Tuesday, March 22, 2005

nada es perfecto

Ya está. Ya le agarramos el ritmo a la rutina. Ya aprendimos que no hay que ir y volver muy seguido del centro, porque el viaje es agotador. Comprendo ahora eso que oí decir a quienes esperaban un colectivo y lo dejaban pasar: "Mejor tomo el próximo, que viene vacío". Gesto de una generosidad impensable para quien lo tomaba por veinte cuadras, no por setenta. También entiendo la sabiduría de esa frase: "Me quedo haciendo tiempo en el centro". Yo que creí que los bares se habían inventado para escapar de casa, ahora entiendo que también sirven para no tener que despegarse dos veces seguidas de un hogar demasiado dulce... y lejano.
Vamos aprendiendo. Ya sabemos dónde quedan el mejor supermercado y el Ejército de Salvación. A qué hora conviene comprar, cocinar, comer, sacar la basura. Qué ventanas cerrar para no vivir resfriados. Hasta el gato superó su estrés de los últimos días. Ya empezamos a darles nuestro nuevo número de teléfono a nuestros escasos amigos en la ciudad (que apenas si llegan a media docena en total, y encima la mitad son amigos comunes; David es extranjero pero yo no tengo excusa, nací aquí hace cuarenta años). De una sola cosa nos olvidamos: de comprar un par telefónico. Esas cositas que valen cuatro pesos y permiten no tener que desenchufar el módem para posibilitar que alguien llame por teléfono. Cuestión que hoy en mi trabajo (temporario, y me temo que más temporario aún de lo que había imaginado) la cólera alcanzaba niveles homéricos, casi de tragedia griega. Por suerte, como me tuve que quedar haciendo tiempo en el centro, me metí en una librería de saldos (¡donde el librero sabía mi nombre!) y me compré "De la tragedia" donde Sören Kierkegaard explica la diferencia entre la culpa trágica, que es una dialéctica de culpa e inocencia (o fatalidad) y la culpa ética, que implica una total responsabilidad del sujeto; frente a la culpa ética la noción de tragedia en opinión de K. es un alivio, comparable a la gracia de Dios.
Pudo ser un día perdido.
Menos mal que existen los bares.