Hombres, caballos, tigres, árboles y el mar
Hombres. De chica siempre me fascinaron esos extraños seres grandes y llenos de vida reconcentrada e intensa, fuertes y taciturnos como caballos o tigres o árboles, pero más hermosos aún que los caballos y que los tigres y que los árboles. Los hombres de mi niñez eran serenamente tristes y estaban siempre cansados, y siempre tenían algo que ver con mi padre. Me gustaba guiarlos de la mano a lugares, hablarles y hacerlos reír. Mi madre les temía. Mi padre les convidaba whisky. Yo era feliz si podía jugar al ajedrez con ellos o tocarles canciones al piano. Me gustaban sus voces graves y los olores de sus cuerpos. Los vi sudar bajo el peso de una carga o engrasarse en combate desigual con un motor, y los admiré. Un hombre es algo serio. Me gustaban y me gustan los hombres casi tanto como me disgustaban y me disgustan los niños. Pero involucrarse demasiado con los primeros podría engendrar los segundos, de modo que tengo un problema.
Les temo un poco, por ese famoso asunto del orgullo. Mi madre insistió demasiado en eso. Quizá demasiado. Pero por otra parte a mí nada me halaga tanto como la admiración de los hombres orgullosos, cuando encuentran en mí cualidades que creían exclusivas de ellos. Entonces siento que soy un poco ellos, y eso me hace feliz, porque me gustan tanto que todo lo que pueda acercarme a ellos, aun si logro acercarme lo suficiente para engendrar niños, me resulta insuficiente. Me gusta sentirme devorada por la mirada de admiración de un hombre orgulloso. Y tarde me doy cuenta de que esa mirada pone demasiada distancia. Y quiero estar más cerca, quiero guiarlos de la mano a un lugar. Quiero sentir sus olores de cerca. Y ver su mirada bien de cerca. Me bastaría con uno, uno en particular. Un hombre fuerte que haya sudado bajo una carga y haya soportado y me admire por haber soportado a pesar de no ser igual de fuerte.
Los hombres se parecen a las canciones. Cada hombre, para mí, tiene su forma y su color y su canción. Los hombres dan consejos. No me olvido del inglés que una noche en Mar del Plata me dijo que hay que resistir y luchar, "stand up and fight". Y nos tomamos cuarenta cervezas, las contamos al alba. Ni del marino mercante que me dijo "Vos y yo somos valientes: yo me meto en alta mar, vos te metés con la palabra" y al otro día me presentó a su madre. Los hombres me han salvado la vida. Siempre un hombre me salva de morir de desesperación por otro hombre. Y todo es un drama sereno y civilizado como una novela de Somerset Maugham.
Amo a los hombres.
No a todos, pero a algunos los amo.
Y a otros solamente los amé.
Labels: poesía
5 Comments:
Gracias Amiga! este relato tuyo también es muy bello, son de ese tipo los hombres que me gustaría ser. Pero el hombre caballo tigre árbol mar es muy dificil. Es re dificil como la justicia. Un beso. Fer
ufffffff, Xenia, es impresionante la fuerza de tu escritura, tanta bofetada junta...
gracias, como siempre te he dicho, por existir, auqnue sea levemente...
Hermoso texto Xenia. Por momentos no sabía si era un fragmento traducido de wuthering Heights ;)
Saludos desde la Spagna.
Disfrute leerte.
Hay destellos de belleza cruda en tu texto, la percepción de ciertos detalles me transportan hacia un paisaje similar y al mismo tiempo absurdo. Las sensaciones exploradas en tus recuerdos o pensamientos sobre la imagen de un hombre las siento íntimas cuando navego en el reflejo de una mujer.
Saludos,
An
uf, tanto elogio da pudor. para decirte xenia, una cagada que no te gusten los chicos: tenés las manos llenas de helado pero lo que te estás comiendo es el papel.
como decía el oscuro: el tiempo es un niño que juega a las damas: del reino el niño
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