¿Qué culpa?
Lo bueno de tener un blog y amigos que se banquen, no digo ya leerlo, sino además comentarlo por e-mail (y conste que no estoy hablando de una audiencia cautiva; la mayoría viven en otras ciudades y lo leen porque quieren) es que de a poco una descubre que ha vivido en un termo, o en un frasquito de azafrán Sabor 15.
En los viejos días en que las únicas conversaciones eran personalmente o por teléfono, ya que sentarse a escribir una carta y enviarla por correo era un vicio burgués (¡te llevaba toda una tarde!), era mucho más probable que ahora dialogar únicamente con gente del mismo género, nivel socioeconómico, religión, educación y clase, lo que terminaba resultando muy aburrido... Todas minas pobres, colegio de monjas, sometidas, opinando exactamente igual de todas mis desgracias: "vos te la buscaste"; "tendrías que haber sabido" (respuesta clásica al "¡yo qué sabía!").
Releo mi post anterior y me siento como que apesto a apresto, a pollera gris tableada y pulóver azul marino del colegio privado católico; la culpa que tanto me achaco ahí es un caso más de ese abuso de la ética que denuncia en su ensayo sobre la tragedia Kierkegaard, quien frente a este panorama es prácticamente de izquierda.
Quiero decir: ¿Cómo no maté a mi jefe?
¿Cómo no lo maté de entrada?
Pasaron seis años; si conseguía una buena abogada o un buen abogado que lograra que me dieran sólo ocho de cárcel, hoy a lo mejor ya estaba libre por buena conducta...
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