AMIA / IWO (julio 18, 1994)
Hace exactamente once años atrás, estaba comiendo un plato de lentejas en una fonda de San Telmo, barrio a donde me había mudado hacía unos meses luego de vivir otro tanto en Córdoba y Azcuénaga, y de donde estaba por mudarme rumbo a Almagro. Levanté la vista al oír: "Fue como cuando dinamitaron el Alberge Warnes, tal cual". Una chica, en pantalla de la TV en blanco y negro del lugar, lloraba y relataba una historia increíble: habían puesto una bomba en la AMIA. Desastre total en mi antiguo barrio, vidrios rotos por todas partes. Cuando, después de un mes en Almagro, volví a Córdoba y Azcuénaga, mis vecinas me contaban que habían visto a los socorristas llevar cuerpos vivos y muertos hasta el Hospital de Clínicas durante horas y horas. Me contaron que la vereda y la plaza Houssay estaban llenas de sangre. La TV, que yo por entonces miraba en los bares, no habló de otra cosa en semanas. El repudio al atentado era masivo, no como ahora que parece haberse convertido en un asunto exclusivamente judío. Por esos días, en el Buenos Aires Herald justo teníamos en parrilla mi reseña de la versión castellana por César Aira de "Maus" de Art Spiegelman. Me preguntó Julio Nakamurakare si quería reescribir mi nota agregando algo en repudio al atentado. Como el escribiente Bartleby, preferí no hacerlo. Y de esa omisión me arrepentí muchísimo unos años después. No tenía motivos ideológicos para no hacerlo: sencillamente, no sabía qué decir, porque nunca antes me había visto ante una situación así. En realidad, ninguno de nosotros se había visto antes ante una situación así.
Hoy (véase Londres) nos parece casi normal.
Dos años más tarde, reaccioné y traté de ayudar. Duré un día como voluntaria de la reconstrucción del archivo del IWO, y aguanté una semana antes de derrumbarme emocionalmente (y tener que preferir no hacerlo, una vez más) como voluntaria de la muestra del IWO en la Biblioteca Nacional. Alcancé a enmarcar algunos afiches reconstruidos, a hacer un par de guardias. Alcancé a ensobrar algunas invitaciones. Vi un violín -perfecto, delicado- salvado de los escombros, reconstituido íntegro hasta el último bello detalle. Era la única no judía del grupo. Fue mucho más lo que recibí, que lo que di. Aprendí de Ester Swarc, la incansable coordinadora del equipo de rescate y de restauración del archivo del IWO, una lección de vida que siempre trato de retransmitir. Ester nos enseñó que resurgir de las cenizas es posible. Casi todos los voluntarios y voluntarias de la reconstrucción del IWO de más edad eran hijos de sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Una de ellas me mostró un pedazo de mampostería que era como un témpano arrancado; había pertenecido al dintel de la puerta. "Justo falté a trabajar ese día; o esto me hubiera caído en la cabeza", dijo. Otro de ellos dijo, una tarde: "No necesito visitar la tumba de mi padre. Mis manos son iguales a las suyas, y siempre lo recuerdo cuando me miro las manos". Muchos de los libros reconstituidos desde sus fragmentos llevan dos sellos azules: son los libros salvados dos veces, del exterminio nazi en Europa y del terrorismo internacional islámico y la complicidad estatal argentina en Buenos Aires. Me acuerdo de cuando pegamos las direcciones en los sobres: muchas eran de oficinas de los oficiales de la Policía Federal. Se insistió en invitarlos. No recuerdo si fueron.
No recuerdo los nombres de nadie del IWO, salvo el de Ester Swarc.
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