acertijo
Fui a visitar al matricida. No hoy, ni ayer; fui hace varios años, catorce años. Ya debe haber salido. Tenía el pelo cortado al rape y un mameluco gris que de tan sobrenaturalmente bien lavado parecía un uniforme de cárcel, aunque aquello era una alcaldía y los únicos uniformados eran los canas. Tomaba serenamente mate. Creía todavía en las virtudes de su fuerza, y me estuvo hablando de eso; es decir, de la fuerza armada a la que había pertenecido hasta que, como gustaba decir su abogada defensora, la madre buscó la muerte a manos del hijo.
Yo iba con una pregunta: ¿era necesario?
La formulé así: ¿por qué?
"La vida así lo quiso," dijo.
Entonces le propuse el acertijo. Yo, que creía en la libertad, a un preso, le mostré el famoso acertijo: cuatro fósforos, dos verticales y uno horizontal en ángulo recto con los otros dos, y uno vertical en el medio, formando una pala cuadrada. Adentro, una moneda. Pregunta: cómo sacar la basurita de la pala moviendo sólo dos fósforos. Respuesta: corrés el fósforo horizontal hacia un lado, hasta que su punta toque el fósforo vertical de abajo, que ya no representará el mango sino el borde de la pala. Al fósforo que queda suelto, lo cambiás de lugar y lo convertís en el otro borde. Así, la pala cambia de sentido y la basura, o la moneda, queda automáticamente afuera. Moraleja: correrse hacia un costado, reconfigurar la Gestalt, y nos libramos de la basura. Hacer periferia de lo que parecía el centro, y viceversa. Confiar en la propia capacidad de reconstruir las cosas a un costado, de dar vuelta el mapa como Torres García, para que ese costado se convierta en centro, y nos libramos, sí, nos libramos de la basura. Mudarse llevándose con uno todo lo bueno, y dejar, donde estaba, la basura. Los que no aman, donde estaban. Los que no trabajan, donde estaban. Los que no disfrutan, donde estaban.
Yo creía en esto entonces. Tengo que creer ahora.
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