¡Ratas ingratas!
Se morfan TODO estos bichos hijos de mil putas. Todo, menos lo que uno les compra.
Y cuando digo todo, quiero decir precisamente eso. Ya devoraron casi completamente, en sus incursiones matinales al estudio, la bolsa de plástico en que venía la caja con el módem ADSL de Fullzero. Pero a los hinojos no los quieren, no hay vuelta que darle. Encima parlotean en una lengua desconocida que parece guaraní: ¿Curuzú Cuatiá? pregunta uno y el otro insiste: Curupí, curupí. Qué querrán decir, andá a preguntarle a la Negra Sosa. O a Teresa Parodi, mejor.
Lo de ratas es casi literal: son roedores.
Lo de ingratas es porque se siguen creyendo que nos los vamos a morfar nosotros a ellos. Y cuando uno entra en la pieza donde tienen el corralito, pegan un grito de alarma que te parte el corazón.
Así están las cosas en nuestro departamento de zona sur: regamos las plantas, pasé el gato al régimen de Excellent adulto, pastoreamos y alimentamos los cuises, les damos comida a las lombrices también, todo bajo un lindo solcito de invierno mientras avanza mi traducción de Cumbres Borrascosas, que es uno de esos libros donde uno quisiera quedarse a vivir.
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