Cariño, desconecté al Papa
Dos agonías: la de Juan Pablo II y la de Terri Schiavo. Los dos son católicos. Uno, de origen polaco, es considerado por millones de personas como el ministro de Dios en la Tierra; la otra es una chica norteamericana con mala suerte.
Los diarios los siguen de cerca. ¿Come? ¿Habla? ¿Puede mover una mano? Uno no abdica, y bendijo silenciosamente a la multitud en la misa de Pascua; de la otra se dice que está deshidratándose, y que sus padres ya se han dado por vencidos en sus intentos legales de hacer que la reconecten a la sonda. Todo parece indicar que pronto descansará en paz; morirá dignamente, como era su deseo según su esposo Michael. Un culebrón más (¿se acuerdan de Karen Ann Quinlan?) si no fuera por un detalle: y es que no se trata tanto de una victoria de su "viudo en vida" como de una derrota de George Bush, que había tratado de reenchufar a la pobre Terri por decreto. Alegando hipócritamente nada menos que lo sacrosanto de la vida, como si los miles de muertes indignas en Afganistán y en Irak no hubieran sucedido jamás.
Ya veníamos sensibilizados ante el tema de la eutanasia gracias a esa película plomaza pero convincente, Mar adentro, sobre Ramón Sampedro, aquel pescador gallego que se rompió el cuello y se pasó 28 años reclamando su derecho a no tener que pasar el purgatorio en vida.
Una de las numerosas notas que leí sobre el caso Schiavo (más irónicamente aún, su apellido de soltera es Schindler) habla de una generación acostumbrada a tener siempre el control de su propio destino, y que (muy sensatamente) no se va a bancar vivir como un helecho o un potus llegado el caso.
Esta generación es la de los que acabamos de entrar en la mediana edad, abandonando la omnipotencia de una juventud que para muchos de nosotros fue demasiado triunfalista, individualista, sobreexigida y presionada al éxito (es conmovedor el reportaje a Juan Forn en el Radar de hoy, donde habla de cómo una pancreatitis le hizo saber que era frágil); queremos ser libres, queremos estar bien, que nadie joda con nuestros cuerpos, por eso sospecho que en los próximos años la dignidad de la muerte y de la vida va a ser EL tema.
Son pensamientos propios para estos días en que el catolicismo conmemoró la muerte y la resurrección de Cristo: qué religión tan preocupada por los límites de la existencia humana, aborto o no aborto, eutanasia o no eutanasia; como si esto fuera nada más que un pasillo, como si no importara nada de lo del medio. ¡Cómo que no importa!
Esta vida es la única que conozco.
Prefiero no tener que enterarme demasiado tarde de que no había otra.
<< Home