Tuesday, December 14, 2004

Mil matones muertos

Los matones temen la vida privada. Crean simulacros, semblantes de intimidad; pero son siempre públicos. Los matones necesitan demostrar al mundo qué felices son del otro lado de la puerta. Cuando todo el resto del mundo sabe que la privacidad es precisamente eso que no se publica, que no se demuestra. Cerrar una puerta no es volverla transparente. Pero los matones carecen de la delicadeza necesaria para vivir en un jardín. Lo suyo es la selva, el grito, el estrépito. Los matones se burlan de quienes parecen sensibles y frágiles porque ellos se han endurecido tanto que solamente sienten emociones fuertes: envidia, odio. Los matones llaman pasión al fanatismo. Exhiben sus banderas y creen que eso es amor. Cuando todo el resto del mundo sabe que nada necesita estar más al reparo de las miradas de extraños que el amor verdadero, nada desea ser más secreto que la verdadera pasión. Los matones viven todo el tiempo arriba de un ring. Cuando el match termina, están solos. Están tan solos que violarían a alguien pero eso sí: en patota y ante una cámara de video. Los matones mueren para que los vean. Cuando no encuentran más víctimas, se tiran de un edificio. Eso sí, a la hora pico y en pleno centro. El velorio de un matón es a cajón abierto. Sus amigos, que también son matones, van armados. Nunca falta quien vigile una por una las caras buscando un atisbo de verdadera pena. Y no la encuentra.

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