Thursday, August 18, 2005

mi casa

Demasiada gente de mi generación vive como si fuéramos niños liberados de la presencia de los adultos (dejar todo tirado, sucio, total mamá no está, total se puede) sin reparar en que ahora uno es el adulto.
No pensaba ocuparme de un tema tan simple, pero Genovese me dio la idea.
No tengo ganas de limpiar casas ajenas (principal razón por la que no me voy del país) pero sí la mía. Lo primero sería humildad; lo segundo, orgullo, y del bueno. Una cosa por día: el baño ya está, lista la cocina, y el próximo TOE será el balcón. Me estoy, como quien dice, mentalizando, juntando fuerzas de a poco. Parece una boludez y seguramente lo sea, hablar de esto; pero fueron veinte, veinticinco días de ir de la cama a la computadora, traducir, postear, ocuparme del correo, casi sin levantar la vista de la pantalla, y ahora me sobra tiempo para mirar mi entorno inmediato y reparar en los cuidados que le debo. El balcón, sí: el piso del balcón es mi objetivo principal. En la otra casa, el sol daba sobre la mugre de la terraza (compartida entre vecinos poseídos de la creencia unánime en lo banal y estúpido que es limpiar baldosas, así sean de uno y conste en escritura propietaria) de tal manera que a fines de invierno la mezcla exudaba un olor misterioso, como a casa de campo abandonada, a atemporal tapera habitada únicamente por sombras heridas, por fantasmas.
No quiero ese olor en MI casa. Es más todavía que una cuestión moral: es metafísica. La calidad misma del tiempo que pasa depende de la limpieza del lugar. No es lo mismo un hotel barato con olor a cloro, o un cyber apestoso a Poett (¡Poett!) que una casa...
Está bien. No es interesante. Basta.
También estoy leyendo a Dave Eggers.