Tuesday, February 01, 2005

Travelling light

Tenía miedo de ponerme a ordenar mis papeles. Los arrastré a lo largo de varias mudanzas y siempre eran mis muchos papeles, mis demasiados papeles. Los cargo con cierta culpa. No sé cómo resistí el impulso de tirarlos todos a la basura. Yo era la del papel excesivo, el sobrante de celulosa, el demasiado tiempo escribiendo: vergüenza, he vivido con vergüenza de mis papeles como del embarazo de una masturbación.
Caben en veinte cajas. No más. Veinte pequeñas cajas azules, veinte cajas plásticas de archivo tamaño oficio. Un puñado de cajas. No pesan casi nada. Dos tardes de embalaje y a otra cosa. Dos tardes, como mucho. Y eso que estamos hablando de los papeles de alguien que lleva veintiocho años acumulándolos.
Sin contar los libros. Los libros ocupan una bibliotequita. En dos filas, sí, pero una bibliotequita. Ni siquiera es una biblioteca: se trata de la zona de un mueble provenzal que mi abuela destinó a guardar sus copas. Lo uso de biblioteca.
Los diskettes y los cassettes caben todos en una caja.
Los CDs ocupan junto a la computadora el volumen de un ladrillo.
El gato pesa tres kilos. El gato te mira.
Taxi...