Sunday, June 12, 2005

Lo divino del sol

Domingo: Sunday.
Sunny Sunday.

El vacío es mirar el reflejo del sol en el relieve del azulejo del baño y no pensar más en nada. Olvidarme de mí, de mí y de mi destino; sólo hay sol, y ese dibujo, y algo como la bruma que sube de un humus de recuerdos agradables (tardes de sol, de domingo; la voz de abuelita, la de papá) y no pensar en nada: bienaventuranza.

Antes creíamos en esas cosas. ¿Por qué no ahora, cuando más las necesitamos? Creíamos en lo divino del sol. En que mirar el dibujo del azulejo, en el olvido de sí, destrababa -en alguna parte- algo. Creíamos que la losa de la mazmorra se correría si éramos buenos, si abrazábamos la nada hasta transmutarla en vacío, si meditábamos y hacíamos de nuestra meditación una plegaria.

El problema siguen siendo los problemas que no tienen solución práctica. Esos son los que requieren de la fe; fe en una intervención, digamos, sobrenatural. Hoy más temprano pensaba, durante el desayuno, que si quisiera darle una solución práctica a mi problema tendría que matar a mi ex jefe y también a todos sus posibles vengadores, es decir: masacrar a unas treinta personas. Imposible. Impensable. Forget it, man. Además tampoco es demasiado honrosa la idea de hacerle trampa a las reglas de la tragedia, que dictan que un error grave debe ser pagado. Yo cometí mi error, y lo pago teniendo un enemigo: un enemigo que me bloquea todas las puertas. No poder abrir nunca más una puta puerta en mi vida me resulta, dentro de todo, tolerable. Sobre todo porque es lo justo, la correcta retribución por mi error trágico; si me resultara más barato no sería trágico, y sin una tragedia que lamentar no sé qué lírica escribiría. Pero estoy dándome cuenta de que escribía mejor antes, cuando tenía esperanzas. Y más intolerable todavía que estar bajo esta ley intolerable es la imagen del olvido después de la muerte. Sólo por eso es que quisiera patear el tablero, pero no se puede. Ni se debe. Nadie debería ser tan torpe como para buscarse los enemigos más despiadados y cavarse su propia fosa hasta llegar a un grado desesperante de acorralamiento; pero así fue, así están las cosas, y nada indica por ahora que vayan a cambiar.

Entonces: un deus ex machina acá. Algo del orden de la sincronicidad, alguna gracia de la deidad solar: sé que no oirá un clamor desesperado, por lo tanto debo mantener la calma. Pero si miro el dibujo del azulejo, al sol, algo puede moverse. Una amnistía, por qué no. A mi abuelo paterno, de quien se decía en el pueblo que había matado en un confuso tiroteo a uno de los tres sicarios de los conservadores que habían ido a buscarlo a su farmacia en un auto negro para matarlo, lo amnistió Yrigoyen. En cambio yo, yo espero la gracia de un rayo de sol. Si miro, hasta olvidarme de mí, ese azulejo; si lo miro hasta convencerme de que es posible barajar y dar de nuevo, hasta sentir que todo puede recomenzar; si logro creer que algo, allá afuera, puede moverse; entonces recuperaré las esperanzas. Entonces, sé que entonces todo va a volver a ser como antes.