"Atardece
apaisado profundo."
Beatriz Vallejos escribió este poema de tres palabras y de dos líneas. Ella fue mi díler de poesía, el comienzo de este viaje de ida: ¿cómo no leer un poema de tres palabras? ¿Cómo no escribirlo? Preguntármelo me metió en esto. Mi primer libro de poesía con editorial y pie de imprenta se lo dediqué a ella, cuyo primer libro (título envidiable para un primer libro) se llama Alborada del canto y salió en 1945. (Y cuyo último hasta ahora y primer libro porteño, El cántaro, por Ediciones en Danza, es del 2001 y todavía se consigue.)
La mariposa de la sombra
en la pared de cal.
Ella, con su lograda inocencia, es la culpable. Al abrir sus libros comprobé que un poema puede ser redondo como una fruta, tangible como un cántaro. Canto, cántaro. Si Borges "superó" los límites del romanticismo, ella los perforó, casi invisible, con gatuna elegancia. Uno venía derrotado de Borges, de todo ese mármol que te mira desde arriba, y acá estaban el barro del Paraná, el huesito del sábalo. Vueltos joyas, como todo niño o niña de esta región litoraleña sabe, aunque después lo olvide: es joya todo lo que brilla, todo lo que atrape la eterna y efímera luz.
¿Más?
Una vez escribí que la experiencia poética es siempre gozosa en Beatriz Vallejos. La suya es una poesía que impulsada por una solitaria voluntad prometeica de bienaventuranza busca la intemperie, guiada por un deber ético de felicidad. Y se propone borrar el límite entre lo profano y lo sacro, para lo cual no degrada lo alto, sino que consagra lo cotidiano. La nada, aquí, no es la noche triste del ser, sino “el jardín nevado de Dios”. Amplitud dichosa la de este mundo redimido de toda muerte y de la sujeción a toda necesidad, excepto una: la firme voluntad de forma que le otorga al poema la luminosa sencillez perfecta de la gota de agua.
¿Más todavía?
La seguimos esta noche por LT8, cerca de las 23 hs., con Diego Giordano.
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