una tragedia de ambición
(pequeña parábola kafkiana)
Hay un objeto A. Tiene dueño. El sujeto B lo codicia e intenta tomarlo. C y D le insisten en que desista. B les asegura que no renunciará. C le dice que sus pretensiones a la posesión de A no constituyen por sí mismas, de ningún modo, un derecho de propiedad. D le explica el derecho de A a la autodeterminación. Los argumentos de C y D oscilan contradictoriamente entre la instigación a la renuncia y la apología de la seducción: a A hay que, o bien dejarlo en paz, o bien entrarle de a poco, domesticarlo, encantarlo, convencerlo. De A es preciso que B: o bien no espere nada, o bien no espere más de lo que A pueda o quiera dar, y eso cuando A lo decida. Es decir: que B espere, simplemente. C y D exhortan a B a respetar la soberanía de A. Hay límites que acatar, le explican. Hay una ley que le prohíbe a B disponer a su gusto de A. Pero B alega que A es suyo y que no sólo va a tomarlo, y que no sólo va a tomarlo cuanto antes, sino que además no va a soltarlo aunque se lo traten de sacar por la fuerza. B trata a C y D de cobardes y no vacila en ir hacia A. Pero no puede ir solo: necesita a C y a D, quienes lo secundan y acompañan al principio, pero no van todo lo lejos que B opina que deben ir. Por el motivo que fuere, B pierde a A: ha podido asirlo con la ayuda de C y D, pero no logra conservarlo. Cuando lo está perdiendo, pide ayuda desesperadamente una vez más a sus aliados C y D, pero éstos invocan la prudencia. Al cabo de una corta lucha, A es perdido y B debe rendirlo. B culpa de su derrota a la cobardía de C y D. Por su parte, C y D cargan sobre B toda la responsabilidad del desastre.
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