Thursday, June 09, 2005

El grito sagrado

Para no chocar de frente contra cierta idea nacional de lo sagrado, quiero aclarar que el hartazgo que expreso en mi post anterior no tiene por objeto únicamente al fútbol.
Estoy harta de gritos; punto.
Gritar los goles de Argentina forma parte de algo mucho más amplio: algo que podríamos llamar la grandilocuencia de las pasiones. En un país donde el no ser de clase media -ni alta- equivale lisa y llanamente a morir de hambre sin que a nadie le importe, más que al interesado y (con suerte) a sus familiares cercanos, la insensibilidad se compensa con la grandilocuencia de las pasiones.
Porque los países americanos somos hijos del Romanticismo, y de sus dos religiones: la nación y el sentimiento. Al sentimiento lo suponemos sin más la expresión de un alma humana infinita, complicadísima, incontrolable. La furia y el amor parecen clamar al cielo. El derecho a romper en alaridos nos resulta más inalienable que el derecho a tener alguna dignidad. Todo parece importarnos muchísimo, y en realidad no nos importa nada. Porque si realmente algo nos importara, en lo primero que repararíamos es en el daño psíquico permanente que la violencia emocional deja en las generaciones más jóvenes.
Mis padres, me acuerdo, eran seres profundos. Sus almas tenían tal complejidad que la sola idea de controlar la violencia o el llanto les parecía impensable. El clima no mejoraba saliendo a la calle, donde cualquier bomba casera podía dejarte manco en cualquier momento dadas las ganas incontenibles de cambiar el mundo que tenía por entonces la juventud. Después, tampoco se podía salir mucho a la calle; como todos saben la volvió peligrosísima el patriotismo de nuestras fuerzas armadas, decididas a exterminar a los "extremistas" (es decir, a los extremistas del otro bando). Lo peor no era la idea de que podían torturarte y matarte, sino la certidumbre de que lo harían con ahínco, con dedicación, con genuino entusiasmo.
Después de 1983 brotaron como hongos del moho acumulado por la Constitución demócratas fervientes, capaces de amenazar con linchar por colaboracionista a cualquiera que no llevara puesta aquella ridícula boina blanca con pomponcito colorado de la Juventud Radical. Ahora, más por fiaca que por otra cosa, ya casi ni ando por las calles del centro pero me imagino, por lo que alcanzo a leer en las versiones online de los diarios, que allá afuera la Argentina debe estar llena de pasiones grandilocuentes: allá andarán los piqueteros furiosos, los antipiqueteros furiosísimos, los locos al volante, los familiares de accidentados mortales, los hinchas de Boca, los hinchas de Central... y millones de niños y de niñas con enuresis, pesadillas, asma, trastornos digestivos, trastornos alimentarios, problemas de aprendizaje: criaturas aterrorizadas por los desbordes de los inmaduros que deberían ser adultos, estos niños serán los estresados postraumáticos crónicos del mañana.
No es pasión, es histeria.
Aguante el pecho frío, que no contamina y es más sano.