Wednesday, November 09, 2005

Last Days

Me sigo castigando con películas raras. Anoche al final la fui a ver nomás, a la de Gus Van Sant "libremente inspirada" en los últimos días del bueno de Kurt. Y me di el gusto de verla con amigos. Sala de Cine Club Rosario con lleno total. Teníamos ganas de darle un premio al integrante del público que más se pareciera a Cobain. Teníamos apuntado el ganador y todo. Había un clima distinto al habitual en la sala, un clima como de joda. Eso aunque todos sabíamos que la película era trágica: como en la ópera, como en la tragedia griega, y como en Elephant, sabíamos el final. Van Sant se las arregla para demorarlo dos horas. Cuando al fin llega, parece una pintura manierista fúnebre de El Greco: esas cosas místicas del arte de la Contrarreforma donde el cuerpo desnudo simboliza al alma, etc. Ese cuerpo es Michael Pitt en un trabajo actoral estupendo. Él es el héroe: es Blake, el "alter ego ficcional" de Kurt Cobain. Pero Van Sant no le da una puta línea de diálogo. Aunque quizás siguiendo uan marcación del director, Pitt se la pasa haciendo todo el tiempo cosas extrañas con la voz: farfulla, murmura, gime, susurra, gorjea, canta, grita, aúlla y se me terminaron los verbos. Todo mientras vagabundea; la cámara lo sigue.
La película es casi puro espacio, casi puro tiempo. Hay sonido, pero menos la voz de Pitt todo lo que suena (campanas, teléfonos) está sonando siempre en otra pieza. O en otro ámbito. O en el más allá. Hay un bosque y hay una casa típicamente grunge: la mansión decadente en medio del bosque a la que sus nuevos dueños le dejan la decoración tal cual, con paredes que se descascaran y escena de caza desteñida con ciervos y todo. En un plano particularmente simpático, el "alter ego ficcional" de Dave Grohl flashea mirando esos ciervos. La cámara (especializada en planos secuencia, y también en planos montaje a lo Orson Welles en Citizen Kane pero infinitamente más fríos) es el ser más activo entre esos seres desplomados, derruidos, devorados por su mundo interior. Los demás, con todo, y quizás porque estén relativamente más vacíos, se las arreglan para socializar (aunque abandonan cruelmente al protagonista) entre sí. Blake, como su nombre lo indica, no, pero unas campanas y unos coros fuera de escena sugieren que ve ángeles.
No soy crítica de cine y no sé si tengo demasiada autoridad para decirlo, pero como espectadora de a pie me parece que Gus Van Sant en Last Days se homenajea a sí mismo: repite el recurso de la dislocación temporal, esa cuarta dimensión cubista que en Elephant tiene la precisión de una máquina trágica pero acá es casi un manierismo (hablando de manierismo) y no encaja con ningún posible suspenso. Porque acá el tiempo no avanza sino que vaga en círculos, da tumbos, se detiene.
Last Days carece del rigor de Elephant. Tiene más belleza, una belleza romántica que la otra película no tenía. Su tema mismo es romántico. La noción de artista que se encarna en la figura trágica de Blake es una masa de clichés románticos. Eso aburre, en un punto. Pero algo para agradecerle a esta película -paradójicamente, a una película que se trata de un músico, y de un grupo musical de Seattle que marcó toda una década- es su silencio. Salvo por dos interludios cómicos y uno dramático donde la casa grunge es invadida por enviados más bien matinales del mundo exterior, no hay casi diálogos hablados, en el sentido fonético más exacto del término hablar. Los Nirvana ficcionales, su rubio y crístico líder muy especialmente, parecen haberse olvidado de cómo se hablaba. Balbucean. Hasta los predicadores mellizos que hablan de Cristo para delicia del Grohl ficticio (un ser bastante perverso, a juzgar por lo que escucha luego por la noche: una canción que dice "besa el látigo / besa el látigo / y cree en mí") parecen quedarse sin letra.
Sinopsis:
Fue en la primera mitad de los 90.
Eran tres, sin contar las chicas.
Eran pobres. Fueron ricos.
Uno muere. Dos huyen.
Toda esta historia tiene mucho más que ver con nuestras vidas de lo que estamos dispuestos a aceptar.