Reality, ¡nueva reseña!
Las historias son la forma en que los seres humanos digieren sus vidas: convierten los hechos en algo que podemos repetir y controlar, contándolos hasta que se agotan.
Chuck Palahniuk
Qué lindo, qué lindo. Esto es exactamente lo que esperaba de la literatura: un nuevo cuerpo, a la medida del orgullo de mi alma. Un cuerpo capaz de tenerse en pie bajo las piñas del vengador y después decirle, casi amistosamente: bueno, ¿estás contento ahora? y estrecharle la mano.
Segundo round. Felicitaciones.
Cuando me contaron de la reseña en Señales, me alegré. Compré salamín y una tragedia griega. Fui a casa pensando: "Voy a tener que tragarme todo lo que dije de la conspiración de silencio y el ninguneo y la mar en coche". Encendí la compu, conecté Arnet, abrí la página del suplemento cultural del diario El Atopiano (perdón, La Capital), y leí apresurada pero atentamente la reseña de Matías Píccolo -también redactor y editor de la revista RIEL, además de colaborador del diario-. Comimos algo rápido con Déivid y partí de nuevo a ver "Mystery Train" de Jim Jarmush.
El tempo lento, moroso, lírico de la película de Jarmush me dejaba espacio para hacer anotaciones mentales al margen. Lo primero que empecé a digerir fue la sensación de final de round que me dejaba el texto: un cansancio, un dolor y una satisfacción resultado de una lucha dura y pareja en la que el otro tuvo que trabajar un poco más, pero compensó encomiablemente sus handicaps. Es decir: no es una mala reseña, pero es una reseña violenta para un libro violento.
Y lo que me gusta es que tiene una tremenda dignidad. Y dignifica mi trabajo: lo toma bien en serio. Lo trata con altura y exigencia profesionales.
Hasta se da el lujo de mandar mensajes en clave.
Matías no deja de cobrarse ninguna. Lee o cree leer, en el título "Reality", un eco de una metáfora que usé en un e-mail para referirme al staff de la RIEL. No me acuerdo si al final les pedí o no disculpas; tendría que haberlo hecho, porque de cualquier manera hacerlo ahora ya no tendría sentido. "Puente la observó detrás de una barricada de libros sin reseñar..." cita Píccolo y, con un talento sutil para la violencia interpretativa, deduce: "Quizá pueda leerse un ajuste de cuentas que la escritora del reality se toma con el hábitat de la prensa gráfica local", como diciendo: "y ahora vas a tener que tragarte todo lo que dijiste de la conspiración de silencio y el ninguneo y la mar en coche... junto con tus dientes, si es preciso". Lo que más me gusta de toda esa frase es que empiece con la palabra "quizá".
No me extraña que el crítico se ponga un poco nervioso: es joven, nuevo, escribe muy bien, es uno de los editores de una incipiente pero respetada revista literaria en cuyo primer número colaboré y que -si bien cometió alguna desprolijidad en la promoción de su primer número- publicó un trabajo crítico excelente, casi desmesurado, sobre mi primera novela, DAF. Y ahora a él le toca reseñar una novela muy violenta, escrita por la misma persona, y esta persona ahora es alguien que incursionó en todos los géneros incluido el hate mail y a quien le sacaron de abajo del culo la misma silla donde él ahora está sentado; y la novela es una sátira que parodia al género policial negro donde una pila de libros es descrita como una "barricada", y donde unos artistas vengativos destrozan y crucifican a un crítico. Literalmente hablando.
Ah, y el detective es tu jefe -sí, porque también es un roman-à-clef...
Sale más que bien parado. Hasta tiene tela para un tercer round: este crítico tendría que releer su Jauss y discernir mejor entre el tiempo de la escritura y el de la lectura, porque cuando recordé e intenté describir esa pila de libros que efectivamente había en el escritorio de un compañero mío del suplemento Rosario/12, suplemento para el que colaboré siete años (sí, a la historia la cuento del lado de acá del mostrador, aunque ahora me toque estar en el de allá), no pensaba en la reseña que tardaban en escribirle a un libro que todavía no se había escrito. Pensaba en ese extraño magnetismo y ese particular peso que tienen los libros apilados para reseñar. No son como los que uno compra para leer en el tiempo libre. Tienen otra gravidez, se acumulan con otra densidad, como si estuvieran bajo las leyes de gravedad de otro planeta donde todo es más pesado.
Hubiera sido lindo poner todo esto en el libro y no acá. Seguramente irá en el próximo. Ya tomé nota: más cariño a los personajes, menos omnipotencia autoral.
Me extrañó que no se dijera nada del ritmo, que es el fuerte de mi libro. O de sus influencias, sobre las que tiro letra a rolete, por boca de sus obsesivos personajes. O que mi oficio y su cultura general despierten la misma envidia que la erudición del héroe. ¿No se entiende que todo ese despliegue de cultura tiene una intención narrativa de catálisis respecto del protagonista, Walter, que es un pedante, y así le va? (Así me fue: se escriben tragedias, chicos, ante todo, para librarse uno de la culpa -y no del rencor ni del resentimiento- que paradójicamente producen las desgracias)
Esto -pensaba mientras miraba la película de Jarmush-, esto de escribir es un oficio valiente, aunque no tanto: la sangre es parte del trabajo. Nada que no se vaya con un vaso de tinto y un poco de merthiolate.
Y un texto más.
Escribo para crearme a través de la escritura una relación más digna con la violencia, con el mal y con el desastre. Lo digo aunque nadie me lo haya preguntado.
Supongo que ya me lo preguntarán.
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