espejos
Los feos nos peinamos de memoria
No sé a quién se le ocurrió que el espejo era un lugar pecaminoso, la vanidad misma ahora que está de moda hablar de los pecados capitales como si evitar cometerlos nos salvara de algo, o salvara (no hay un próximo Hitler, sí un efecto invernadero) al mundo de algo.
Como humilde aporte de un ama de casa (después de los 35 todas somos amas de casa, lamentable pero real, aviso por si alguna quiere matarse a tiempo, prometo comprender) a la gesta domesticadora de Savater y otros, postulo la siguiente
"apología del espejo".
Necesitamos espejos. No espejismos, espejos. No espejitos de colores, espejos. No especulaciones, espejos. Alguien que te lee y te escribe: un espejo. Una amiga que te visita: un espejo. Visitarla: ser, para ella, un espejo. Sin un lugar preciso que nos refleje, entonces nos irisamos en todo, como un proyector sin pantalla que emite imágenes que se astillan sobre los cuerpos que bailan, en la noche, en la oscuridad.
Espejos retrovisores para ver el pasado.
Espejos, no panópticos.
Espejos amables que no reflejen una mirada terrible.
Tallar un cristal cada día.
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