Plata quemada: ¿caso cerrado?
Soy el hijo bastardo de Dios. (Eric Harris)
Si ya viene siendo hora de balances, hay que decir que el juicio tuvo efectos saludables sobre la cultura y la sociedad argentinas. Gustavo Nielsen asumió sobre sí la responsabilidad de denunciar eso que todos sabíamos, pero de lo que nadie hablaba.
O el que hablaba, enseguida era tildado de paranoico. O de francotirador. O de chismoso. Castigado, relegado, excluido: "Di tu palabra y hazte pedazos", escribió Nietzsche.
Años rumiando bronca, batiéndola con esa frase tomada al pie de la letra, aunque Nietzsche hubiera querido decir otra cosa. Recién ahora estamos empezando a vislumbrar una sociedad democrática donde el que habla, gana.
Lastimera, molesta, olfachona, por momentos vergonzosamente ingenua, la queja de Nielsen fisuró el implacable mecanismo trágico de la omertá literaria criolla. Con todos sus defectos, fue un pequeño paso para el escritor y un gran salto adelante para la sociedad.
Sí, ese fallo fue como llegar a la Luna: aunque nos deje un gusto amargo ver a un muy buen autor como Piglia convertido en chivo expiatorio de una pena que debió repartirse mejor con la editorial Planeta y con Sabanes, un tongo denunciado y condenado era algo que muchos nos habíamos resignado a morir sin ver jamás.
Pero el caso también puso al descubierto la visión que tiene de sí misma la generación de Nielsen: a los cuarenta años todavía seguimos siendo los recienvenidos no bienvenidos, los entenados, los obligados a quedarse afuera, los que tienen que entrar por la ventana.
Esto lo hemos conversado por e-mail con Elsa Drucaroff: a los "hijos del Proceso" (sic) nos desvela una sensación urticante de ilegitimidad.
Asumimos el peso de la crisis económica y moral, cargando muchas veces con la ignominia de no haber hecho todo, absolutamente todo lo posible por alcanzar un éxito personal que mamá o no sé quién parecían exigirnos; cuando lo único que debería avergonzar a un escritor -o a cualquiera- es el éxito alcanzado a cualquier precio.
Tampoco es cuestión de irse al otro extremo. El éxito no deja de ser sospechoso en esta sociedad fascista hasta lo feudal donde raramente el mérito cuenta, donde el esfuerzo es tildado de "bobo", "puritano" y "obsesivo", y donde casi toda prebenda se otorga por obra y gracia de los príncipes. Aunque, a veces, la sospecha es infundada y el premio es en buena ley.
Pero el que de vez en cuando se haga justicia, no legitima al sistema hasta tornarlo absolutamente creíble. Porque sigue siendo verdad que no todos los marginados somos mediocres: muchos simplemente le hicimos el chiste equivocado en el momento equivocado a la persona equivocada, que en realidad era un dios pagano muy encolerizable, disfrazado de mortal... y bueno, Massei, así son las leyes de la tragedia: lo pagamos el resto de nuestras vidas y durante la posteridad, de la que estaremos ausentes con aviso.
Derecho al Hades, de frente march.
Si tengo que hablar de mi propia Operación Troya, por suerte terminó mal.
Saltamos por la ventana como habíamos trepado, a la misma velocidad; y el único que nos había hecho ancla para poder subir, quedó encerrado adentro con un cadáver. "¡Mis amigos, mis drugos!"
¿Vieron, leyeron "La naranja mecánica"?
Bueno, así.
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