Monday, February 07, 2005

Scott, Hem y Boca Juniors

Me aburre hasta la aflicción el deporte, ese puro devenir dotado de sentido, pero carente de significado.
En el deporte no hay ficción. Tampoco hay metáfora. No hay imitación ni invención: le falta desesperantemente al deporte ese doble, ese espejo que es la creación poética.
Todo allí es literal. Eso me aliviaba, en una época.
Fue una época en que le tuve miedo al significado. Quería vivir, simplemente: habitar pura y exclusivamente lo real. En una clase social normal hasta la psicosis, anhelaba volverme una psicótica más, para que me aceptaran.
Temo que terminé siendo la única neurótica de mi barrio. Calculo que nadie, en varios kilómetros a la redonda, atina a imaginarse la dimensión del significado (o de la ficción, la invención, la poética, la metáfora) como otra cosa que no sea un inútil delirio. Hay un crítico literario en mi mismísima cuadra, y es bastante bueno; pero lee desde parámetros morales, sociales, políticos. Busca muy honestamente "lo literario" y se le escapa. Sólo encuentra realidad. Sus profesores lo han educado así. Hay un psicoanalista, pero no cree en el significado. Sólo en el sentido. Hay mucha gente en este barrio, y mi sensación al intentar comunicarme con ellos es la de que todos conciben la vida como un deporte: una mezcla de habilidad, azar, voluntad y empeño, que produce puros acontecimientos. Nadie lee los hechos, nadie les construye una interpretación, nadie inventa.
Leer un significado no es excavar en la hermenéutica de los hechos hasta dar con su cifra, sino inventar, inventar alegremente puentes y nexos y telarañas que vayan armando una red ficticia entre muchas otras posibles. La ficción, la poesía, la metáfora, el significado, juegan. Es una paradoja que se hable de "jugar" precisamente en el deporte, esa pura forma que si bien puede ser a veces bella o elegante, como también pueden ser bellas y elegantes las soluciones a los problemas matemáticos o la música, es mortalmente seria, fatalmente real.
Recuerdo el momento en que me rebelé contra el deporte, y contra la idea de la vida como deporte. Fue el mismo momento en que me enfrenté a lo inexorable. Perdí todo poder. Odié el devenir. Me opuse a la acción. Hay algo de melancólica impotencia en el amor por la ficción y en el desprecio por el deporte.
Acaso se trate de la misma tendencia poco "masculina" que señalaba burlonamente Hemingway en Scott Fitzgerald. Al final, terminamos reconociendo que Scott era mucho más grande como escritor que Hem.
Scott inventaba.
Hem sólo mentía.

3 Comments:

Blogger guillermo piro said...

xenia, decís: "en el deporte no hay ficción". Mmm... Leéte en la crítica de la razón dialéctica la descripción de sartre de un partido de futbol, justamente para demostrar que lo único que lo hace tolerable es su carácter ficcional, su tendencia a convertirse en narración.

10:37 AM  
Blogger Omar said...

Xenia, empiezo por las trastienda: Ernest era un paranoico absoluto, del tenor de Rodolfo Walsh. Ambos aficionados a las armas, ambos al borde de la pulsión del crimen (y pensar que Burroughs, William, lo hizo, y no como Menem, lo hizo en serio en contra de su esposa, la mató, en síntesis). Ambos kamikazees disconformes con la escritura y sus secuelas, disconformes con ellos mismos y su compromiso fracasado. Pagaron, ambos, con sus vidas, y no saldaron ninguna deuda con los lectores, que es lo peor. En cuanto al deporte: zapatillas sí, libros no. Caso contrario hay que escuchar a Valdano, un mentiroso elíptico, más aburrido que Bilardo en pedo.

2:27 PM  
Blogger xenia said...

Bien, habrá que leer a Sartre a ver si encuentro en el fútbol esa dimensión narrativa... aunque narrativa, en verdad, no le falta. E igual me resulta intolerable.
Creo que ficción y narración no son exactamente lo mismo...

6:09 PM  

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