Friday, June 24, 2005

Che, superyó...

Me acuerdo de que a los once años, cuando decidí empezar a escribir, empecé también a tener terror de perder la vista. Ya sé que el despertar sexual, la angustia de castración, etc., todo tuvo que ver, valga la redundancia. Pero uno que encarrila el propio deseo por la vía de la sublimación, no va que teme el castigo yocástico igual. Después, un poco más grande, seguí escribiendo y empecé a temer la pobreza crónica, el alcoholismo crónico. Claro, ya había leído la bio de Poe. A los once conocía a Borges, por TV si mal no recuerdo. Era imposible no conocerlo, era una figura mediática fuerte allá por 1976.

En los años sucesivos del Proceso se fue convirtiendo en EL escritor nacional, casi como Lugones en su época. Pero un poco más grotesco. Mario Sapag lo imitaba, con un famoso latiguillo: "Disculpe mi ignorancia". Por televisión también se hacían chistes confundiéndolo con Graciela Borges ("Ah, ¿el marido de Gracielita escribe?", dicho en Hupumorpo por Gabriela Acher poniendo voz de modelo tarada). Chistes que hoy no nos causan gracia porque se basaban en el anticuado supuesto de que un escritor necesariamente es más importante y célebre que una actriz. (O que un futbolista. Me acuerdo de uno que hice en 1986: "Borges ha muerto, viva Maradona". Lo tuve que decir en voz baja, porque era muy escandaloso para la época.)

Borges también salía en la revista Gente. Nos daban poemas y cuentos suyos para analizar en la escuela. Guardé durante años una foto a toda página de él con su gato, Beppo. Ya no junto fotos de escritores. Sí fotos de gatos. Tengo -en versión digital, bajada de un blog- la de Cortázar con Theodor Adorno; Theodor Adorno el gato, no el filósofo alemán.

Cuando, ya de adolescentes, mis amigos, mis amigas y yo garrapateábamos nuestros primeros cuadernos no escolares, también nos escribíamos cartas llenas de metáforas y dibujos, y nos volábamos la mente con la literatura fantástica breve del viejo a falta de peores drogas. Y nos hacíamos bromas, con miedo: "Qué va a saber ese ciego", decíamos, como si fuera un destino trágico pesando sobre nuestra escritura, mientras de fondo sonaba la queja materna ante la economía inflacionaria: "Esto nos costó un ojo de la cara". ¿No producir (yo creía que escribir era no producir) me iba a costar los dos ojos?

Lo de la pobreza, a esta altura, es un miedo confirmado y un hecho. Pero tampoco es LA tragedia. Al alcoholismo no llegué ni llegaré, creo que por falta de paciencia. De lo que no logro librarme es de ciertas pesadillas: tinieblas, muerte. Males que paso a la obra para que no me alcancen. ¿Miedo de ir a la hoguera por practicar la magia? ¿De que el avión se me ircerdie, por cantar como Gardel? ¿No me doy cuenta, todavía, de que no canto como Gardel? Sí me doy cuenta. Pero es de darse a uno mismo amor incondicional, de eso se trata: una relación con el ideal tan audaz como culposa.

¿Es acaso barato el propio deseo?
¿Será incestuoso el deseo de escribir?

Che superyó, ¿aceptás cheques?