Saturday, April 02, 2005

soldaditos de chocolate

"...había un sobreviviente de Malvinas que andaba casa por casa buscando familiares de un amigo de él que se había muerto y, como dentro de la institución nadie se había hecho cargo de nada, él se había puesto en la tarea, pero no tenía datos, sabía sólo el barrio donde vivía y que su compañero jugaba rugby. Entonces andaba golpeando puertas preguntando si alguien conocía a ese chico."
Lucas Di Pascuale (Córdoba, 1968), artista, autor del CD interactivo "Chocolates argentinos".
FUENTES: Colsecor Revista. Proyecto Trama.

Me gusta que por fin se use la palabra "sobreviviente" y no "héroe" para hablar de esto. Indica un grado más alto de conciencia política. Quien narra el relato citado es alguien que no compró el discurso de los milicos. Alguien que no creyó la retórica de esa institución que, por otra parte, "no se hacía cargo de nada".
En la época del conflicto, Lucas era un adolescente de la escuela secundaria que tenía que mandarles chocolatines a los soldaditos. Yo tenía apenas dos o tres años más y sufrí la ausencia de algunos de los soldaditos de chocolate. Uno era el novio de mi prima. Fue algo así como Cromañón ahora, pero un poco peor. Estábamos aterrados, enojados y solos. Los viejos estaban contentos. Las calles estaban oscuras. Era para ahorrar luz: los milicos imitaban a los europeos de cuarenta años atrás en el ahorro de energía de tiempos de guerra. Era más un gesto moral que una acción práctica. Había también simulacros de oscurecimiento, de los que debíamos participar todos los civiles. El encargado de dirigirlas en mi barrio era el japonés medio tonto de la mercería, de quien se decía que había estado en la otra guerra y por eso había quedado "así".
Con mi novio una vez nos quisimos hacer pasar por ingleses en un colectivo, a ver qué hacía la gente. Pero nuestro inglés era tan malo que nadie reaccionó. Mi novio, que era un excelente dibujante desconocido de veinticinco años, rechazó un trabajo que lo hubiera sacado de la pobreza que terminó destruyéndolo. Tenía que dibujar caricaturas políticas para una revista. "Galtieri culeándose a la Thatcher, cosas así", le habián pedido. Prefirió el hambre. No el frío: logré regalarle un pulóver que mi mamá me había dado para los soldados. Él había hecho dos años de colimba, conocía de adentro la corrupción del Ejército Argentino y sabía que no les iba a llegar nunca. El pulóver era de lana azul marino, muy abrigado. Lo apodamos "el malvinero". Extendimos el apodo al polvo que nos podíamos echar cada vez que mis viejos se pegaban a la tele en blanco y negro a seguir los comunicados. "Es todo mentira", decía él. Yo estaba de acuerdo.
Qué se puede esperar de una dictadura, más que muerte y mentiras.