Tuesday, June 07, 2005

Dando la cara

Bien. Por fin me envalentoné y con una ayudita de mis amigos subí una foto actualizada. La plaza que se ve al fondo es la que qaeda, digo, la que queda frente al balcón de mi casa (plaza... balcón... húmmm...)
Justo que acababa de descubrir los beneficios secundarios del anonimato. Es decir, no los de cualquier anonimato, no los del simple hecho de ser un desconocido por defecto, sino aquel al que se llega tras un infructuoso asedio que hubiera sido mejor no emprender.
Algo de tal diferencia alienta en el dicho "No es lo mismo ser un alcohólico anónimo que un borracho famoso". Yo diría que no es lo mismo ser un completo don nadie (eso decía de sí mismo ¡nada menos que H. P. Lovecraft!) que haberse convertido en el cargoso de siempre. La segunda categoría corresponde, en una ciudad como Rosario, al artista que no pudo ni quiso acceder a ningún cargo oficial que le habilitara un sueldo a costa del fisco, y entonces -como no hay mercado y uno tiene que vivir de lo suyo- rompe las bolas. Hoy promociona su taller, mañana organiza una muestra, ayer publicaba un libro, pasado cuelga su bio en Internet o cargosea a algún crítico, y así sucesivamente. Las almas sensibles sudan de sólo pensarlo; tanto esfuerzo les da cansancio ajeno. Las páginas de cultura locales no tienen paz. Todo por culpa de una serie de sujetos que no se deciden a emigrar a Buenos Aires ni se resignan a dedicarse a otra cosa, y acosan, como hombres lobo o como dráculas que dan menos miedo que lástima.
Surge entonces, en medio de los argonautas y de los troyanos, una tercera categoría de sujetos que cuentan con las influencias necesarias para borrar el nombre del argonauta de la faz de la provincia. Esta zona de expertos en violencia simbólica y en tácticas contrainsurgentes (básicamente: chisme) me recuerda al arquetípico héroe que les decía al rey y al pueblo aterrado (o harto): Déjenme a mí, yo me encargo (de Beowulf, de Goliat...)
Y se encarga, y el nombre del hinchabolas desaparece de todos los altares de la fama, y el hinchabolas cae en el olvido, y el rey de la ciudad recompensa al exterminador simbólico con un carguito político más. Bueno, no es exactamente así, pero es la fábula que tuve que inventarme para que las cuentas me cierren por algún lado.
Como venía diciendo, esta oscuridad artificial le ofrece al hinchabolas en cuestión una ventaja en la que hasta ahora pocos habíamos reparado. Le permite pensar: "Si trabajan tanto para borrarme, si tanto les importa que yo no figure, si tanto miedo tienen de que yo les haga sombra... es que mi TALENTO les molesta, es que mi GRANDEZA (mi "grossez", como dice Josi) les hace sombra; si tanto me ningunean, es que realmente debo de ser GENIAL... ¡Abuelita tenía razón!". Y así es como todo conflicto interior desaparece de la mente del artista rompebolas, quien desde ahora sólo tendrá conflictos externos. Nada de angustia ante la página en blanco. Nada de acuciantes dudas respecto de las propias capacidades. La hostilidad reinante lo ha convencido: mil Salieris pretenden sabotearme, luego soy Mozart. Por lo tanto cada página que me siente a escribir será inmortal. Bueno, capaz que no, pero... ¿quién te quita esta alegría, papá? Mucho más envidiable que la fama es esta seguridad íntima, que ningún olvido destruirá.
Como dice un personaje de Luisa Valenzuela ("Novela negra con argentinos"): todos somos inmortales mientras estamos vivos.
No, dejá, no me debés nada por la sesión. Es gratis.