía preocupado por sus hijos y por la madre de sus hijos. Ella enseguida halló un cubil en una cavidad del cemento, a pocos centímetros del césped, abajo de nuestro edificio. Déivid y yo pusimos los cachorros con ella. Hace varios días que las vecinas y Déivid se ocupan de que la madre perra siempre tenga agua y comida; yo asumí la tarea, como los oigo cada vez que gritan, de bajar a poner de nuevo con su mamá a cada cachorro que se cae de la cueva. Precisamente ahora está gritando uno.
Retomo este post luego de mi exitosa misión de salvataje, donde me encontré con la hija de una de las vecinas que les dan de comer a la mamá perra. Ella también venía a rescatar al perrito; alguien lo había oído, y enseguida se había corrido la voz.
Parece haberse creado una división del trabajo espontánea entre el vecindario: aparte de por supuesto los indiferentes (no los culpo, hay que ser muy bichero para hacer esto) estamos las juntadoras de cachorros, y están las alimentadoras de la madre. Al parecer cada casa, cada familia comprometida con la suerte de los perros provee una alimentadora y una juntadora. Es muy agradable juntar a los perritos: son suaves, tibios. Para oírlos gritar cuando se caen, se necesita de un oído fino; para poder rescatarlos, hay que contar además con la posibilidad de poder interrumpir lo que uno esté haciendo. En es el perfil de la juntadora sobresalen el oído, la atención y la disponibilidad. La alimentadora, en cambio, tiene que disponer de algún dinero, y de la capacidad de organizar por anticipado su tiempo; necesita constancia, compromiso y la capacidad de coordinar sus tareas con las demás alimentadoras, turnándose para que nunca le falte comida a la perra, tampoco agua. Déivid asumió este rol con entusiasmo; también mis vecinas. Déivid en seguida se cansó, y ellas siguen.
Las juntadoras, que por fuerza coincidimos ante la eventualidad del perrito caído, cumplimos el rol secundario de inteligencia y comunicaciones entre las alimentadoras: "Nosotros le dimos de comer esta mañana"; "mi mamá le trae ahora en un rato". Otro papel secundario de las juntadoras, cuando el calor arrecie y el plato de agua se vacíe más rápido que el de comida, va a ser el de aguateras suplentes. Forzando la imagen en alegoría, hay en esto cierta lógica del capital: a las juntadoras, que podemos hacer otra cosa mientras ningún perro grita, si esto fuera una empresa se nos podría pagar por cada caída asistida, incluidos los viáticos que necesitáramos para llegar hasta el perro; las alimentadoras tendrían un salario fijo, y vales para la compra de alimentos. Si los perros fueran un diario, seríamos los colaboradores y los trabajadores de planta, respectivamente.
Y mi gato, de celos, está que trina.
Surgieron nuevos roles: las historiadoras (una vecina me cuenta: el padre de los perritos, no sólo en la noche de la tormenta, sino la noche en que los perritos nacieron, los estuvo cuidando) y las encargadas (nueva versión de las constructoras de cucha) de poner una media sombra en la entrada de la cueva para que la mamá y los bebés no se cocinen al sol. Anteayer fui a juntar un perrito y ahí estaba su papá, con la cabeza erguida, tendido a la puerta de su carpa negra como un gitano.
Hoy se armó una pelotera grande.
Habiendo adquirido el emprendimiento tal envergadura, no podía dejar de aparecer un rol nuevo: El Malo de la Película. Es decir que ahora, aparte de los partidarios y de los indiferentes, hay un opositor de los perros. El Malo de la Película es un vecino que la juega de Cruella De Ville: esta mañana amenazaba con matar a los perritos. Parece que fue él quien arrancó la media sombra. Tildó a las alimentadoras de "villeras", el peor insulto de los monoblocs de zona Sur. Al principio, ellas estaban atemorizadas. Cuando bajé por el llantito de uno de los cachorros, unas alimentadoras habían metido a los perritos en un moisés, con el que no sabían muy bien qué hacer. Lo iban a arrastrar a la plaza. Las convencí de organizarnos, reinstalar la media sombra, reubicar a los perritos y a la perra en su cueva, ir a hablar con el vecino Cruella De Ville. Siguieron surgiendo roles: una alimentadora se desdobló en eficiente secretaria de prensa ("le vamos a decir esto. Escuchen..."); subí a buscar el martillo de Déivid, y las mediasombristas procedieron a reconstruir la media sombra. Fue bastante contundente, espero, la exhortación al vecino. Esto de los perros ya es un culebrón. Asumí un rol más: retaguardia de la fuerza defensiva, cuidarlos esta noche del vecino si llega a querer "hacerles algo".
Recién oí un ladrido, bajé y estaba todo en orden: el padre, en su puesto de (van)guardia.
En beneficio de mi gato (que me acompaña aquí desde nuestros estudios del pasaje E. L. Holmberg) aclaro que los colores de este blog son los de él: gris y blanco.
Al cierre de esta edición, mi gato atacaba al cable del mouse.
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