Monday, November 21, 2005

poesía narrativa

Ayer, por saltearme las fechas de los posts, llegué exactamente un mes tarde a la sección comentarios de "Dudo de todo" y al debate entre Santiago Llach (visitante) y Diego de Puán (local) sobre poesía argentina de los 90. Creí que era un debate candente hasta que volví a ver cómo seguía... y recién entonces releí las fechas. Era un debate de octubre, no de noviembre. Me temo que ahora al calor ya lo aporta el clima, y que las nuevas obsesiones argentinas van más por el lado del bronceador o del arbolito navideño.
No deja de ser refrescante el hecho de que en uno de los poemas citados Casas (poco salidor, como su apellido lo indica) describa una ducha y compare el amor y las revistas literarias; el poema está en Poesía en la fisura, antología de 1991 de Daniel Freidemberg, quien también participa (en el debate, no en la antología), con el alias Balvanera.

Pasen y vean:

1.PRIMER TIEMPO

2.SEGUNDO TIEMPO

3.TASCA VASCA

La relación entre poesía objetivista y afasia asimbólica es, lejos, lo más interesante del debate. Tamara, si no me equivoco, es Tamara Kamenszkain.

UPDATE: De acuerdo una vez más con SL en que políticas literarias hubo siempre; pero Diego también tiene razón en señalar algo que intuye y le molesta, que él siente como muy propio de "los poetas de los 90": un mal nuevo, para el que prueba varios nombres. Yo lo llamaría "estrategias y tácticas de posicionamiento". No se habían usado en poesía antes de los 80 y 90, o por lo menos no se habían usado así. Algunos colegas míos fueron admirablemente hábiles en el uso de esto que Baudrillard, autor de moda en esa época, hubiera incluido entre "las estrategias fatales": aquellas que te desafían de tal manera que te ponen ante un dilema de hierro. O imitás las tácticas del que te lleva la delantera para sacarle un hocico de ventaja, o lográs que ni el loro te lea. Al final, comprendés que la poesía sale perdiendo, ya que terminaste haciéndote cómplice en el armado de un corpus monocorde donde la originalidad y la autenticidad brillan por su ausencia. Lo mejor es disentir con ese precario canon, patear el tablero. El disenso, gesto que a primera vista aparece como estúpidamente suicida, o ridículamente heroico, es a la larga el que más rinde. Después, claro, hay que sostenerlo. La actitud más productiva (no la más ganadora, sino la más productiva) es esta: viva la poesía, aunque mi fama no dure. (Pero se pierde por el camino la adrenalina que tenía la guerra fratricida en su ferocidad.)