Saturday, March 26, 2005

Del horror: breve tratado de estética

Déivid retomó hoy una vieja pregunta que se hizo una vez en California.
¿Cómo ser, en vez de "terrorista", "horrorista"?
Intenté una respuesta.
A ver: usos políticos del horror...
Difícil. Horrorizo y listo, ya está. El horror es lúdico, es un fin en sí mismo. Fue usado por los dadaístas, sigue siendo usado por los artistas de vanguardia.
Usos políticos del terror, fácil: el terror amenaza, anticipa un daño futuro; el terror es un instrumento eficaz de extorsión. Sí, dice Déivid, pero el terror trauma. Su uso no es ético. El horror, según Déivid, hiere, pero no trauma.
¿Pero, qué es el horror? ¿Por qué hiere y no trauma? Intento una respuesta: el horror es una emoción estética, lo mismo que la belleza. Sólo que lo bello produce placer estético, mientras que lo horroroso produce goce estético. Placer, goce, en el sentido en que se usan estos términos en la teoría de Lacan.
Pero, ¿es cierto que solamente se le puede dar al horror un uso artístico?
A ver: se puede usar el montaje dialéctico. Por ejemplo: mostrar una foto de Bush haciendo el Sieg Heil, el saludo nazi. Al lado, una foto de Hitler haciendo el mismo saludo nazi. El espectador verá la analogía y tendrá que abstraer, tendrá que pensar. De lo contrario, quedará fascinado por la imagen. El recurso retórico del montaje dialéctico es la analogía, base primaria de la lógica. A través de la analogía se despierta la intuición, se corta la fascinación (que es puro afecto y nada de pensamiento), se supera el nivel sensible, se posibilita el proceso de abstracción, se ingresa al ámbito de lo inteligible, en suma: se habilita el pensamiento. Sí, hay un uso político del horror, pero siempre va a ser artístico-político. Artístico en primer lugar, porque el horror es una emoción estética, del orden de la sensibilidad; y el arte se mueve ante todo en el ámbito de lo sensible.

El horror es fascinante: seguimos hablando del horror.

Qué sano sería, plantea Déivid, si todos usáramos nuestros excrementos para hacer compost (fertilizante humano, "humanure") en vez de tirarlos al río. Claro, digo, pero eso exige un cambio cultural.
Hoy nuestros excrementos son objeto de horror. ¿Qué sería de la cultura sin un objeto de horror? Julia Kristeva, en "Les pouvoirs de l'horreur", plantea la categoría de "abyecto" como constitutiva de la cultura. Abyecto sería todo aquello que es objeto de horror. Abyecto es el desecho y también lo sagrado. El cadáver humano, desecho por excelencia, objeto de horror, reingresa en la cultura como objeto sagrado.
Pregunta entonces Déivid si puede constituirse cultura sin objetos de horror.
Temo que no. Véase Freud, "El malestar en la cultura": la cultura se funda en el horror al canibalismo y al incesto, basado a su vez en las prohibiciones de los mismos. Tales prohibiciones tienen fuerza de ley: Ley del Padre, en la teoría de Lacan. La Ley del Padre corta, interrumpe la fusión con el cuerpo de la Madre. Véase "El caso Juanito" sobre la etiología, el origen de una fobia: corte paterno mal hecho o ausente y su resultado, el fóbico, un sujeto que vive permanentemente horrorizado a fusionarse nuevamente con el cuerpo de la Madre. El melancólico, en cambio, desea eso. Déivid habla de "volver a la Naturaleza" y a mí se me ocurre que no por casualidad el peor insulto entre los argentinos de clase media alta de cuarenta años de edad, hoy, es "hippie": ¿no viste cuántos fóbicos que hay entre los hijos de los hippies? Los precursores de estos últimos, los poetas y filósofos románticos del siglo XVIII (otro libro para tirarle al interlocutor por la cabeza: "Dialéctica del iluminismo", de Theodor W. Adorno et alt.) reaccionaron contra la Revolución Industrial que entonces surgía (digo yo) de un modo patológico, melancólico, horroroso: pensaron la Naturaleza como madre, hablaban de "retorno la naturaleza" como quien dice fundámonos con el cuerpo de la Madre. Retorno, pulsión melancólica por excelencia. No dijeron que hubiera que "ir hacia" la naturaleza, avanzar hacia ella...
Decí, Déivid, "¡Volvamos a la Naturaleza!" y tu llamado va a atraer melancólicos, va a espantar a los fóbicos. Howard Hughes, pienso en Howard Hughes: su deseo de volar, su horror a no poder despegar nunca más del suelo, de la Tierra. En la película de Scorsese, "The Aviator", se vuelve fóbico del todo cuando ya no puede volar y cuando se le termina (¿Ley del Padre?) el dinero.
Un último libraco (este sí, divertido): "Microserfs" de Douglas Coupland. Sobre todo su primer capítulo, el del joven ingeniero de Microsoft que se encierra y no come y los amigos le pasan comida por debajo de la puerta. La comida no puede tener más de tres milímetros de alto, que es la medida de la luz entre el piso y la puerta. Los amigos van al supermercado armados de un calibre.

Quiero inventar una discoteca para nerds y para freaks.
Se va a llamar "Area 51". Me cuenta Déivid que ese es el nombre de la región donde se dice que están los extraterrestres custodiados por el gobierno federal de los Estados Unidos. Vamos a poner un patovica en la puerta que se parezca a Tommy Lee Jones en "Men in Black" y que sea lo suficientemente intuitivo como para dejar afuera no solamente a los normales, sino a los camaleones que se disfracen de freaks. Habrá un rincón de juegos para los nerds viejos: un TEG de cartón, con fichas de plástico; también Atari, Nintendo, etc. El salón VIP estará seguramente lleno de profesoras y traductoras de inglés, todas charlando animadamente sobre gramática; habrá, entre ellas, algunos ingenieros.
Se busca socio inversor...