Saturday, December 15, 2012

estantes

Mi viejo tenía en su mesa de luz "El libro negro" de Giovanni Papini.
A los 9 años yo llegaba a la mesa de luz.
Lo leí. 
Me daban muchísimo miedo los ojos sin cuerpo dibujados en unos anteojos verdes sobre el fondo negro de la tapa, pero tapé la tapa con la mano y lo leí. Es una biblia del cinismo crítico, escrita por un intelectual italiano pesimista de posguerra, decepcionado del belicismo futurista y de todo, y que está muy orgulloso de ser depresivo, ya que ¿cómo puede uno estar contento, siendo el mundo lo que es?

Mi sensación es que papá luchaba con todas sus fuerzas, que él era sumamente fuerte pero igual iba perdiendo, y que lo arduo de la lucha demostraba lo poderoso que era el mal. 

El mal, según él, incluía a mi mamá. Y la incluía como destino trágico. "Edipo Rey", en casa, estaba en un estante de la biblioteca no más alto que la mesa de luz.
Lo leí.

A la biografía de San Martín no llegué; estaba muy alto el estante donde habían puesto el libro y la idea de pedir que me ayuden a bajarlo no se me ocurrió. Sí alcancé, con algún esfuerzo, el reportaje que les hizo María Ester Gilio a los Tupamaros (que hoy se encuentra en la Biblioteca Anarquista Rafael Barrett) y un librito de fotos, hoy perdido, que mi abuelita había forrado en un primoroso empapelado de ovejitas blancas con moño rosa sobre fondo celeste, de cómo quedaron las iglesias argentinas luego de la quema del 55.

También logré, entre mis 9 y mis 11 años, devorar dos metros y medio de Selecciones del Reader's Digest, que estaban en el estante de abajo de todo y que a mediados de los años 90 sucumbieron a la humedad producida por la rotura de un caño entre los baños que se hallaban a ambos lados de la biblioteca del pasillo. En invierno, en verano, a la luz de la lamparita del pasillo, me sentaba en el piso de parquet y leía. Mis relatos favoritos eran los de superación de discapacidades, de amor incondicional por niños autistas, de luchas contra el cáncer de pulmón, de drogadictos con mal final, del horror de los gulags en Siberia y toda aquella supuesta propaganda antiestalinista que sólo fue creíble después del 3 de noviembre de 1989.

Pero para entonces yo ya había cambiado de biblioteca y (luego de convencer a la bibliotecaria de que renovara la suscripción)  estaba morfándome metro a metro el estante de revistas Art in America en Aricana, que además tenía calefacción.
Y tubos fluorescentes.
Y sillones mullidos.

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