del tiempo perdido
Me pasé la niñez acumulando información irrelevante. En casa compraban esas enciclopedias "juveniles" que me encantaban. Yo leía y leía, intuyendo que no perdía el tiempo; que, como no se trataba de ficciones, eran lecturas útiles, me servirían algún día para algo. Me servían para sacarme buenas notas en la escuela sin demasiado esfuerzo, lo que me granjeó mis primeras enemistades. No eran muy locuaces; expresaban su desagrado, como Carlos Monzón, con los puños. Y eso que eran niñas. Pero me superaban en fuerzas individualmente y además me superaban numéricamente. Aprendí a desaparecer del aula en el instante mismo en que sonaba el timbre de salida. Años más tarde llegaría a destacarme además en atletismo, especialidad: carrera de fondo. No es que tuviera gran apuro por llegar a casa, donde también querían cagarme a piñas por los mismos motivos: por sabelotodo. Pero por suerte había un rincón seguro bajo la escalera, junto a la estufa y cerca de la biblioteca. Yo leía y leía. Aprendí algo de arquitectura antigua y algo de estructura social medieval; algo de pintura renacentista y algo de poesía moderna. Años más tarde, a los treinta y ocho si mal no recuerdo, cuando ya llevaba casi veinte vegetando en la miseria -es decir, desde el final del secundario-, E. Z., un muy buen amigo mío que estaba terminando de escribir un libro de poemas, me contó que la mayoría de ellos se trataban de la lluvia; me los mostró, y mi favorito resultó ser uno donde la lluvia caía en la memoria, adentro de una casa. Mi amigo ya tenía listo el epígrafe, uno de Borges: "La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado". Pero no tenía el título. Me vino a la mente de inmediato una de las páginas de la enciclopedia juvenil, con la ilustración en gouache a doble página de una familia romana mirando llover adentro del patio semicubierto de su casa; el agua entraba por un agujero construido ad hoc en el techo, y caía en una piletita cuadrada. Un plano, aparte, mostraba la estructura del techo, que era como una pirámide truncada invertida de base cuadrada. Cuando llovía, la lluvia resbalaba hacia adentro por cuatro planos inclinados. Traté de acordarme de cómo se llamaba esa forma arquitectónica. "Pluvium", dije al fin. "Se llama pluvium". Mi amigo anotó la palabra en un papelito. La buscó durante días en diversas enciclopedias y diccionarios. Creo que hasta la buscó en Google. No encontró nada. Consultó con A. C., su maestro de poesía. "Impluvium", dijo el maestro.
Mi amigo volvió a chequear todas sus fuentes. Su maestro le había dado la palabra correcta, y el título se impuso.
Creo que es un buen título. El libro lo merece. Me alegra saber que no perdí completamente el tiempo. "Quizás algún día, dentro de muchos años, habrá tenido algún sentido todo esto", es una de las frases favoritas de su autor; y creo que viene al caso.
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