Subject: RE: ¿Seguís ahí?
Existen amistades-amistades y existen (para mí, al menos) amistades-fusible. Las amistades-fusible son las bajas del trabajo literario, podría decirse, sobrevalorando un poco el papel de lo literario; en realidad son bajas, y punto. Aunque no casualmente coinciden con la entrada en un nuevo tema, en un nuevo libro. Las amistades-fusible, como su nombre lo indica, son esas que saltan en pedazos para que no salte en pedazos uno. Se trata siempre de amistades nuevas. Por alguna razón pareciera que es más fácil contarle ciertas cosas a un extraño, a alguien que uno conoce de poco tiempo, que a un amigo de varios años o de toda la vida. Y hay extraños y extraños. A algunas amistades recientes las cuido. Cuido quiere decir que nunca, nunca, voy a contarles algo perturbador así me halle al borde del síncope. ¿Con quién hablar entonces cuando la ansiedad cunde y ni la terapia ni la escritura ni el blog alcanzan? Ciertas cosas tienen el tipo de voltaje que hace saltar todo. Y, por supuesto, uno las cuenta y salta todo. Aclaro: no es que salte en pedazos el otro, lo que salta en pedazos es la amistad. Pero no es tan fácil desenroscar y tirar una amistad como un fusible. Ese momento fúnebre es cuando uno descubre demasiado tarde que ese extraño no era un extraño. Había imágenes, palabras, complicidades, afecto, una belleza de signos que se habían ido anudando; y uno se queda solo con todo eso, como si un ser querido se hubiera muerto. Y el alivio de haber sobrevivido al propio dolor expresándolo y sacrificando así una amistad, se diluye enseguida al comprender que el costo era muy alto. Y al alivio le sigue el duelo. El fin empieza con un silencio (uno justificable, muy justificable) en el correo electrónico. Silencio que amenaza con volverse definitivo: no hubo tiempo para pedir un número de teléfono y, si lo hubiera habido, a cierta altura de la desintegración del vínculo nada garantiza que un llamado vaya a arreglar las cosas. Un matrimonio puede desintegrarse en quince años; una amistad fusible, en quince días, en cinco, en un fin de semana especialmente malo, en quince minutos. Al inicio del dolor le sigue la aún más dolorosa lucha por no llorar, ya que muy probablemente en ese momento uno tiene a alguien lo suficientemente cerca como para que el llanto destruya un vínculo más y se desencadene una imparable reacción en cadena, un efecto bola de nieve. Al menos el llanto contenido, como emoción física, es interesante de observar. Hay que apechugar y juntar fuerzas para tomar nota; siempre sirve. Ya pasé por esto muchas veces y sé que lo más jodido son las primeras 48 horas. Soportar la película de las escenas felices que desfilan una tras otra como en un montaje mersa de escenas mudas con banda de sonido de canción candidata al Oscar. Ayuda pensar en las amistades que quedan, las amistades-amistades que justo al mismo tiempo se afirman y ahondan, pensar en sus papelitos y sus besos y la alegría de sus reencuentros (¡si supieran, si supieran!); ayuda pensar en la esperanza de las amistades nuevas (¡si supieran!); pero ay las contraseñas abandonadas, ay de la mirada de unos ojos perdidos para siempre, ay las complicidades rotas, ay los apodos que no se volverán a pronunciar.
Mejor no perder del todo las esperanzas de que quizás mañana en la casilla de correo aparezca algo. Un milagro: "Subject: RE: ¿Seguís ahí?". Antes creía que era preferible no abrir el correo hasta no tener la plena seguridad de que iba a poder soportar no encontrar el email milagroso. Ahora prefiero abrirlo nomás y capear el cimbronazo, y sacarme la duda... No, no se trata de duda: es la certeza de que no va a haber nada y AL MISMO TIEMPO la espera del milagro. Otra es seguir mandando emails que ya ni se confía en que serán abiertos; pero eso puede resultar contraproducente, destruir el último resto de esa amistad tan breve y frágil y que fue aplastada por la propia ansiedad como un plantín al que le pasa una aplanadora por encima.
Lo mejor es salir con dignidad: un buen email de despedida, pero que no parezca de despedida, porque eso sería una profecía autocumplida. Pedir disculpas, por las dudas, pero con altura. Y repetirse para uno aquella frase de aquel final de aquella novela de Chandler: "Hasta siempre, amigo. No te digo adiós".
UPDATE 30/11: ¡¡¡¡¡¡¡¡ME ESCRIBIÓ!!!!!!!!!!!!!
Y le respondí y ahora me voy a desayunar.
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