Pelea, las pelotas:
Ñ, tu debate me abate
Sábado 11 de juÑio: hoy lo lograron. Encontraron en la basura los dos maldititos que querían y dibujaron el bardo soÑado, para que la gilada se lo crea. Dos gallos rampantes en la tapa: pedestre emblema de vanidad y de riÑa. BedoiaÑ, a tu guerra de muÑequitos se le ven las tanzas de pesca, se le notan todos los efectos especiales truchos. Empezando por los gallos embalsamados de la foto de tapa, todo aquí es un equivalente periodístico del viejo truco policial corrupto de plantar evidencias para poder incriminar. "Abatido tras confuso enfrentamiento" (y encima usan esa palabra, "enfrentamiento"): tal el titular periodístico que encubre el tiro a quemarropa en la nuca, la rastrera ejecución en el basural.
Soy escritora, soy argentina, todavía me siento joven, y además cualquiera me puede decir como le dijo Federico García Lorca a Ignacio Sánchez Mejías: "No te conoce el toro ni la higuera/ ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce nadie...". Y por todo eso es que la nota de Raquel GarzóÑ "La pelea de los narradores" me da asco. No sé cómo se sienten mis colegas ante esto; abatidos, imagino. No creo que a Florencia Abbate le haya causado ninguna gracia que un medio masivo se haga eco de la insidia de Martínez el Imperceptible: "ah, la crítica de libros del medio Tal... es su mejor amiga". Y la autora de la nota, encima, recarga la paranoia: "claro, ella tiró primero, tachó su libro de sobrevaluado".
Ay, sabemos lamentablemente demasiado bien que esa es la forma más vil de desacreditar el talento de un colega, o la calidad de una obra: atribuir su éxito a las buenas conexiones e influencias. Cuando cualquiera que haya leído siquiera una página escrita por Abbate sabe que a los elogios su escritura se los merece.
Y ya que estamos, pregunto: ¿tienen alguna idea los colaboradores de Ñ: Garzón, o el reflotado Gonzalo Garcés, de lo que son las amistades literarias de verdad? Por supuesto que en todos lados se cuecen habas; pero las amistades literarias de verdad no son ni una capilla, ni un cartel, ni una mafia. Son hilos de súbita comprensión que viajan de isla a isla, de escritorio a escritorio, a través de los libros, a través de los poemas y los cuentos, a través de los ensayos y los prólogos, a través de los blogs, a través de las novelas que escribimos. Una amistad literaria genuina empieza cuando uno que escribe se encuentra con un texto escrito por otro y se pregunta: ¿cómo es que a esto no lo escribí yo? Son mis palabras, mis temas y mis adjetivos, en una combinación nueva: plagio no puede ser, ya que a mí no me conocen ni las hormigas de mi casa, que no me reconocen ni cuando las corro con el Raid... (ojo, probé el método budista de explicarles que se tienen que mudar: también funciona). De modo que he aquí una persona, desconocida hasta ahora para mí, que es amiga de esas pocas palabras o combinaciones de palabras con las que mi escritura logró trabar amistad. Donde ella dice "trazo" yo había puesto simplemente "línea"; pero hablamos de lo mismo, y "trazo" es mejor. Quiero encontrarme a tomar un café con esta otra persona. Tenemos que charlar. Sin cortesías de salón. Sin invernaderos ni pasillos. Vamos, que salones eran los del siglo dieciocho y que pasillos son los del poder. Que invernaderos y capillas son los de los palacios. ¿Qué cuentito te contaron, Raquel? ¿Qué serpentina voz rencorosa fue tu fuente? No digo que todos seamos unos santos, no. Debo admitir que los escritores en general somos bastante hijos de puta. Pero llamar "debate sociopolítico efervescente" a un montón de almuerzos peronistas coronados con Uvasal, y trasladar esa lógica de la puteada fácil de borracho, esa miseria mezquina del "viste lo que dijo..." a todo el ámbito de la literatura argentina como si la literatura argentina no se tratara de otra cosa, por ejemplo de libros, es un fraude.
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