Retorno
(10 de junio)
El soldado que subió hoy al 103 llevaba un uniforme de combate ya incongruente con la edad que delataban su cuerpo y su cara. Nos habló a todos los pasajeros con voz firme y profunda; en el tono protector y tranquilizador de quien trata de mantener alta la moral de sus tropas y lo logra se presentó, nos ofreció banderitas argentinas y señaladores alusivos al día de la soberanía sobre las Islas Malvinas, y finalmente nos deseó un buen retorno a nuestros hogares. Los señaladores que había repartido llevaban su sello. El sello decía: "Luis Coronel. Veterano de guerra. Ex combatiente de Malvinas". La contundencia con que pronunció la palabra "retorno" me golpeó como un témpano. Después lo vimos sentarse junto al conductor, hablando de la humedad como un vendedor ambulante más. "La humedad. Eso es lo que mata", decía pero su prosodia, el modo seguro en que cortaba la frase lo diferenciaba de cualquier mendigo de colectivo. No digo de cualquier "otro" porque sería degradante tildarlo de mendigo. No lo era; era un militar. Así se veía seguramente a sí mismo; así sonaba, además. Al bajar bajo la llovizna se despidió del conductor con la voz estentórea del superior que da o del subordinado que recibe una orden. Había cumplido su misión: que no olvidáramos. El presente volvió a ser banal y plano, la hondura de la historia dejó de estar en carne viva. El tiempo, que se había abierto a su paso, volvió a cerrarse como el oscuro mar en torno a la estela que deja un acorazado.
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