Saturday, November 05, 2005

aura del aura

Perdón que insista. Me pasa sólo con algunas películas: sus colores, sus climas, se me demoran en la memoria y de a poco empiezan a construir recuerdos falsos. Dentro de unos años voy a volver a ver El aura y no la voy a reconocer de lo que recuerde para entonces. En mi memoria falsa, es decir cuando lo que recuerdo de la película vuelve a pasar por mi mente, estoy mirando El aura y preguntándome si Fabián Bielinsky es un buen discípulo de Robert Bresson o un mal epígono de Andrei Tarkovski. En mi recuerdo falso de estar mirando la película, dice una vocecita cruel: "¡No uses actores naturalistas si querés hacer algo como Stalker!"
Pero no, no fue así.
Lo que sí hice (sin pensar entonces; lo pienso ahora) fue contemplar ese cartel del camión de caudales, "la llave del cofre interior se encuentra en el punto de destino" poniendo en práctica una mirada de espectador previamente formada en El billete falso de Robert Bresson.
Hay un antes y un después de ver El billete falso. Bresson te educa: aprendés a leer lo que dice en esos segundos planos, esos afiches o cartelitos aparentemente banales pero que en la película constituyen verdaderos oráculos que anticipan lo que vendrá, o dicen algo sobre lo que piensan los personajes. Un mecanismo como de historieta, pero con algo del coro de una tragedia clásica. Ese uso ominoso del recurso del plano montaje con texto de fondo, insistente, termina por convertir la mirada del espectador en la de un buscador de señales, un nigromante de signos del destino. Crea una manía criptográfica, una especie de paranoia mística. Hay que verla con lápiz y papel.
La mística, en Tarkovski, pasa por otro lado: se trata de filmar lo invisible. Y Tarkovski lo consigue. Nunca, que recuerde, una película me dio tanto miedo como Stalker. Más que miedo: puro horror metafísico. ¿Cómo lo consigue? Sin efectos especiales. Con un lugar desolado y un buen actor. Un actor que dialoga, desde el cuerpo, con "eso" que se supone que habita el lugar. Un actor tan serio como un niño que juega. Si no fuera excelente, sería ridículo. En cambio, nos mete en su juego y se lo creemos y se nos erizan los pelos de la nuca.
Lo que tienen en común estas dos películas (dos obras maestras, dos influencias latentes, me parece, en El aura) es que nos proponen un juego, donde uno puede o no entrar. El aura es menos abierta en este sentido; y además le falta, todavía, el juicio del tiempo.
En mi recuerdo estarán superpuestas estas tres películas, como capas de un sueño.