Friday, March 25, 2005

M24, un día después

Ayer, 24 de marzo, era el día indicado para postear un fragmento de la entrevista que le hizo Osvaldo Soriano a Alain Rouquié y que salió publicada en la revista Humor en 1982. Un verdadero tesoro, que Déivid consiguió por un peso en el Ejército de Salvación.
Pero como a la noche teníamos nuestra primera reunión de amigos en casa, me dediqué en cambio a la otra de mis pasiones que -aparte del blog- amenaza con destruirme: el bricolage. El bricolage es a mí lo que los aviones a Howard Hughes, por las razones diametralmente opuestas: no tengo plata, o compraría las cosas ya hechas. Pero a veces me sobra tiempo, y entonces lo derrocho en tareas domésticas para las cuales carezco de toda habilidad: es que en vista de toda la ira de funcionarios públicos, dioses paganos e ineptos asalariados en general que el ejercicio de mi única destreza comprobable (escribir) ha atraído sobre mí, me tranquiliza hacer cosas para las que soy completamente inútil.
Tras tres horas de lucha desigual (desigual en perjuicio de quien suscribe) logré poner a prueba la paciencia de Déivid (quien no perdió un ápice de su cortesía norteamericana) y pergeñar una humilde alacena para la cocina a partir de unos cajones de verdura que nos quedaron de la mudanza, clavos reciclados, cinta adhesiva y martillo. Sí, porque no daba para recibir gente con todas las provisiones desparramadas, gritándonos oscuras frases como: "¡La ricota está debajo de los huevos!". Y las dos horas que me quedaron libres las tuve que dedicar a limpiar. Mientras tanto Déivid hizo las compras, preparó las brochettes, fue a la marcha convocada por H.I.J.O.S., sacó fotos, trajo una pila de volantes, y cocinó para media docena de personas, postre (¡brownies!) incluido. Un santo.
La reunión fue un éxito... o no tanto; no sabemos bien por qué los invitados se fueron todos juntos a la una de la mañana. Tal vez por el recital que mi primo Andrés y yo improvisamos con su piano y mis poemas. O porque Déivid, dejando manifestar su lado oscuro y sembrando el terror, prendió dos velas negras. Por lo demás, mi gato, Kuki Kuki Gatzilla -¡que merecería llamarse Gatsby!- se portó muy elegantemente y yo también: el fernet con Gancia que mis amigos me miraron servirme con horror no me afectó, que yo recuerde... o sí: anoche me desvelé y lavé los platos.
Cuestión que hoy tampoco voy a postear la nota a Rouquié. Tal vez mañana. Ya sufrí bastante ayer, toda la tarde, recordando cosas que inútilmente traté de idealizar o de olvidar, y que sigo sin poder contar. Como les debe pasar a tantos otros que sobrevivieron a la última dictadura militar en la Argentina. Aun (¿o especialmente?) a aquellos que no fuimos secuestrados ni torturados, ni enviados a la guerra. Siempre creímos que nuestros males eran tan poca cosa al lado de lo sufrido por los militantes políticos, que no valía la pena hablar de eso; o que simplemente "no nos había pasado nada". Como si tener un caño nueve milímetros de un milico en la jeta sólo por andar con amigos en zonas u horas prohibidas del espacio público, a los quince o dieciséis años, fuese algo normal.
Recién ahora estoy empezando a preguntarme por los efectos de haber sido adolescente en una época en que la sociedad toda, no sólo su gobierno militar e ilegítimo, demonizó a la juventud y la condenó, considerándola sencillamente asesinable, ejecutable sin juicio previo. "Ustedes quieren cambiar el mundo", me espetó una vez mi vicedirectora; atiné a responderle que por mi parte me conformaba con que el mundo no me cambiara a mí. Respuesta románticamente pelotuda, pero funcional.
Y he aquí mi epifanía (negativa) de este día: hoy me asiste la certeza de haberme pasado media vida sin lograr otra cosa más que sobrevivir en el sistema educativo. Para lo cual me bastó con aprender a escribir correctamente. Buena gramática, buena ortografía, mayúscula al comienzo, punto al final. Con magros resultados, ya que sólo completé los estudios terciarios, no los universitarios; todavía debo Escultura I, que cursé dos veces y nunca rendí.
Lo que se dice una carrera muy mal elegida.
Lo más loco de todo es que durante dos décadas alcanza con saber escribir.
Después no.
Pero uno se afina, se diversifica: aprende a traducir, gana con eso algún dinero, incursiona en diversos géneros. Con suerte y algún esfuerzo, y con la ayuda de un buen psicoanalista, al cabo de varios años hasta se aprende a hablar.
Lectores: antes de venir a decirme que no sé escribir, piensen que por mi parte opino que es casi lo único que aprendí a hacer bien. Y que después de todo, es sólo una opinión. Subjetiva, relativa, autorreferente y favorable; pero una mera opinión.
Paciencia. Cuando fuiste tachado injustamente de subversivo y de extremista a los quince, y amenazado varias veces por diversas autoridades militares y civiles -madre incluida- con ser exterminado ipso facto a causa de eso, a lo mejor se te puede perdonar que expreses alguna opinión favorable sobre vos mismo a los cuarenta.
Compensación, que le dicen.