Thursday, October 06, 2005

sabihondos y suicidas

Notas sobre el escritor como medicine man

He estado releyendo "Sabihondos y suicidas" (EMR, Premio Musto 2003). Algo en la prosa de Jorge Barquero, como en la de los grandes maestros de la narrativa, hace que me sitúe en otro lugar ante lo humano después de terminar de leer cada cuento de su libro. Y después de leer todo el libro, he adquirido de prestado una experiencia vital que me agrega varias décadas más a las que marca mi reloj físico. Educación, en una palabra. Transmisión, si se quiere.

Como escritor, JB domina el arte de "ponerse en los zapatos del otro". Sus cuentos recorren todo el espectro solar que va desde una luminosa picaresca hasta la oscuridad de la novela negra y preguntan por la responsabilidad del cómplice del crimen. Abren juicio, en el mejor sentido: dejan entrar alguna ley donde no hubo ley. O donde la fuerza fue la ley. Y las preguntas del cuentista son implacables pero amables. No hay nada de buena conciencia pequeñoburguesa exaltada pidiendo la cabeza de nadie, o condenando, o declarándose inocente sin más. La responsabilidad del escritor parece ser la de situarse un paso más atrás, para ver el panorama completo: como un crítico cuando mira un cuadro. Le cabe al lego decir "qué horror, qué mamarracho". El crítico, cuya mirada es más clínica, no se lo puede permitir.

De ahí tal vez la fascinación que tenemos algunos escritores (no JB, que no la necesita) por el psicoanálisis: buscamos mirar con esa mirada tierna y lejana, casi medicinal; anhelamos poder comprender a la distancia.

Un efecto colateral post-JB, aunque no relacionado directamente con su obra, es que adquiero una mirada distinta ante ciertos personajes extremadamente agresivos de tipo sociópata: ahora pienso que gente jodida a la que tengo motivos para odiar o despreciar (tipos como G., mujeres como mi vieja o mi prima) están, a diferencia de esa figura de escritor donde se construye JB, capturados en un esceptiscismo que les impidió recurrir a la ley cuando la necesitaron. Son feroces porque están desamparados. Y están desamparados porque un día creyeron que la ley era cosa de giles. Y ahora su furia es su ley. La única.

(UPDATE)
Y son imputables; no son inimputables. Roque Belgraja, el alter ego ficcional y anagramático de Jorge Barquero, los sienta en el banquillo en cada cuento suyo. Juzga (y se juzga con) esa generación que creyó ser la ira de Dios.


Me imagino esa rabia: es la del perro que te gruñe y que te ladra, porque nada lo protege más que sus dientes. Adrenalina y colmillos en lugar de un Código Penal. Una ira sin respaldo. La de quien ha renunciado al amparo de la ley. Pienso en esa furia: la furia del perverso que no es la del perverso sino la de quien secundó al perverso, la de quien se pervirtió. Ese es el personaje serenamente desesperado que JB sienta en el banquillo de sus cuentos: la figura del cómplice. Yo diría, es la de quien aceptó que no hubiera ley, y ahora la necesita. Y en su furia (lo que yo veo de esa clase de gente es más que nada su furia) ahora grita, ladra, corre, tira tiros para cualquier lado. Los huevazos de los familiares de muertos en Cromañón contra Estela de Carlotto. Ese quiebre es histórico, es nacional. A muchos nos preexiste.

Hay que leer esos cuentos, detenerse en cada detalle.
Digo bien: en cada detalle.

(UPDATE)
Digo mal: JB no juzga. Da los elementos, y lo hace con la cautelosa jovialidad del médico que te tiene que dar una mala noticia. El que baja el pulgar es uno, el lector.