Saturday, February 04, 2006

mascotas incompatibles

Algo huele a quemado en Dinamarca


Sigo con Vanity Fair. Lo que más me gustó de la película además de por supuesto James Purefoy: la sutileza de su visión descarnada de lo social, la actualidad de ese pesimismo de la época de Napoleón. Hay ropajes físicos (sedas y tules), pero faltan esos otros telones que hoy nos hemos acostumbrado a tender sobre las alianzas de clase. Por ejemplo, cuando Miss Matilda Crawley la toma del brazo a Becky Sharp como si fuera una igual y la invita a cenar con la familia, lo hace en un gesto puramente transgresor, una provocación para dejar bien en claro ante sus parientes, que aún deben cuidar las formas, que ella es superior en tanto puede permitirse cualquier excentricidad. Esta soberbia, después, le va a costar caro. Porque es puro gesto y no invoca ninguna ideología de igualdad universal. Le falta, a ese gesto egocéntrico, el velo de la hipocresía católica, marxista, o simplemente "solidaria". Nada que atempere esa extraña mezcla de crueldad y de prudencia que manifiestan los ricos al protegerse de los pobres.
Ha de haber algún paralelismo posible entre la clasista sociedad inglesa del siglo XIX, la nuestra, y la sociedad de castas india de donde viene Mira Nair. Esa transparencia es terrible, y es bella precisamente por ese horror que satisface una curiosidad, una infantil pulsión de saber. Poe: "El horroroso descorrerse del velo". En Atopia, esas cosas pasan.

Gatillo fácil

Tenían razón mis amigos cuando me decían: no dice miau, dice "may I?". Te está pidiendo permiso para atacarlas, para saltarles encima. Y yo que no, que mi gato es buena gente, que sabe comportarse, que se van a hacer amigos. Ayer justamente Dora se dejó hacer mimos; estaba tranquila, el gato la olía de lejos y me imaginé al fin una escena fraterna, un Edén como el que los Testigos de Jehová dicen que va a venir después del fin del mundo (y te muestran esos dibujos: el león junto al cordero, ilustración textual). Cuestión que no. Hoy se les abalanzó nomás a las cobayas, que alcanzaron a esconderse en el placard. Todo en medio de una batahola de zarpazos y chillidos, circa 6:30 am. Costó, el operativo rescate. Sobrevivieron. Ilesas.
Moraleja: nunca le des chapa de policía a tu gato.

Por su parte, el tomate no fue tan melodramático como para haberse muerto justo antes de la gran lluvia. Viven, él y sus frutos. Me ahorró muchas culpas.

Este no es un blog sobre política internacional, pero qué cagada lo de Siria.


UPDATE: el tomate ha muerto. ¡Qué ensalada, su descendencia!