Sunday, June 19, 2005

escritura: instrucciones de encendido

A Fernando


El acto de escribir es precisamente eso: un acto. Funciona por acción y reacción. Se escribe por bronca, furia, frustración, maravilla, asombro, perplejidad, enamoramiento súbito e irrealizable. Se escribe como quien llora, o como quien ríe, o como quien saca un cuchillo y mata. Se escribe como se sangra, es decir: para limpiar una herida con los propios recursos del organismo. (Entre los que necesariamente tienen que contarse buenas lecturas, y cierta ambición de estilo.)

La vida está hecha de rituales, y la escritura también. Barrer el estudio, poner agua para unos mates, leer unos versos o un artículo de un autor favorito: conviene repetirlos día a día una vez que hayamos comprobado que funcionan. De Truman Capote dicen que solamente escribía acostado y en un determinado tipo de papel amarillo.

Jorge Mayer cuenta en su blog que él sólo puede escribir en Word o RTF. Yo me resistí mucho a cerrar para siempre la funda de mi vieja Olympia portátil, en la que escribí desde los quince años. Aún hoy me paralizo ante el Word y siempre necesito hacer primero mis borradores en archivo de texto, una manera de volver un poco a la máquina (que conservo).

Hace muchos años una ordenanza municipal prohibió en Rosario el uso del incinerador, que en el edificio donde pasé mi niñez fue el destino de más de una cotorrita o ratita muertas de muerte natural. Y me recuerdo haciendo papel picado con mis poemas juveniles malos hasta volverlos ilegibles. ¡Cuadernos enteros, sumados a la basura que hoy por culpa de esa desatinada idea europeizante cubre la ciudad! En nuestra época tenemos la suerte de que con un clic del mouse nos deshacemos mucho más fácilmente de esos cadáveres.

En esto se avanza a borde negado, por decirlo con una metáfora náutica. Una regla: lo que no se tira, se publica. Otra: de lo que se publica, guardar ejemplares.

Haber escrito es desdichado; estar por escribir es terrible; pero estar escribiendo es la bienaventuranza misma, y una vez que nos acostumbramos a la página en blanco y adquirimos el hábito de lanzarnos al vacío (es una disciplina, como la de los paracaidistas de la Fuerza Aérea) nada podría resultarnos más glorioso que escribir.