Long Time Man
Me pasaría el resto de mi vida escuchando "Long Time Man" de Nick Cave. Es una canción que se trata de un hombre que mata a su mujer y le dan cadena perpetua. Da una sensación de libertad, paradójicamente. La libertad del que se rinde. Del que ya no pelea más, ya no necesita pelear más, y se queda sentado: "I'll be sitting here for the rest of my life". Es la canción del que ya no va a ninguna parte y canta la felicidad de eso. Canta la paradoja del condenado que se siente absuelto. La cárcel como un lugar, un lugar al fin, una puerta se abre ante quien viene de una tremenda intemperie. Esa puerta es la última, pero ¿qué importa? Importa que se abre. "Long Time Man" es la canción más optimista que logro soportar. Es decir: soy feliz.
"Long Time Man" soy yo al día siguiente de mi logro mayor: desde ayer se puede visitar en el CCPE "Eternidad del instante", una retrospectiva de más de 100 obras de Hugo Padeletti que seleccioné y que abarcan medio siglo de su trabajo, y sobre todo lo cual escribí y me publicaron una monografía de varias páginas, todo eso en el centro cultural más prestigioso de Rosario; y no siento nada más que alivio y pena. Ninguna sensación de triunfo ni de éxito. Sólo de final. Sólo tengo la vaga satisfacción de haber hecho algo útil. Me tranquiliza ver que los visitantes a la muestra aprecian nuestro trabajo. No me esperaba que esto fuera a gustarle a alguien. Pensé que a todos les parecería un caos sin sentido. ¿Mentirán? No, se los veía sinceros.
Evidentemente la muestra gusta. Oí que hubo muchos elogios, incluso del CCPE... en público, claro. Anoche en la cena los del CCPE no paraban de burlarse solapadamente de mí, creyéndose muy vivos y simpáticos. Fueron como dos meses de ver seguido a ese par de hijos de puta, que en el fondo también están recontra re contentos al fin y por eso ahora, casi como un festejo, me tratan así (¡qué hinchapelotas!), ellos cuya virtud es lograr ser muy eficientes justo a tiempo. Y todo lo que siento es el cansancio que uno seguramente siente cuando la tortura cesa. Final de parto. Depresión puerperal. Ayer la escena que vi fue la del público contento. Los vi celebrar y me alegré por el público. También por el artista y por su compañero. Estaban felices, pero felices de verdad. Aunque pese a sus elogios en voz alta (llegué tarde; me contaron), ayer el artista tampoco me trató demasiado bien; más bien tendió a psicopatearme horriblemente. Aguantó el recorte que le impuse a su obra, como "aguantaron" (?) los del CCPE. Durante meses absorbí más odio que un director de cine.
Me alegra no haber muerto de esto.
No sé si envidiar o no a los que todavía viven en la dimensión de lo imaginario. A mí, a partir de ayer, categorías como éxito y logro han pasado a serme indiferentes por completo. Será que por fin lo tengo, será eso. ¿Será eso el éxito? Esa paz de ya no tener que desearlo (deseo obligatorio) ni buscarlo. Sí, me libré de un deseo obligatorio. Era más que un mandato, era no poder parar de desear lo que debía tener: un público contento. Aceptación, ser la persona correcta en el lugar correcto en el momento correcto. ¡Qué aburrido! Anoche el público de mi trabajo como crítica, por fin, estaba contento. Claro, así cualquiera, con una obra como la de Padeletti...
Por primera vez nadie me rechazaba: me deprimí. No da ni para llorar por los años perdidos codiciando eso que me parecía valioso sólo porque me lo negaban.
Era más habitable el horror, el puro horror; era más fácil enfrentar violencia asesina a fuerza de buenos reflejos animales, que el empalago de descubrir que en el fondo la gente es buena y te quiere con defectos y todo si te portás bien... ¡civilización! ¡aprobación! ¡qué tranquilidad!
¡Qué asco!
Me parecen más inteligentes los espectadores que los artistas.
Lo más lindo de la noche fue una mujer que leía con la vista un poema a través de un vidrio. Fue una decisión que tomé, la de dejar el libro abierto adentro de la vitrina. Ella se apoyaba en el vidrio y también apoyaba su copa de vino en el vidrio. Bebía y leía el poema como si contemplara el reflejo de la luna en un estanque. Lo disfrutaba como un paisaje natural, dado desde siempre.
Se notaba que la estaba pasando muy bien.
Si vuelvo a ser curadora de una exposición será para poder dar un placer como ese; para poder sostener en alguien una soledad así.
Listo. Ya está. Voy a sentarme aquí por el resto de mi vida a escribir mis novelas y a lo mejor algún cuento. Si gustan o no, me chupa un huevo. Bastará con que se vendan, aunque sea un poco, aunque más no sea para financiarme el vicio de seguir escribiendo. Bastará con que me guste escribir, con darme el gusto de escribir. He comprobado que no me gusta gustar.
(Sí nutrir soledades, pero eso es otra cosa.)
No tenía forma de saberlo no habiendo gustado antes.
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